La siguiente mañana, el aire fresco y renovado de la capital parecía infundir una extraña sensación de esperanza en el corazón de Isabella, a pesar de las incertidumbres que aún acechaban. Los ecos de la batalla del día anterior seguían resonando en las calles, y aunque el reino estaba en ruinas, la sensación de haber vencido al régimen tiránico de Edmond era palpable. Sin embargo, los desafíos que se presentaban ante ellos eran vastos y complejos. La reconstrucción no solo era física, sino también emocional y social. La gente, después de tantos años de opresión, no cambiaría sus corazones ni sus mentes de la noche a la mañana.
Isabella se encontraba en una de las salas del palacio, observando las primeras luces del día que se filtraban a través de las enormes ventanas, mientras los últimos vestigios de la noche se desvanecían. Alejandro estaba a su lado, su figura tan imponente como siempre, pero su rostro revelaba los signos de la fatiga acumulada. Ambos sabían que la calma era mome