El choque de espadas resonó en el aire como un estrépito de trueno. Isabella, con una determinación feroz en los ojos, se enfrentó a Alaric. Cada movimiento era calculado, cada paso, una demostración de su maestría en el combate. La furia en su corazón la impulsaba más allá de los límites físicos, y sus movimientos se volvieron más rápidos, más certeros, como una tormenta en el campo de batalla.
Alaric, por su parte, era un hombre temido por su crueldad y su destreza en combate, pero algo en la mirada de Isabella le hizo dudar por un instante. Tal vez no esperaba tal resistencia de la mujer a la que una vez había subestimado. Ella no solo luchaba por su vida, sino por un futuro que él estaba dispuesto a destruir. Y en ese enfrentamiento, algo comenzó a cambiar en él. La rabia y el odio que lo habían definido durante años empezaban a mezclarse con la duda. ¿Vale la pena todo esto? ¿Vale la pena continuar con esta guerra que le había arrebatado tanto?
Pero ese breve instante de vacilaci