Capítulo 5

La Despedida

La casa aún estaba en penumbras cuando Serena bajó las escaleras con la maleta pequeña en la mano. Afuera, la brisa húmeda de la madrugada se colaba por las rendijas, impregnada del olor a tierra mojada. El silencio parecía tan denso como sus propios pensamientos y cada paso sobre la madera crujiente le recordaba que el tiempo corría más rápido de lo que ella quería admitir.

Arthur estaba esperándola en el recibidor. No llevaba chaqueta, solo la camisa remangada, como si el sueño lo hubiese abandonado antes que a ella. Cuando la vio, esbozó una sonrisa cansada, una de esas que pretendían restar gravedad al momento, aunque sus ojos la delataran.

- ¿Lista? – le preguntó, con la voz baja, casi un susurro que apenas rompió el silencio.

Serena dejó la maleta junto a la puerta y asintió. No confiaba demasiado en su voz, así que se limitó a observarlo un instante, memorizando la forma en que la luz tenue de la lámpara resaltaba las líneas firmes de su rostro.

El hombre que se había convertido en su figura paterna, en su familia, estaba apoyado en su bastón, pero con esa autoridad intacta que incluso el paso de los años no le había arrebatado. Se la miró por unos momentos.

- Ya hablé con Rafaele. - anunció con tono sereno, casi solemne - Todo está arreglado. Llegarás y él se encargará de que nada falte. Puedes confiar en eso.

Serena respiró aliviada, aunque el peso en su pecho no disminuyó. Asintió con un gesto respetuoso, mientras Arthur se tensaba ligeramente.

- Gracias, abuelo. - dijo Arthur, con un dejo de formalidad que no solía usar con él.

El abuelo lo observó en silencio unos segundos, como si leyera más allá de sus palabras. Luego, simplemente le dio una palmada en el hombro.

- Sigo siendo tu abuelo, pequeña. - le dijo con una sonrisa suave – Llámame si me necesitas. Tu dinero seguirá siendo depositado en tu cuenta o dime si deseas crear una cuenta separada. Damian…

La joven lo miró. Su abuelo lo mencionaba debido a que ella le había entregado un poder para acceder a su cuenta. Había sido una muestra de confianza como su futuro compañero, pero ahora… Eso ya no era parte de su futuro o de su vida.

- Deja que me instale, abuelo. Te avisaré cuando abra otra. No gastaré nada…

No iba a arriesgarse a que Damian siguiera sus transacciones y supiera donde estaba.

Serena y Arthur se quedaron mirándose, como si ninguno quisiera pronunciar la frase que pondría fin al momento. Ella dio un paso más cerca, lo suficiente para sentir el calor que desprendía su cuerpo.

- No sé cuánto tiempo estaré fuera… - murmuró, bajando la mirada – Pero te estaré llamando.

Arthur levantó una mano y, con delicadeza, le acomodó un mechón rebelde detrás de la oreja.

- El que sea necesario, pequeña. - respondió con firmeza, aunque la suavidad en sus ojos contradecía la dureza de su tono - Yo voy a estar aquí cuando estés lista.

Ella sonrió apenas, un gesto frágil y luego lo abrazó con fuerza, como si quisiera grabar en su piel la seguridad que él representaba. Arthur la sostuvo unos segundos más de lo debido, escondiendo en el silencio todo lo que no se atrevía a decir.

Cuando se separaron, la bocina del taxi sonó afuera, recordándoles que no podían estirar más el instante. Serena tomó la maleta y respiró profundo.

- Nos vemos pronto, abuelo. - dijo, tratando de sonar convencida tomando su maleta.

Arthur asintió, sin añadir palabras. Solo la siguió con la mirada mientras ella abría la puerta y la brisa fría de la madrugada se colaba en la casa mientras Serena subía al auto y el conductor tomaba la maleta para acomodarla en el maletero.

Y cuando finalmente el auto desapareció por el sendero, Arthur se quedó inmóvil en el umbral, con la sensación de que esa despedida había dejado un vacío imposible de llenar.

Camino A Florencia

El avión se elevó dejando atrás Londres envuelta en su cielo gris. Serena apoyó la frente contra el vidrio, viendo cómo las luces de la ciudad se reducían hasta ser apenas un recuerdo titilante en la distancia. Llevaba consigo una maleta pequeña y una mochila; no necesitaba más. Lo demás lo había dejado atrás con cada paso que la alejaba de Damian.

En sus oídos resonaban todavía las palabras de su abuelo:

“Rafaele Moretti es un Medici moderno, niña. Entre galerías, editoriales y artistas hambrientos de oportunidades, ha construido un reino tan vasto como silencioso. Hace quince años nos unimos como socios porque ambos defendíamos lo mismo: proteger lo valioso. Yo desde las empresas de seguridad, él desde el arte.”

Serena había sonreído al escucharlo, porque en la voz de su abuelo había algo parecido a la admiración. Y esa imagen la acompañaba ahora, mientras el avión atravesaba la oscuridad del mar rumbo a Italia.

El vuelo fue largo, pero Serena apenas durmió. Su mente repasaba los últimos años como diapositivas rápidas: los engaños de Damian, sus mentiras, su ingenuidad, las risas que ocultaban desdén, la primera vez que se entregó a él creyendo en un futuro compartido. Todo eso ahora le parecía una cruel puesta en escena.

Cuando finalmente anunciaron el aterrizaje en el aeropuerto Peretola, el amanecer teñía los cielos italianos de un naranja cálido. Florencia se extendía como un lienzo antiguo, con sus tejados rojizos, el Arno serpenteando entre puentes y la majestuosa cúpula de Brunelleschi dominando el horizonte.

Serena sintió un vuelco en el pecho: nunca había estado en Italia, pero la ciudad la recibió como una promesa.

En el aeropuerto, un chofer con un discreto letrero que llevaba su nombre la aguardaba.

- Buongiorno signorina. – la saludó con cortesía - Sono Theo, l’assistente del signor Rafaele. Ti accompagnerò alla villa.

- Gracias.

Serena lo siguió en silencio hasta un elegante automóvil negro que la condujo a través de las calles adoquinadas.

El destino fue una villa renacentista restaurada en las colinas, rodeada de cipreses y con vistas a la ciudad. El aire olía a olivos y a tierra antigua. Cuando el auto se detuvo frente al portón de hierro forjado, Serena se quedó mirando boquiabierta.

Las puertas se abrieron y allí estaba Rafaele Moretti de pie en las escalinatas. Alto, imponente, de cabello plateado y traje impecable, irradiaba esa mezcla de poder silencioso y hospitalidad que no necesitaba alzar la voz para imponerse.

- Serena Whitmore. - dijo con una sonrisa franca mientras ella bajaba del auto - Al fin nos conocemos formalmente.

Ella se inclinó con respeto, pero él la abrazó como a una nieta largamente esperada.

- Tu abuelo y yo hemos hablado tanto de ti que pareciera que ya fueras parte de esta familia. – añadió en inglés con un marcado acento, dándole una palmada afectuosa en la espalda.

Serena sintió, por primera vez en mucho tiempo, un alivio cálido recorriéndole el pecho. Quizás, pensó, ese viaje no solo era un escape, sino el comienzo de algo completamente distinto.

Y lo deseó con todas sus fuerzas.

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