Las puertas del palacio estaban abiertas, pero el silencio que las rodeaba parecía aún más pesado que el caos de la batalla que se desató fuera de sus muros. El palacio, una vez símbolo de poder y opresión, ahora se encontraba vacío y sombrío. No quedaba ni un vestigio de la grandeza que una vez había ostentado. Los opulentos candelabros, ahora apagados, parecían ser solo sombras del pasado. En el aire flotaba un aroma a polvo, a años de desdén y descomposición.
Isabella y Alejandro permanecieron en el umbral de la sala del trono, observando la enorme cámara que antes había sido la sede de las decisiones de Edmond. El trono, cubierto de oro y adornos, ahora parecía una reliquia sin propósito. Un vacío palpable llenaba la estancia, un vacío que no solo era físico, sino también emocional. Había caído un régimen, pero el costo había sido altísimo.
-¿Qué hacemos ahora? -preguntó Alejandro, su voz grave y resonante, como si las palabras mismas fueran pesadas al salir de su boca.
Isabella l