6

El amanecer trajo consigo un aire gélido que calaba hasta los huesos. La fortaleza de la resistencia estaba en completo movimiento. Guerreros ajustaban sus armaduras, revisaban sus espadas y formaban filas en espera de las órdenes. La tensión en el ambiente era palpable; todos sabían que ese día decidiría el futuro del reino.

Isabella se colocó su armadura de cuero, sintiendo el peso de cada correa ajustándose a su cuerpo. Era extraño pensar que, hace solo unas semanas, era una noble protegida tras los muros de un castillo, vestida con sedas y joyas. Ahora era una soldado, con las manos endurecidas por la espada y la piel marcada por el entrenamiento.

Alejandro se acercó a ella, con su capa oscura ondeando con la brisa matutina. Su mirada era firme, pero en el fondo, Isabella notó algo más: preocupación.

-¿Lista? -preguntó él, colocando una mano sobre su hombro.

-Lo estaré -respondió ella, inspirando hondo.

Alejandro deslizó sus dedos por la mejilla de Isabella con ternura, como si quisiera memorizar cada facción de su rostro antes de la batalla.

-Prométeme que no te lanzarás a una pelea que no puedes ganar.

-Solo si tú me prometes lo mismo.

Alejandro sonrió levemente, pero no respondió. Ambos sabían que esa era una promesa difícil de cumplir.

Tristan apareció entre las filas de la resistencia, montado en su caballo negro.

-¡Todos a sus posiciones! Edmond no tardará en llegar.

El estruendo de cientos de botas resonó mientras los guerreros formaban filas. Isabella montó su caballo junto a Alejandro, con la mirada fija en el horizonte.

El sol había ascendido lo suficiente como para iluminar el valle frente a la fortaleza. Y entonces, lo vieron.

Un mar de estandartes con el emblema del rey Edmond apareció en la distancia. Cientos de caballos avanzaban en formación, sus cascos golpeaban el suelo con un ritmo que recordaba a un trueno creciente. Entre ellos, los caballeros de la Guardia Real, con sus armaduras doradas reluciendo bajo la luz del sol.

Isabella sintió un nudo formarse en su estómago.

-Son más de los que esperaba -murmuró.

Tristan, sin apartar la vista del enemigo, respondió con calma:

-Y nosotros somos menos. Pero la cantidad no siempre gana una batalla.

La resistencia estaba oculta en las colinas, con arqueros apostados en los puntos estratégicos. Los combatientes de a pie se ubicaron en la base de la fortaleza, listos para defender su territorio con cada gota de sangre si era necesario.

El líder de la resistencia levantó su espada y exclamó con voz firme:

-¡Hoy no peleamos por gloria ni riquezas! ¡Peleamos por nuestra libertad! ¡Por nuestros seres queridos! ¡Por todo lo que Edmond nos ha arrebatado! ¡Haremos que nos recuerden no como rebeldes, sino como los que derribaron a un tirano!

Los gritos de guerra resonaron en toda la fortaleza. Isabella sintió su corazón latir con fuerza. No había marcha atrás.

Edmond, vestido con una reluciente armadura negra, se adelantó al frente de su ejército. Su expresión era fría, carente de emoción, como si estuviera completamente seguro de su victoria.

-¡Entreguen a la mujer y al traidor, y les perdonaré la vida! -gritó, su voz retumbando en el valle.

Isabella sintió el peso de todas las miradas sobre ella. Sabía que podía terminar todo si se entregaba. Pero también sabía que Edmond nunca cumpliría su palabra.

Apretó los puños y miró a Alejandro.

-Nunca.

La respuesta fue clara y desafiante. Edmond sonrió con desprecio.

-Entonces, que comience la masacre.

Levantó su mano, y con un solo movimiento, su ejército avanzó como una ola destructiva.

La batalla había comenzado.

El choque de espadas, los gritos de guerra y el estruendo de los caballos llenaron el aire. La resistencia resistió el primer impacto con todas sus fuerzas. Flechas silbaron desde las colinas, derribando a varios soldados enemigos antes de que llegaran a la línea de combate.

Isabella luchaba con una destreza que jamás imaginó que poseía. Cada movimiento que había aprendido en su entrenamiento ahora se convertía en su única salvación. Su espada cortaba el aire, bloqueando ataques y contraatacando con precisión.

Alejandro, a su lado, se movía con la agilidad de un guerrero nato. A pesar de su herida reciente, peleaba con la furia de alguien que no tenía nada que perder y todo por lo que luchar.

-¡Aguanten la línea! -rugió Tristan, decapitando a un soldado enemigo.

Pero la batalla no estaba a su favor.

Por cada soldado de Edmond que caía, otros dos parecían tomar su lugar. La resistencia, aunque valiente, estaba en desventaja numérica. Isabella vio a uno de sus compañeros caer junto a ella, su pecho atravesado por una lanza.

-¡No podemos mantenernos así mucho tiempo! -gritó Isabella mientras esquivaba un golpe.

Alejandro, con la respiración agitada, miró a su alrededor y comprendió la realidad: si no encontraban una forma de inclinar la balanza, la resistencia sería aniquilada.

Entonces, vio la oportunidad.

Detrás de la primera línea del ejército de Edmond, cerca de su estandarte, había una fila de carros con suministros y pólvora. Si lograban hacerlos explotar, podrían crear suficiente caos para cambiar el curso de la batalla.

-¡Isabella, necesito que confíes en mí! -gritó Alejandro sobre el ruido de la guerra.

Ella apenas tuvo tiempo de responder antes de que él tomara su mano y la guiara hacia los carros de pólvora.

Mientras tanto, Tristan y los otros intentaban mantener la línea de defensa, aunque cada vez era más difícil.

Isabella y Alejandro lograron llegar a los carros, esquivando espadas y flechas en el camino. Alejandro tomó una antorcha y miró a Isabella con determinación.

-Corre tan rápido como puedas.

-No te dejaré solo.

-Isabella, si nos quedamos aquí, moriremos. ¡Ve!

Ella dudó, pero el tiempo apremiaba. Corrió unos metros y se giró justo a tiempo para ver cómo Alejandro arrojaba la antorcha sobre los barriles de pólvora.

El estallido fue ensordecedor.

El suelo tembló cuando las llamas devoraron los carros y una gran explosión sacudió el campo de batalla. Hombres y caballos volaron por los aires, el caos se extendió por las filas de Edmond, y la resistencia aprovechó el momento.

Isabella corrió de vuelta hacia donde estaba Alejandro. Lo encontró en el suelo, cubierto de polvo y con una herida sangrante en la frente.

-¡Alejandro!

Él parpadeó, aturdido, pero sonrió débilmente.

-Funcionó...

Ella lo ayudó a ponerse en pie justo cuando Tristan y los otros guerreros comenzaron a avanzar, aprovechando la confusión del enemigo.

Edmond, furioso, miró la escena desde la distancia. Sabía que la batalla no se inclinaba a su favor.

Y por primera vez en su vida, entendió que estaba perdiendo.

Pero no se rendiría tan fácilmente.

La guerra aún no había terminado.

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