Isabella de Montclair ha pasado toda su vida bajo el peso de su linaje, prometida desde la infancia al príncipe Edmond de Arendelle en un matrimonio que sellaría la alianza entre sus familias. Ha aprendido a obedecer, a sonreír y a aceptar su destino sin cuestionarlo. Pero todo cambia cuando conoce a Alejandro, el valiente capitán de la guardia real. Lo que comienza como miradas furtivas y palabras robadas en la penumbra se convierte en un amor imposible, prohibido por las leyes de la nobleza y castigado con la muerte. Entre promesas susurradas y encuentros clandestinos, Isabella debe elegir entre el deber y su corazón. Cuando su amor es descubierto, Alejandro es marcado como traidor y ella es encerrada en una jaula dorada, obligada a casarse con el príncipe que nunca ha amado. Pero el verdadero amor no conoce cadenas, y Alejandro no está dispuesto a rendirse. Con el destino en su contra y la sombra de la guerra acechando, ¿podrán desafiar las reglas de su mundo y escribir su propia historia? O, por el contrario, ¿están condenados a ser víctimas de un amor que jamás debió existir?
Leer másLa noche cayó lentamente sobre el campamento. El sonido de las fogatas crepitando y el murmullo de las voces cansadas de los soldados llenaban el aire, pero dentro de la tienda de liderazgo, el silencio era casi palpable. Isabella y Alejandro, agotados tanto física como emocionalmente por el día, permanecieron sentados juntos, contemplando las estrellas que comenzaban a asomar en el cielo. El cansancio los había unido más que nunca, pero también les permitió ver con mayor claridad la enorme carga de las decisiones que habían tomado.- ¿Crees que realmente podamos mantener la paz? - preguntó Isabella, su tono grave, como si una sombra de duda la envolviera.Alejandro la miró, sus ojos oscuros reflejando la luz de las estrellas. Él siempre había sido un hombre de decisiones rápidas y certezas inquebrantables, pero este momento, este futuro incierto, le imponía una reflexión que nunca había tenido que hacer.- No lo sé - respondió, su voz más suave de lo que Isabella había esperado. - Pe
La tensión en el aire era palpable, como si la tierra misma respirara con cautela, esperando el próximo paso en esta compleja danza de poder y supervivencia. La noticia de los grupos disidentes no era un simple desafío político, sino una amenaza a todo lo que habían logrado, una fractura en la frágil paz que habían construido con tanto esfuerzo. Alejandro y Isabella sabían que el camino hacia la reconciliación no estaba libre de obstáculos, pero nunca imaginaron que los propios aliados se volvieran sus enemigos.A medida que la noticia se esparcía por el campamento, la incertidumbre se apoderó de los corazones de todos. Los que habían luchado juntos, los que habían perdido tanto, se encontraban ahora en una encrucijada moral. ¿Deberían unirse con fuerza y aplastar cualquier resistencia, o buscar el diálogo y la reconciliación, aunque eso significara arriesgar todo lo que habían alcanzado? Las dudas corrían como ríos invisibles, pero lo que más temían no era la violencia externa, sino
El tiempo continuó su marcha implacable, y aunque el silencio de la guerra había sido finalmente conquistado, la vida en el campo seguía siendo una lucha constante. Isabella y Alejandro se sumergieron en la ardua tarea de reconstruir no solo las ciudades, sino también la esperanza de un pueblo destrozado. Cada día traía consigo nuevos desafíos: la reconstrucción de la infraestructura, la reintegración de los soldados heridos, la ayuda a las familias huérfanas, y lo más difícil de todo, la reconciliación de corazones rotos.Una tarde, mientras Isabella recorría las ruinas de un pueblo cercano, un grupo de mujeres la rodeó. Sus rostros, marcados por el sufrimiento y la tristeza, mostraban una mezcla de respeto y temor hacia la mujer que había liderado la resistencia. Isabella se detuvo ante ellas, una mirada tranquila y serena en sus ojos, pero su alma estaba llena de una pesada carga. La guerra había dejado cicatrices que no solo estaban visibles en el paisaje, sino también en los cora
El sol ya comenzaba a ponerse cuando la última batalla terminó. El campo de guerra, que antes había sido un caos vibrante de espadas y gritos, ahora yacía en una calma tensa. La victoria era innegable, pero la paz parecía frágil, casi efímera. Isabella y Alejandro se mantenían en pie, rodeados por los restos de la destrucción, sus cuerpos cubiertos de sudor y sangre, pero su espíritu intacto. La luz del atardecer iluminaba sus rostros con una suavidad que contrastaba con la dureza del momento.Isabella observaba el horizonte, donde el sol se ocultaba lentamente, tiñendo el cielo de naranja y rojo. En su interior, una maraña de pensamientos recorría su mente. Habían ganado, sí, pero el precio que habían pagado había sido alto. Las vidas perdidas, las traiciones, las decisiones difíciles. Nada volvería a ser igual. Ella sabía que, aunque la guerra externa hubiera terminado, las batallas internas, las heridas invisibles, seguirían con ellos durante mucho tiempo."Todo esto por lo que luc
El choque de espadas resonó en el aire como un estrépito de trueno. Isabella, con una determinación feroz en los ojos, se enfrentó a Alaric. Cada movimiento era calculado, cada paso, una demostración de su maestría en el combate. La furia en su corazón la impulsaba más allá de los límites físicos, y sus movimientos se volvieron más rápidos, más certeros, como una tormenta en el campo de batalla.Alaric, por su parte, era un hombre temido por su crueldad y su destreza en combate, pero algo en la mirada de Isabella le hizo dudar por un instante. Tal vez no esperaba tal resistencia de la mujer a la que una vez había subestimado. Ella no solo luchaba por su vida, sino por un futuro que él estaba dispuesto a destruir. Y en ese enfrentamiento, algo comenzó a cambiar en él. La rabia y el odio que lo habían definido durante años empezaban a mezclarse con la duda. ¿Vale la pena todo esto? ¿Vale la pena continuar con esta guerra que le había arrebatado tanto?Pero ese breve instante de vacilaci
La última batalla estaba cerca. Los vientos de la guerra se sentían más feroces que nunca, y en el horizonte, los ejércitos de Alaric se agrupaban como una sombra amenazante. Sin embargo, la determinación en los ojos de Alejandro e Isabella nunca había sido más firme. A pesar de la tragedia que había caído sobre ellos con la pérdida de Gabriel, su voluntad de proteger a su reino y a las personas que amaban no había disminuido ni un ápice.La noche antes de la batalla final, Alejandro se encontró solo en su tienda de campaña, observando el mapa extendido sobre la mesa. Las líneas rojas marcaban las posiciones enemigas, las zonas de mayor riesgo, los puntos estratégicos. Todo parecía estar en su contra. Alaric había tomado ventaja en varias partes del campo, pero Alejandro sabía que no podían rendirse. No podían permitir que todo lo que habían perdido fuera en vano.Isabella entró en la tienda sin hacer ruido, su figura recortada por la luz de las antorchas que rodeaban el campamento. H
La batalla se alargaba más de lo que nadie había anticipado. La luz de la luna caía como una sombra sobre el campo de guerra, iluminando los rostros cansados y cubiertos de sudor, sangre y polvo. El rugido de las espadas chocando, el sonido de los cascos de los caballos y el retumbar de las catapultas eran los únicos ecos que llenaban el aire. Isabella y Alejandro no podían detenerse, sus cuerpos agotados, pero su voluntad era más fuerte que cualquier fatiga.Los dos se movían con destreza, luchando juntos, defendiendo lo que habían construido. Alejandro estaba al mando, guiando a sus tropas con una precisión que solo él conocía. Cada movimiento era calculado, pero también lleno de pasión. Sabía que no podía permitirse perder ni una sola batalla, no cuando su familia, su pueblo, todo lo que amaba estaba en juego.Isabella, por su parte, no era una guerrera entrenada, pero su valentía y determinación superaban cualquier habilidad física. Tomó una espada, y, con la ayuda de sus compañer
El amanecer de la batalla final llegó más rápido de lo que Isabella y Alejandro habían anticipado. La capital, que alguna vez estuvo llena de risas y alegría, ahora se veía sombría y cubierta de un manto de incertidumbre. Los ejércitos enemigos ya se encontraban a las puertas del castillo, y las tropas de Alaric, más fuertes que nunca, se alineaban como una marea de acero lista para engullirlo todo.En el interior del castillo, el ambiente era tenso. Los soldados se preparaban para lo que parecía ser una lucha sin cuartel, mientras que los habitantes de la ciudad se refugiaban en los pasillos subterráneos que se habían construido como precaución. El rugir de los cañones y las trompetas resonaban a lo lejos, una advertencia de lo que se avecinaba.Alejandro no perdió tiempo. Desde la madrugada, su rostro ya estaba marcado por la determinación. Se vestía con su armadura de guerra, su espada al cinto, y una capa que ondeaba con fuerza ante la brisa helada. La mirada de su esposa lo acomp
La guerra se desató, aunque la batalla final aún no había llegado. Los ejércitos de Alaric cruzaron la frontera, y la situación se tornó más seria de lo que todos habían anticipado. En un abrir y cerrar de ojos, los soldados del sur marcharon sobre las colinas que delimitaban el territorio del reino de Isabella y Alejandro, buscando ganar terreno rápidamente.A pesar de las noticias que llegaban de los puestos de avanzada, Isabella y Alejandro no se dejaron llevar por el miedo. Prepararon a su ejército, fortaleciendo las defensas en las ciudades más vulnerables. Los artesanos trabajaron día y noche, fabricando armamento, mientras los campesinos y comerciantes fueron llamados a apoyar en lo que pudieran, asegurando las rutas de suministro y creando fortificaciones improvisadas a lo largo de la frontera. Los generales leales a Alejandro, algunos de los más experimentados en la región, trabajaron junto a los nuevos oficiales para coordinar la defensa de cada sector del reino.Sin embargo