La llegada A La Villa Moretti
El portón de hierro se cerró tras el auto y, en cuanto Serena puso un pie en el suelo, Rafaele la recibió con los brazos abiertos. La envolvió en un abrazo cálido, con esa hospitalidad italiana que derribaba cualquier barrera de formalidad.
- Bienvenida a Florencia, cara mia. - dijo con una sonrisa amplia, mientras se apartaba un poco para mirarla mejor - Tu abuelo siempre me habló de ti como si fueras su mayor tesoro. Ahora entiendo por qué.
Serena sintió un leve rubor en las mejillas. La villa era majestuosa, de paredes cubiertas por frescos restaurados y un aroma a madera antigua mezclado con jazmines. Cuando Rafaele la guio hacia el vestíbulo, ella levantó la vista, fascinada por el artesonado del techo, sin darse cuenta de la figura que acababa de aparecer en lo alto de la escalera.
Dante bajaba con paso firme, vestido con un traje gris oscuro y corbata negra, como si la elegancia fuese un hábito más que un esfuerzo. Llevaba una carpeta en la mano y el móvil en la otra, en evidente preparación para una jornada de trabajo. Pero al verla, se detuvo en seco, el pie a medio camino del siguiente escalón.
La sorpresa fue tan nítida en su rostro -ese breve destello de incredulidad seguido de un silencioso quedarse sin aire- que Serena alzó la mirada justo a tiempo para atraparlo. Se sintió observada, desnuda bajo esa mirada intensa, tan distinta de la de Damian.
Rafaele, que lo conocía demasiado bien, no pudo evitar reírse por lo bajo.
"Ecco… sabía que esto pasaría."
Con disimulo, apoyó una mano en la espalda de Serena y la acercó un poco más al centro del vestíbulo, como si la estuviera presentando a un público que había esperado ese instante toda la vida.
En sus entrañas -como siempre decía para referirse a esa intuición profunda que nunca le fallaba- lo supo con una claridad implacable: Serena era el destino de su hijo. Dante había cargado demasiado tiempo con el peso de la autoexigencia, creciendo solo con él, siempre esforzándose por ser impecable, responsable, digno del apellido. Y ahí estaba la chispa que Rafaele no había visto nunca en su mirada.
El joven finalmente reaccionó, bajando el resto de los escalones con un ademán contenido, aunque su expresión lo traicionaba.
- Buongiorno. - dijo con voz grave, casi solemne, mientras sus ojos no se apartaban de ella ni un instante - No esperaba encontrar visita tan temprano. Padre no me avisó. Me disculpo.
Rafaele sonrió de lado, divertido, cruzándose de brazos como quien disfruta de una obra que él mismo había puesto en marcha.
- Dante, te presento a Serena Whitmore. Nieta de Arthur ¿Lo recuerdas? - Alzó una ceja, con malicia paternal - Ha venido a quedarse con nosotros por un tiempo.
El silencio que siguió fue breve, pero suficiente para que Serena sintiera un cosquilleo en el estómago y para que Rafaele confirmara, con satisfacción silenciosa, que el destino acababa de entrar en su casa.
- Espero que su estancia sea cómoda y agradable, signorina Whitmore. – le dijo formal terminando de bajar las escaleras e inclinando la cabeza con cortesía.
- Dai, figliolo. Non c'è bisogno di essere formale. – dijo Rafaele con una sonrisa - Lei è famiglia.
- Non so cosa stai combinando, papà. – advirtió Dante avanzando hacia el comedor familiar. Más informal que cuando había actividades sociales.
- Non sto facendo niente. Arthur ha chiesto di essere accolto a casa. A quanto pare è successo qualcosa alla principessa.
Al escucharlo Dante lo miró con curiosidad y a Serena que caminaba tras ellos distraída con la decoración. Rafaele sonrió con fingida inocencia. Había despertado la curiosidad en su hijo.
El Desayuno En Familia Es Tradición
El comedor familiar de la familia era un contraste con la solemnidad de la villa. Menos mármol y frescos, más madera cálida, estantes con libros y vajilla italiana cuidadosamente despareja, como si cada pieza hubiera sido elegida en un mercado distinto. Las amplias ventanas dejaban entrar la luz dorada de la mañana y el aroma del café recién hecho se mezclaba con el del pan recién horneado. Serena sonrió. Era como una cocina de una casa normal. Llena de aromas y recuerdos sin la contención y pretensión de los salones o la formalidad de la alta sociedad y eso le gustó mucho. Podía sentirse más tranquila y relajada allí. Nadie estaría controlando su comportamiento y etiqueta.
El lugar tenía un comedor para seis personas con un mantel colorido y estaba rodeada de ventanales que daban a un jardín. Unos sillones para disfrutar el sol de la tarde y flores que perfumaban el lugar.
- Ven, Serena. - dijo Rafaele con esa voz profunda y amable que llenaba la sala donde se podía distinguir la cocina adosada - Debes de estar cansada, pero el desayuno aquí es sagrado. Una tradición.
Le señaló el asiento junto a Dante, que ya se había instalado en la cabecera contraria a la de su padre. La joven dudó un instante, pero obedeció con una pequeña inclinación de cabeza antes de tomar su lugar a su lado.
Apenas se sentó, Dante carraspeó, se atragantó con el primer sorbo de café y miró a su padre con ojos incrédulos, como si reclamara en silencio: ¿Qué estás haciendo?¿Por qué demonios no me dijiste que tendríamos visitas?
Rafaele no se inmutó. Le sostuvo la mirada con una sonrisa socarrona, disfrutando cada segundo de la incomodidad de su hijo.
- ¿No la recuerdas, Dante? - preguntó, mientras llenaba la taza de Serena con café - La conocimos en la oficina de Arthur, hace tres años. Vestía uniforme escolar, si mal no recuerdo. Lloraba de frustración porque Damian la había dejado plantada.
Dante parpadeó, como si el recuerdo le llegara de golpe. Sus labios se entreabrieron y el sonrojo ascendió lentamente por su cuello hasta invadirle las mejillas.
- Sí… - respondió despacio, con voz más grave de lo habitual - Lo recuerdo.
Su mirada se deslizó hacia Serena, intentando no ser tan evidente. Pero el contraste era imposible de ignorar: la adolescente de uniforme había quedado atrás. Frente a él estaba una mujer de ojos firmes, postura elegante y una belleza suave que lo desarmaba con solo respirar.
"Vaya que ha crecido…", pensó, mientras se obligaba a bajar la vista hacia el plato. "Está más hermosa de lo que recordaba."
Rafaele ocultó una risa tras la taza de café. En sus entrañas, esa intuición que nunca lo engañaba le decía que el destino acababa de tomar asiento a la mesa.