Mundo ficciónIniciar sesiónAlejandro Herrera Cruz, director ejecutivo de **Soho Grup Ltd.**, tenía treinta y ocho años y veía a su esposa como un simple símbolo de estatus. Entre ellos no había amor. Su relación era fría, distante, casi vacía. En cinco años de matrimonio, nada había sido especial, salvo el hecho de que **Valentina Márquez de Herrera** era la nuera favorita de los padres de Alejandro. Él amaba a otra mujer: **Camila Rojas**, una modelo de poca fama pero de gran belleza. Su madre nunca aprobó esa relación, y por eso Alejandro se casó con Valentina, una mujer dulce y obediente, perfecta para mantener las apariencias. Su mundo giraba solo en torno al trabajo y a Camila. Valentina no era más que una figura decorativa en su vida. Pero todo cambió después del accidente que dejó a Valentina sin vista. Al despertar del coma, ella sorprendió a todos al pedir el divorcio. Alejandro no podía creerlo. Aún más cuando Valentina exigió todos los bienes y acciones que le correspondían según el acuerdo prenupcial. Sin embargo, pronto Alejandro descubrió algo que lo dejó helado: el accidente no había sido casual. Alguien lo había planeado. Y ese mismo enemigo también buscaba destruir **Soho Grup Ltd.** Mientras Valentina seguía firme con su decisión, comenzó a entender que nada de lo que le pasó fue por azar. ¿Seguiría con su deseo de separarse? ¿O se uniría a Alejandro para descubrir la verdad y salvar la empresa… y quizás, también, sus propios corazones?
Leer más—¿Está el señor? —preguntó una voz femenina, haciendo que Diana, la secretaria de Alejandro Herrera Cruz, levantara la vista de inmediato.
La mujer que ahora se encontraba frente a ella era, sin duda, hermosa. Pero ni siquiera esa belleza podía despertar en Diana un ápice de simpatía.
De nada sirve ser bonita —pensó con desdén— si lo que haces es destruir el hogar de otra mujer.Por un instante quiso decir que su jefe estaba ocupado, pero el mensaje que Alejandro le había dado hacía media hora seguía resonando en su mente:
“Di, si Camila viene a buscarme, déjala pasar de inmediato. Cancela las reuniones que tenga después.”
Diana no se atrevía a contradecir una orden directa de Alejandro, sobre todo cuando usaba ese tono.
—Sí, señorita. Pase directamente, el señor la está esperando —respondió con una sonrisa forzada.Sin dar las gracias, la mujer de cabello rojo oscuro atravesó la oficina dejando tras de sí una estela de perfume caro. Diana soltó un leve chasquido con la lengua, frustrada. Aquella mujer no conocía la palabra gratitud. Y su jefe... su jefe parecía haber perdido completamente la cabeza.
—Traer a la amante al trabajo… eso sí que es tentar a la suerte —murmuró. Pero claro, ¿cómo iba a protestar? Necesitaba el sueldo generoso que recibía de Soho Group.
—Pobre señora Valentina —susurró mientras volvía a su escritorio—. ¿Qué le falta a ella? Es preciosa, refinada... No entiendo cómo puede preferir a esa bruja. Sí, muy guapa, pero igual de bruja.
Diana continuó murmurando para sí, sin intención alguna de volver a sus tareas. Su mirada se dirigió, curiosa, a la oficina de su jefe, que solía poder observar desde su puesto. Esta vez, sin embargo, las cortinas estaban casi completamente cerradas.
—Y el jefe… como si no tuviera dinero para hacer sus cosas fuera del trabajo —resopló con ironía.
Dentro, el dueño de la oficina revisaba con atención un informe.
—¿Ya terminaste el reporte financiero que te pedí, Di? —preguntó sin levantar la vista.Camila no respondió.
—¿Di? —repitió él, algo irritado, apartando los papeles. Tenía tanto por hacer antes de que llegara su amante…—. ¿Camila? ¿Ya estás aquí? —Su voz cambió de inmediato, el fastidio desapareció para dar paso a una sonrisa amplia.Se levantó con rapidez para recibirla. Ella le devolvió una sonrisa cargada de intención.
—Deja de trabajar tanto, Alejandro. He venido y ni siquiera me miras —protestó ella, con un deje de ternura fingida.Él no contestó. En lugar de eso, posó un largo beso sobre sus labios y, con la otra mano, tomó el control remoto que accionaba las cortinas automáticas. En cuestión de segundos, la habitación quedó completamente aislada del exterior.
—¿Por qué las cierras? —preguntó Camila con una sonrisa traviesa. Sabía perfectamente por qué. Llevaban casi dos semanas sin verse, y el deseo acumulado los envolvió como una tormenta, haciéndolos olvidar dónde estaban. El tiempo, el lugar, las consecuencias… nada importaba mientras la pasión los consumía.
Pronto, el silencio de la oficina se llenó de jadeos y susurros que habrían estremecido a cualquiera que los escuchara. Lo que ninguno de los dos imaginaba era que alguien los había visto.
Desde la puerta entreabierta, una figura observaba la escena con el corazón encogido. Sus ojos se llenaron de lágrimas, incapaces de negar la traición que tenía ante sí.
—¿Qué me falta, Alejandro? —susurró, con la voz rota, antes de cerrar la puerta con cuidado.Se alejó con paso rápido, ignorando los llamados de Diana, que la miraba con compasión desde su escritorio.
Tama ladeó ligeramente la pantalla de su teléfono, disfrutando de las fotos que se mostraban. Cada toma hacía que la sonrisa en sus labios se acentuara más. Había una imagen cuyo ángulo de captura era tan perfecto... como si un pequeño altercado se hubiera convertido en un gran caos.Justo como él quería.Por no hablar de la grabación de CCTV que consiguió con tanta facilidad. Ni siquiera se dio cuenta de que su asistente estaba de pie frente al escritorio.—Señor... —Emir llamó suavemente.Tama exhaló molesto, y luego bajó el teléfono. —¿Estuvieron de acuerdo? —preguntó sin preámbulos.—De acuerdo, señor. Todo fue muy fluido. La Señorita Camila tampoco cambió mucho el contenido del acuerdo. El valor es bueno, por eso no protestó.—Incluso si prote
Alejandro se frotó la cara con brusquedad, su respiración agitada. Su ira aún no disminuía. ¿Cómo podía Camila actuar de forma tan imprudente? ¿Sin pensar en el riesgo? ¿Sin pensar en su propio nombre?Miró a un lado. Camila dormía profundamente en el asiento del pasajero, su cabeza inclinada, su respiración pesada por el alcohol. Esa imagen le golpeó el pecho, haciendo que la ira que ardía antes se apagara en una amarga sensación de culpa.En el asiento delantero, Sofi miraba hacia atrás de vez en cuando, inquieta. Alejandro conocía bien esa mirada. Río, que conducía a una velocidad constante, parecía igual de tenso.—Gracias por cuidar de Camila —dijo finalmente Alejandro, su voz baja pero firme. —Si no fuera por ustedes... quién sabe qué habría pasado.Ni siquiera podía
Pero, ¿esta noche? No había invitación. No había compañeros de trabajo. Solo Camila... buscando escapar.—¡¡¡Fuera de aquí!!! —Camila gritó de repente, sus ojos rojos, salvajes. Miró a Sofi y a Río como si fueran dos intrusos en su vida. —¡No se metan en mis asuntos!—Miss, vamos a casa, ¿sí? —Sofi suplicó suavemente. Tocó el brazo de Camila, y fue inmediatamente rechazada.—¡Váyanse!Río dio un paso adelante. —Miss, ya basta de beber. —Su voz era firme, pero llena de preocupación. Pero Camila lo apartó, su cuerpo se tambaleó, el fuerte olor a alcohol picaba.¿Por qué se empeñaban tanto en entrometerse en sus asuntos?—¿Qué está pasando aquí? —dijo la voz de un ho
No sabía cuántos vasos de alcohol habían pasado por su garganta. Camila ya ni siquiera llevaba la cuenta. Sus ojos estaban perdidos, recorriendo a los clientes que se mezclaban en la pista de baile: algunos reían, otros flirteaban y otros bailaban con confianza como si no hubiera un mañana.No le importaba.Solo le importaba una cosa: escapar de todo lo que le oprimía el pecho. La decepción, la rabia, el odio... todo golpeaba su pecho y le hacía pesada la respiración.—Uno más —dijo, entregando el vaso vacío al camarero.—Miss, esta es la cuarta copa —dijo el camarero, dudando.—Una más —repitió Camila fríamente, ignorando a Sofi que llevaba un rato tirando de su brazo.Desde que regresó de su encuentro con Alejandro, Camila había estallado. No volvió con una sonrisa, sino con una
—¿Qué marca es esta? —preguntó Alejandro, tratando de mantenerse objetivo.—Vestidos de noche y zapatos hechos a medida —respondió Candra con entusiasmo.Alejandro pensó por un momento, luego evaluó con un tono neutral: —Para vestidos de noche, el rostro de Camila es apropiado. Profesional. Lo hemos comprobado nosotros mismos.—¿Sigue bajo contrato? —preguntó Tío rápidamente.—No —respondió Alejandro al instante. —Solo fue imagen promocional, no brand ambassador. Para BA es mínimo un año, ¿verdad?Los dos hombres se miraron e hicieron un gesto de asentimiento decidido. —Parece que estamos más convencidos, señor.—Espero que les funcione —dijo Alejandro secamente.Pero, ¿su corazón? Estaba hecho un caos.Camila
¿La conversación con Valentina hizo que Alejandro se sintiera tranquilo? No. En absoluto.De hecho, se quedó sentado en silencio, mirando el techo oscuro de la habitación del hotel. El aire fresco del aire acondicionado debería haber sido relajante, la luz suave de la lámpara de noche debería haberlo adormecido. Pero el contenido de su cabeza no dejaba de dar vueltas: cada palabra que Valentina había lanzado se clavaba sin piedad.¿Por qué insisto? La pregunta golpeaba una y otra vez.Durante todo este tiempo, el deseo de divorciarse había sido claro. Casarse con Camila. Vivir feliz. Cumplir todos los sueños que se susurraban en la cama después de besarse. Antes, eso parecía el camino trazado.¿Ahora? El camino estaba borroso.Alejandro se cubrió la cara con las palmas de las manos. —No amo a Valentina... solo siento l&aacu
Último capítulo