El amanecer llegó con un silencio inquietante. Brianna lo sintió antes de abrir los ojos: algo había cambiado en el aire. La tensión se filtraba por las paredes de piedra como niebla venenosa. Se incorporó en la cama, encontrando el espacio vacío donde Damien debería estar. Las sábanas conservaban su calor, pero él se había marchado apresuradamente.
Cuando salió de la habitación, el pasillo bullía con actividad inusual. Guerreros corrían en formación, mensajeros se deslizaban entre ellos con rostros sombríos. Nadie la miraba directamente.
—¿Qué está pasando? —preguntó a una joven loba que pasaba con un fajo de documentos.
La muchacha bajó la mirada. —El Alfa está en la sala del consejo. Han llegado emisarios de la manada Colmillo Rojo.
Brianna sintió que el suelo se movía bajo sus pies. La manada Colmillo Rojo había sido la más leal al padre de Damien, el Alfa Caído. Nunca habían reconocido plenamente el liderazgo de Damien, manteniéndose en una tensa neutralidad durante años.
Sin pen