El Último Baile
La música flotaba ligera en el aire, entre risas, copas y el murmullo de los empresarios que llenaban el salón. Serena habría saludado con gracia y cortesía, orgullosa de sostener el brazo de Damian, que la miraba como si ella fuera su pase al éxito.
- ¿Bailarás conmigo? - preguntó suavemente, aunque con la arrogancia de siempre, al verla dudar.
Ella lo miró un instante, consciente de todas las miradas. No le daría la escena que él esperaba. Con fría cortesía, aceptó y se dejó guiar hacia él.
Los violines comenzaron y Damian la estrechó contra sí.
- Te ves preciosa esta noche. - dijo con voz seductora, la misma que antaño la había hecho caer.
Serena lo miró, con los labios pintando una sonrisa vacía.
- ¿Crees que sirve de algo después de lo que vi esta tarde? - preguntó en un susurro que solo él pudo oír.
Damian ladeó una sonrisa cínica.
- No dramatices, Serena. Fue sólo sexo. Todos esperan vernos juntos. Es lo natural. Serás mi esposa como desea el abuelo.
El corazón de ella se tensó.
- ¿Esposa? - replicó con calma - ¿De verdad piensas que podría casarme contigo después de encontrarte en la cama con otra mujer?
Damian giró con ella en la pista, fingiendo un aire encantador frente a los invitados, pero sus palabras eran cuchillas.
- Así funcionan las cosas en nuestro mundo. El apellido, la imagen, los negocios… Lo sabes. - se inclinó apenas hacia su oído - Nadie espera fidelidad, Serena. Solo que seas la esposa perfecta.
La joven lo miró fijamente, sus ojos ardiendo con una dignidad que ya no era la de la niña crédula.
- ¿Y qué me dices de la lealtad? ¿De la confianza?
Damian sonrió, como si la pregunta fuera ingenua.
- Tengo demasiada líbido. - contestó con una franqueza repugnante - Tú eres dulce, pero sin experiencia. Una esposa correcta, nada más. Para darme hijos cuando sea el momento.
El mundo de Serena se tambaleó un segundo. No porque no lo supiera ya, sino porque oírlo de su propia boca era el golpe final.
Te di mi primera vez, confiando en ti. Y para ti no significó nada.
Pero no permitiría que su rostro lo delatara. La música seguía sonando, los ojos estaban puestos en ellos y ella sonrió con una elegancia que lo desconcertó.
- Entiendo. - dijo suavemente, aunque por dentro su corazón ardía en una mezcla de asco y determinación - Entonces entiendo que esta será tu propuesta, Damian. Darme tu apellido y tenerme en casa siendo una esposa correcta mientras tu te follas hasta las escobas hasta que debas cogerte a la inexperta para darte hijos que puedan heredar el legado que el abuelo ha pasado años en construir.
Él arqueó una ceja, seguro de que no hablaba en serio.
- Serena. No lo dije de esa manera.
- Ah, ¿No? Creo que usé tus palabras... Tal vez te escuché mal con el ruido ambiente. Olvídalo.
La joven se detuvo y suspiró.
- Me duelen los pies con estos tacones... Dejaremos el baile hasta aquí.
Con determinación, Serena giró sobre sus talones para alejarse de él y Damian se quedó quieto por un segundo en el centro de la pista antes de recuperar la compostura y fingir que no había pasado nada.
Pero Arthur, que observaba desde su mesa, reconoció en la expresión de Serena algo que su nieto nunca entendería: la certeza de una decisión irreversible.
- Niño tonto. - murmuró antes de levantar la copa hacia Serena quien se acercaba a la mesa.
La música ya se había apagado y los salones del hotel quedaban en penumbra, iluminados apenas por candelabros a media luz. Arthur se quedó en el balcón, copa en mano, mirando cómo algunos invitados se despedían mientras el eco de risas lejanas aún flotaba en el aire.
- Un banquete digno de nuestro linaje, chico. - comentó, sin volverse, cuando Damian se acercó tambaleante.
El joven dejó escapar una carcajada ronca. El alcohol le había entumecido el cuerpo, pero no del todo la lengua.
- Digno, dices… apenas un espectáculo para mantener las apariencias.
Arthur lo observó con seriedad, como quien mide a un hombre entre la sombra y la luz.
- No olvides quién eres, Damian. Los ojos del mundo están sobre ti, aunque pretendas que no importa.
Damian sonrió con ironía, inclinándose para darle una palmada pesada en el hombro.
- Y los tuyos también, abuelo. No me sermonees, no esta noche. Hoy hay que divertirse.
- Supongo que todos los días son así para tí...
- Tengo todo gracias a ti, abuelo. - le dijo arrastrando las palabras.
- Pero no te has ganado nada. Todo mi trabajo lo arrastras con tu conducta.
- Tengo, diecinueve años. No tengo que preocuparme por asumir las empresas aún. Tengo que gozar mi juventud antes de sentar cabeza.
Arthur suspiró, sabiendo que no arrancaría más de él. La arrogancia mezclada con el cansancio era un muro difícil de atravesar.
- Descansa, entonces. Mañana será otro día.
El joven alzó la copa vacía en un gesto burlón y se encaminó hacia su suite, los pasos resonando contra el mármol. Arthur lo siguió con la mirada, la frente marcada por una arruga de preocupación.
Fue imposible no compararlo con el hijo de Rafaele quien había asumido tareas en la empresa familiar desde los quince años trabajando como mensajero o estafeta. No tuvo cargos especiales al ser el hijo del CEO y el joven no se quejó. Al contrario, trabajó a la par de sus empleados quienes aprendieron a valorarlo y respetarlo por su trabajo y capacidades, no solo por el apellido.
Con un brindis al aire, esperaba que su nieto madurara o sería demasiado tarde.
Entre tanto Damian apenas alcanzó a dejar los zapatos en la entrada antes de desplomarse en el lecho. El alcohol lo arrastró en cuestión de minutos, hundiéndolo en un sueño profundo y desordenado. Afuera, el silencio de la madrugada se cerró sobre el hotel, mientras Arthur seguía en vela, guardando preguntas que todavía no tenían respuesta. Serena se marcharía al amanecer y no sabía que deparaba este cambio.