Capítulo 2

La Petición

La suite de Arthur Winters olía a madera encerada y a coñac añejo. El patriarca, ya vestido con un esmoquin impecable, se miraba en el espejo de cuerpo entero mientras su secretario acomodaba los gemelos en la mesa.

Serena se detuvo un instante frente a la puerta antes de llamar. El corazón aún le latía con violencia, como si quisiera escaparse de su pecho. Inspiró hondo y tocó suavemente.

- Adelante. - la voz grave y pausada de Arthur resonó desde dentro.

La puerta se abrió y el secretario, Mr. Ellison, giró la cabeza para recibirla. Sonrió con calidez, esa misma expresión que le dedicaba desde que ella era una niña, cuando corría por los jardines de los Winters con el lazo suelto y las rodillas raspadas.

- Señorita Whitmore. - la saludó con afecto.

- Buenas noches, Mr. Ellison. - respondió Serena con un hilo de voz.

El hombre mayor la miró un segundo más de lo necesario. Su gesto se ensombreció con la intuición de quien ha visto demasiadas veces el rostro de alguien que acaba de romperse por dentro. Pero no dijo nada. Se limitó a hacer una leve reverencia hacia Arthur y, con discreción, recogió una carpeta.

- Lo esperaré en el salón, señor Winters. - Y al pasar junto a Serena, apoyó brevemente una mano en su brazo, como una forma muda de decir: lo sé, niña, y aquí estoy, aunque me calle.

La puerta se cerró detrás de él, dejando a Serena sola con el hombre que había sido su refugio desde que perdió a su padre.

Arthur se volvió hacia ella. Alto, de cabello blanco perfectamente peinado y mirada de acero templado por los años, irradiaba esa mezcla de autoridad y calidez que lo había convertido en un patriarca respetado incluso por sus rivales.

- Serena. - Su voz se suavizó al pronunciar su nombre - No esperaba verte hasta más tarde.

La joven apretó los labios, conteniendo la marea que amenazaba con desbordarse. Caminó despacio hasta él, como si cada paso pesara toneladas.

- Tenía que hablar contigo, abuelo. - dijo, apenas controlando el temblor en su garganta.

Arthur frunció el ceño y la observó con la precisión de quien desarma un mecanismo.

- ¿Qué ha ocurrido? - preguntó, con esa calma peligrosa que precedía a cualquier tormenta suya.

Serena bajó la vista. Por un instante, dudó. La vergüenza volvió a ahogarla: la imagen de Damian con otra mujer, el recuerdo de lo que le había entregado, la certeza de haber sido ingenua. Se sintió pequeña, como la niña que había sido al llegar a su casa tras el funeral de su padre.

Pero no era una niña. Y no podía seguir callando.

- Lo vi… - susurró - A Damian. Con otra.

El silencio cayó sobre la habitación como un paño pesado.

Arthur no se movió. Solo un leve endurecimiento en la mandíbula delató la furia contenida bajo su compostura.

Serena levantó la cabeza, con lágrimas amenazando, pero sin dejar que cayeran.

- Me ha mentido todos estos años. Yo… yo lo creí todo. Creí que… - tragó saliva - que era amor. Y fui tan crédula que le di lo más valioso que tenía.

Arthur cerró los ojos un instante, como si el dolor de ella fuera también suyo. Cuando volvió a abrirlos, su mirada era la de un hombre dispuesto a protegerla a cualquier costo.

- Hija mía… - murmuró, con la ternura que solo usaba con ella - No tienes por qué sentir vergüenza. La culpa no es tuya.

Serena negó con la cabeza con un gesto brusco.

- No quiero convertirme en la mujer que se queda esperando, que perdona, que se arrastra. No seré eso, abuelo. No seré un cliché.

El hombre la contempló largo rato y en sus ojos apareció algo más que afecto: orgullo.

- Entonces dime qué quieres hacer. – le dijo en voz baja.

El temblor de sus manos se aquietó. Serena respiró hondo y sostuvo la mirada del hombre que había sido su guardián.

- Quiero marcharme. Quiero empezar de nuevo lejos de Damian, lejos de Londres. Ayúdame a salir de aquí.

Arthur Winters se acercó y le tomó las manos entre las suyas, grandes y firmes.

- Si esa es tu decisión, yo me encargaré de todo. - afirmó con la solemnidad de un juramento.

- ¿No me dirás que no? ¿Qué es peligroso? ¿Qué haré sola?

- Nunca te dejaré sola, pequeña. – le dijo un una sonrisa suave – Le prometí a tu padre que te protegería, pero es tu abuelo quien te habla ahora. – suspiró – Sé que puedo haberte presionado a estar con Damian de manera inconsciente, pero también sé que mi nieto no ve lo valiosa que eres. Es por eso que te ayudaré a salir de Londres para que puedas extender tus alas por ti misma. Te prometo que estaré cerca si me necesitas ¿De acuerdo?

- Abuelo… - le dijo abrazándolo con fuerza.

- Te amo, mi pequeña. Sé que harás lo mejor. Quiero ver lo que lograrás.- le dijo correspondiendo el abrazo – Ahora muestra tu brillo, cariño. Que esta noche ese niño tonto no vea tu dolor.

- Gracias, abuelo – le dijo antes de besarle la mejilla y salir del lugar.

Cuando Serena salió de la habitación, el silencio pesó unos instantes en el ambiente. Arthur suspiró, pasó una mano por su cabello y tomó el teléfono.

- Rafaele. - llamó con tono seco, aunque en el fondo de su voz se percibía una sombra de resignación.

- Amico Arthur Ciao!

- Necesito que la recibas.

- Quello?

- A mi nieta.

- Tua nipote?

- Vas a ayudarme o repetirás lo que digo como un loro.

- Calmati. Voglio solo capire.

- Mi nieto… Ese bastardo…

Del otro lado de la línea, una carcajada franca estalló.

- Visto? – dijo Rafaele - Alla fine, è successo quello che entrambi sapevamo sarebbe successo.

(¿Ves?Al final pasó lo que los dos sabíamos que ocurriría)

Arthur entrecerró los ojos, molesto más consigo mismo que con su amigo.

- No te burles. – gruñó - Solo intentaba darle un voto de confianza a Damian. Creí que podría manejarlo.

- Arthur, Arthur... - replicó Rafaele, aún divertido ahora en inglés - A veces te empeñas en negar lo evidente. Pero no te culpo, todos necesitamos creer en alguien de vez en cuando.

Arthur apretó los labios, sin responder de inmediato.

- Lo que importa ahora. - añadió Rafaele, con un dejo de complicidad - es que Dante va a estar muy feliz cuando vea a tu nieta. Eso sí que no lo va a poder disimular.

Por primera vez en toda la conversación, una ligera sonrisa se dibujó en el rostro de Arthur, aunque se apresuró a borrarla.

- Encárgate de que todo esté listo. - ordenó, recuperando su tono habitual – Te enviaré pronto la información de su vuelo.

- Descuida. - aseguró Rafaele - Aquí la espero.

Arthur colgó, pero la leve tensión en sus hombros lo delataba: había aceptado una derrota necesaria, aunque en su interior seguía resonando la advertencia que no quería admitir en voz alta.

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