La noche había caído sobre el territorio de los Blackthorn como un manto de terciopelo azul salpicado de estrellas. El bosque, antes testigo de sangre y batallas, respiraba ahora con una calma que parecía imposible después de tanta tormenta. La manada dormía, pero sus Alfas permanecían despiertos, como si quisieran atesorar cada segundo de esta nueva realidad que habían construido juntos.
Brianna contemplaba el cielo desde el balcón de la habitación principal. Su cuerpo, aún marcado por la batalla, se había recuperado con una velocidad que confirmaba su naturaleza. Ya no era la humana que llegó temblando a estas tierras. Ya no era la ofrenda. Era algo más, algo que ni siquiera ella había imaginado.
Damien se acercó por detrás, envolviendo su cintura con brazos que ya no ocultaban su necesidad de ella. Su pecho desnudo se presionó contra la espalda de Brianna, y ella sintió cómo el calor de su piel atravesaba la fina tela del camisón que llevaba.
—¿En qué piensas? —susurró él contra su