7

El estruendo de la explosión aún resonaba en el campo de batalla cuando Isabella ayudó a Alejandro a levantarse. Él tambaleó por un momento, su respiración entrecortada, pero la adrenalina lo mantuvo en pie. La herida en su frente sangraba profusamente, pero eso no importaba ahora. Lo que importaba era aprovechar la confusión y contraatacar antes de que Edmond reorganizara sus filas.

Los soldados de la resistencia, al ver la oportunidad, alzaron sus armas y avanzaron con renovado ímpetu. Tristan, al frente de la carga, rugió con la fuerza de un líder curtido en batalla.

-¡Ahora! ¡No les demos tiempo de recuperarse!

Los guerreros respondieron con un grito ensordecedor, corriendo entre el humo y las llamas. Las filas enemigas, aún aturdidas por la explosión, se rompieron en el caos. Algunos soldados de Edmond intentaron reorganizarse, pero la resistencia cayó sobre ellos como una tormenta de acero y furia.

Isabella sintió cómo su cuerpo se movía casi por instinto. Esquivaba golpes, bloqueaba ataques, hundía su espada en los cuerpos de los soldados enemigos sin titubear. Ya no era la joven noble encerrada en un castillo de mármol, protegida por muros de piedra. Se había convertido en una guerrera.

Alejandro, a su lado, luchaba con la misma fiereza. A pesar de la herida en su frente y el agotamiento acumulado, no se detenía. Cada golpe suyo era certero, cada movimiento una danza mortal. Sabía que si caía, Isabella caería con él. Y no estaba dispuesto a permitirlo.

Desde su posición elevada en el campo de batalla, Edmond observaba la debacle con una expresión de furia contenida. Su ejército, el que se suponía invencible, estaba siendo destrozado por un grupo de rebeldes que, hasta hace poco, eran considerados poco más que ratas escondidas en una fortaleza en ruinas.

-¡Refuercen la línea! -bramó, montando su caballo negro y desenvainando su espada.

Los soldados que aún podían pelear se reagruparon a su alrededor. Edmond no era un rey que se limitaba a dar órdenes desde la distancia. Era un guerrero experimentado y, si debía mancharse las manos de sangre para recuperar el control de la batalla, lo haría sin dudar.

-¡Acaben con ellos! -ordenó, y se lanzó al combate, seguido por su guardia personal.

La llegada de Edmond cambió la dinámica del enfrentamiento. Sus hombres recuperaron el coraje y comenzaron a empujar a la resistencia hacia atrás. La ventaja que Isabella y los suyos habían ganado con la explosión comenzaba a desvanecerse.

Fue entonces cuando Isabella lo vio.

Edmond, con su imponente armadura negra y su espada bañada en sangre, cortaba a través de sus compañeros como si fueran de papel. Su presencia era como la de un dios de la guerra en la tierra. Y se dirigía directamente hacia ellos.

-¡Alejandro, Edmond está viniendo!

Alejandro levantó la vista justo a tiempo para ver al rey desmontar de un salto y avanzar con pasos decididos.

-Nosotros también vamos hacia él.

Isabella lo miró con sorpresa, pero no discutió. Sabía que no podían huir. No después de todo lo que habían luchado.

Juntos, corrieron al encuentro del rey.

El choque de espadas resonó con tal fuerza que Isabella sintió la vibración recorrer sus brazos. Alejandro había bloqueado el primer ataque de Edmond, pero el impacto lo hizo retroceder unos pasos. El rey era fuerte, más de lo que habían anticipado.

-Eres más resistente de lo que pensaba, traidor -dijo Edmond, su voz gélida.

-Y tú más débil de lo que imaginaba -respondió Alejandro con una sonrisa burlona, aunque su respiración entrecortada traicionaba su fatiga.

Edmond lanzó un segundo golpe, esta vez dirigido a Isabella. Ella apenas tuvo tiempo de alzar su espada para detener el filo. La fuerza del impacto hizo que sus piernas temblaran, pero se mantuvo firme.

-No dejaré que me arrebates lo que he elegido -dijo Isabella, sus ojos encendidos de determinación.

Edmond inclinó la cabeza, como si la estudiara por primera vez.

-Curioso... Nunca creí que tú, una dama criada en la nobleza, terminarías en este lodazal, ensuciándote con la sangre de soldados.

-Porque nunca me conociste realmente -escupió ella, lanzando un tajo que Edmond bloqueó sin esfuerzo.

El combate continuó con una intensidad abrumadora. Alejandro e Isabella luchaban juntos, cubriéndose las espaldas, mientras Edmond respondía con una precisión letal. Cada movimiento suyo era calculado, cada ataque tenía la fuerza de años de entrenamiento y experiencia en el campo de batalla.

A pesar de su valentía, Isabella y Alejandro comenzaban a agotarse. Edmond lo notó y sonrió con crueldad.

-Esto termina aquí.

Con un giro rápido, desarmó a Alejandro con un golpe devastador, enviando su espada lejos. Luego, con una patada, lo hizo caer al suelo.

-¡No! -gritó Isabella, lanzándose sobre el rey.

Pero Edmond era más rápido. Con un movimiento fluido, esquivó su ataque y la tomó por el cuello, levantándola con facilidad.

-¿Y ahora qué harás, princesa? -susurró, apretando su agarre.

Isabella se retorció, intentando liberarse, pero sus fuerzas flaqueaban.

Alejandro, desde el suelo, vio la escena con horror. No podía permitir que Isabella muriera. Con un esfuerzo sobrehumano, se lanzó hacia su espada caída, tomándola justo cuando Edmond levantaba la suya para el golpe final.

En el último segundo, Alejandro hundió su espada en el costado del rey.

Edmond abrió los ojos con sorpresa, soltando a Isabella mientras su propia sangre comenzaba a brotar de la herida.

-Tú...

Alejandro, jadeando, sacó su espada y retrocedió, viendo cómo Edmond tambaleaba.

El rey cayó de rodillas, con una expresión de incredulidad en su rostro.

-No... puede... ser...

La batalla alrededor se detuvo. Los soldados de Edmond vieron caer a su líder y el pánico se apoderó de ellos. Sin su rey, no había nadie que los dirigiera.

Fue entonces cuando Tristan levantó su espada y gritó:

-¡El rey ha caído! ¡La guerra es nuestra!

El grito de victoria se propagó como un incendio. Los soldados de la resistencia lanzaron un último ataque y los enemigos, desmoralizados, comenzaron a huir.

Isabella cayó de rodillas junto a Alejandro, su respiración entrecortada.

-Lo logramos... -susurró él, mirando el cuerpo inmóvil de Edmond.

Ella asintió, pero sabía que la guerra no terminaba ahí. Aún quedaba mucho por hacer.

Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, había esperanza.

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