Huérfana desde niña, Serena Whitmore fue criada bajo el cuidado de Arthur Winters, amigo leal de su padre. Todos esperaban que, al llegar a la adultez, uniera su destino al del nieto del patriarca, Damian Winters. Pero la ilusión se derrumba al descubrir su traición. Consciente de que no quiere ser una víctima, Serena acepta la ayuda de Arthur y viaja a Italia bajo la protección de Raffaele Moretti. Allí conoce a Dante Moretti, hijo del socio italiano, un hombre marcado por el peso de la tradición y el poder. Dante le ofrece un matrimonio que podría liberar a ambos de sus cadenas: ella recibirá la herencia de su padre y él escapará de la presión del directorio. Lo que inicia como un acuerdo estratégico pronto se convierte en un vínculo cargado de tensión, atracción y secretos. Entre el pasado que la persigue y el futuro que la reclama, Serena deberá elegir si será una pieza más en el juego de los poderosos… o la mujer que dicta sus propias reglas. Una historia de traición, ambición y un amor que nace en medio de un pacto. Todos Los Derechos Reservados
Leer másEl Cristal Roto
Londres brillaba bajo un cielo gris, como solo sabía hacerlo en las noches de gala. Los ventanales iluminados de los hoteles más exclusivos proyectaban destellos dorados sobre la niebla y los carruajes modernos, negros y pulidos, se detenían uno tras otro en las entradas alfombradas de rojo. Serena Whitmore apretaba entre los dedos la invitación, un trozo de cartón pesado con el sello de los Winters, que confirmaba su lugar en la velada más importante del año para la empresa familiar.
Había llegado antes de lo previsto. Un retraso en el ensayo del comité benéfico la había liberado antes de lo calculado y la joven decidió sorprender a Damian en su suite, donde sabía que se hospedaba antes de la gala. Quizás él se mostraría fastidiado por la intromisión, pero Serena se consolaba pensando que un gesto inesperado de ternura podría suavizar los roces de las últimas semanas.
Los pasillos del hotel Mayfair estaban en silencio, apenas rotos por el eco de un par de tacones y el crujir de las lámparas de cristal sobre su cabeza. Serena caminaba con paso ligero, los labios pintados de un rojo que Arthur Winters siempre encontraba “demasiado atrevido” y el vestido aún protegido por un abrigo oscuro. A cada paso, se repetía la frase que había oído toda su vida: “Eres el destino natural de Damian, el futuro de nuestras familias.”
Al llegar a la suite, no dudó en girar la llave que la recepción había entregado sin reparos -era la señorita Whitmore, casi parte de los Winters, nadie cuestionaba su acceso.
La puerta se abrió con un suave clic.
Lo primero que la recibió fue un olor dulce y cargado: perfume femenino mezclado con alcohol. La penumbra del salón estaba rota por la luz filtrada desde la habitación principal. Serena entrecerró los ojos, indecisa. Quizás Damian había pedido servicio a la habitación, quizá una secretaria estaba ultimando detalles para la gala.
Avanzó.
Fue el sonido lo que la detuvo. Un murmullo ronco, seguido de una risa femenina apagada. El golpe seco de un cuerpo hundiéndose en un colchón.
El aire se le atascó en la garganta. Serena empujó la puerta de la alcoba y el mundo se le vino abajo en un segundo congelado.
Allí estaba Damian Winters, el hombre al que había amado en silencio durante años, el que todos señalaban como su futuro esposo. Desnudo entre sábanas revueltas, con una copa aún a medio derramar en la mesilla. Y sobre él, enredada como una serpiente, una mujer rubia reía mientras lo besaba en el cuello.
El corazón de Serena se hizo trizas con un golpe seco.
Por un instante, no respiró. No pestañeó. Solo el retumbar de la sangre en sus oídos llenaba el vacío.
-Damian… - su voz apenas fue un susurro, incrédulo.
Él giró el rostro con una lentitud irritante, los ojos nublados por el alcohol y la sorpresa. No hubo vergüenza en su gesto. Solo fastidio.
- Serena - dijo con la voz pastosa - No deberías estar aquí todavía.
Las palabras fueron un puñal. No había negación, no había disculpa, ni siquiera el mínimo intento de cubrirse. Solo la frialdad de quien ha sido descubierto en algo que considera trivial.
La mujer en la cama lanzó una risita burlona y, sin molestarse en cubrirse, acarició el pecho de Damian como si Serena no existiera.
El calor subió al rostro de la heredera. Una mezcla de rabia, humillación y un dolor tan agudo que casi la hizo doblarse. Por dentro, algo se quebró con un estrépito que nadie escuchó salvo ella misma.
No lloró. No le dio ese espectáculo.
Respiró hondo, enderezó los hombros y dejó que la máscara de hielo cubriera el temblor de sus labios.
- Tenía razón. - murmuró con calma, aunque por dentro ardía - Siempre fuiste un juego.
Damian se incorporó, irritado, como si ella fuera la que lo había ofendido.
- No dramatices, Serena. Tú y yo… siempre supiste que las cosas no estaban selladas aún.
Ella lo miró con tal desprecio que incluso la amante enmudeció.
En ese momento, Serena Whitmore decidió que no sería la víctima de un cliché. No sería la muchacha que llora en silencio y espera una disculpa. Giró sobre sus tacones y con la misma elegancia con la que había entrado, salió de aquella habitación donde había muerto la última chispa de su inocencia.
El eco de la puerta al cerrarse fue el sonido de un ciclo roto.
***
Serena caminó por los pasillos del hotel con pasos firmes, pero apenas dobló la esquina y la soledad la envolvió, la fuerza que había mostrado frente a Damian se desmoronó como un cristal golpeado.
Se apoyó contra la pared empapelada de terciopelo oscuro, cerró los ojos y tragó saliva. La imagen regresó con brutal nitidez: el cuerpo de Damian, las manos de esa mujer, la sonrisa satisfecha de ambos. Un escalofrío le recorrió la piel como una caricia sucia.
Llevó una mano temblorosa a su propio brazo, como si quisiera borrar algo invisible allí.
- Fui una tonta… - susurró, apenas audible.
Las palabras se clavaron con el filo de la verdad. Años creyendo en las promesas nunca dichas, en las sonrisas fugaces de Damian, en las frases vagas con las que alimentaba sus ilusiones. Años siguiendo cada uno de sus gestos, convenciéndose de que era amor cuando solo era comodidad para él.
Y lo peor… lo peor era el recuerdo que ardía en su cuerpo.
Hace unos meses, en un arranque de debilidad, le había entregado lo que jamás creyó entregar sin certeza de futuro: su primera vez. Había sido torpe, apresurado, teñido de un alcohol que él había insistido en compartir antes. Ella lo había interpretado como pasión contenida, como prueba de un vínculo inevitable. Ahora comprendía con nauseabunda claridad que no fue más que un capricho más para Damian, otra conquista que añadir a la lista invisible que coleccionaba con descaro.
Se llevó las manos al rostro. El rubor de la vergüenza le quemaba las mejillas, mientras la culpa y el asco la envolvían como una marea sofocante.
- ¿Cómo pude dejar que me tocara? - se preguntó, ahogada en un suspiro roto.
Quiso arrancarse la piel, borrar las huellas de sus manos, las palabras susurradas que en su momento parecieron eternas y ahora se revelaban huecas. El amor con el que había soñado tantas noches se transformaba en un recuerdo tóxico, una mancha que la hacía encogerse de sí misma.
Las lágrimas acudieron, ardientes, pero las contuvo. No le daría el lujo de hacerla llorar más de lo que ya había hecho. Apretó los labios, forzando a su cuerpo a obedecer, a recuperar la compostura que el apellido Whitmore exigía.
Al abrir los ojos, vio su reflejo en un espejo ovalado que colgaba en la pared del pasillo. Una joven elegante, de mirada enrojecida, la observaba con dureza.
- Se acabó. - dijo en voz baja, mirándose fijamente - No más.
En ese instante, Serena comprendió que la noche de gala no marcaría su presentación junto a Damian Winters, sino el inicio de su ruptura con él… y con la ingenua que había sido hasta ahora.
El eco de su propia determinación resonó en su interior como un juramento.
La gala seguía esperándola en Londres. Y con ella, el primer paso hacia un destino que ya no tendría el nombre de Damian Winters.
El Ala Este De La Villa. Sólo La FamiliaEl desayuno había terminado y Dante se levantó de su asiento, ajustándose la corbata antes de salir de la sala. Su gesto serio apenas escondía el desconcierto y la fascinación que Serena había despertado.- Tengo que ir a trabajar. Tengo reunión con el directorio. - dijo con voz grave, recogiendo la carpeta y el móvil que había dejado en una mesa lateral - Nos vemos esta tarde ¿Algo que quieras decir al directorio?- No, tú estás a cargo.- Aun eres el presidente, papá.- Solo de nombre, hijo. Hace tiempo que te haces cargo de todo. Lo estás haciendo bien. – miró a Serena aún en la mesa y sonrió – Ahora voy a dedicarme a la familia. Nietos y esa
La llegada A La Villa MorettiEl portón de hierro se cerró tras el auto y, en cuanto Serena puso un pie en el suelo, Rafaele la recibió con los brazos abiertos. La envolvió en un abrazo cálido, con esa hospitalidad italiana que derribaba cualquier barrera de formalidad.- Bienvenida a Florencia, cara mia. - dijo con una sonrisa amplia, mientras se apartaba un poco para mirarla mejor - Tu abuelo siempre me habló de ti como si fueras su mayor tesoro. Ahora entiendo por qué.Serena sintió un leve rubor en las mejillas. La villa era majestuosa, de paredes cubiertas por frescos restaurados y un aroma a madera antigua mezclado con jazmines. Cuando Rafaele la guio hacia el vestíbulo, ella levantó la vista, fascinada por el artesonado del techo, sin darse cuenta de la figura que acababa de aparecer en lo alto de la escalera.Dante bajaba con paso firme, vestido con un traje gris oscuro y corbata negra, como si la elegancia fuese un hábito más que un esfuerzo. Llevaba una carpeta en la mano y
La DespedidaLa casa aún estaba en penumbras cuando Serena bajó las escaleras con la maleta pequeña en la mano. Afuera, la brisa húmeda de la madrugada se colaba por las rendijas, impregnada del olor a tierra mojada. El silencio parecía tan denso como sus propios pensamientos y cada paso sobre la madera crujiente le recordaba que el tiempo corría más rápido de lo que ella quería admitir.Arthur estaba esperándola en el recibidor. No llevaba chaqueta, solo la camisa remangada, como si el sueño lo hubiese abandonado antes que a ella. Cuando la vio, esbozó una sonrisa cansada, una de esas que pretendían restar gravedad al momento, aunque sus ojos la delataran.- ¿Lista? – le preguntó, con la voz baja, casi un susurro que apenas rompió el silencio.Serena dejó la maleta junto a la puerta y asintió. No confiaba demasiado en su voz, así que se limitó a observarlo un instante, memorizando la forma en que la luz tenue de la lámpara resaltaba las líneas firmes de su rostro.El hombre que se ha
El Último BaileLa música flotaba ligera en el aire, entre risas, copas y el murmullo de los empresarios que llenaban el salón. Serena habría saludado con gracia y cortesía, orgullosa de sostener el brazo de Damian, que la miraba como si ella fuera su pase al éxito.- ¿Bailarás conmigo? - preguntó suavemente, aunque con la arrogancia de siempre, al verla dudar.Ella lo miró un instante, consciente de todas las miradas. No le daría la escena que él esperaba. Con fría cortesía, aceptó y se dejó guiar hacia él.Los violines comenzaron y Damian la estrechó contra sí.- Te ves preciosa esta noche. - dijo con voz seductora, la misma que antaño la había hecho caer.Serena lo miró, con los labios pintando una sonrisa vacía.- ¿Crees que sirve de algo después de lo que vi esta tarde? - preguntó en un susurro que solo él pudo oír.Damian ladeó una sonrisa cínica.- No dramatices, Serena. Fue sólo sexo. Todos esperan vernos juntos. Es lo natural. Serás mi esposa como desea el abuelo.El corazón
Señales OlvidadasArthur Winters dejó el teléfono a un lado, pensativo. La conversación con Rafaele le había removido un recuerdo que, aunque había intentado enterrar, volvía ahora con fuerza.Había ocurrido tres años atrás.Rafaele Moretti lo había visitado en sus oficinas de Londres, acompañado de su hijo. Dante Moretti, con veinticinco años, recién terminado de cursar su maestría en economía internacional, era la viva imagen de la disciplina y el porte de su familia: alto, de hombros anchos, con la seriedad de alguien acostumbrado a cargar responsabilidades antes de tiempo.Arthur recordaba que Dante no había llegado solo: una elegante joven inglesa lo acompañaba, conversando animadamente sobre galerías de arte. El despacho se llenaba de la charla ligera, mientras los dos viejos socios intercambiaban informes financieros y recuerdos de antaño.Entonces, la puerta se abrió de golpe.- ¡Abuelo! - la voz temblorosa de Serena irrumpió en el salón.Arthur se giró sorprendido. Serena, co
La PeticiónLa suite de Arthur Winters olía a madera encerada y a coñac añejo. El patriarca, ya vestido con un esmoquin impecable, se miraba en el espejo de cuerpo entero mientras su secretario acomodaba los gemelos en la mesa.Serena se detuvo un instante frente a la puerta antes de llamar. El corazón aún le latía con violencia, como si quisiera escaparse de su pecho. Inspiró hondo y tocó suavemente.- Adelante. - la voz grave y pausada de Arthur resonó desde dentro.La puerta se abrió y el secretario, Mr. Ellison, giró la cabeza para recibirla. Sonrió con calidez, esa misma expresión que le dedicaba desde que ella era una niña, cuando corría por los jardines de los Winters con el lazo suelto y las rodillas raspadas.- Señorita Whitmore. - la saludó con afecto.- Buenas noches, Mr. Ellison. - respondió Serena con un hilo de voz.El hombre mayor la miró un segundo más de lo necesario. Su gesto se ensombreció con la intuición de quien ha visto demasiadas veces el rostro de alguien que
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