Aquella tarde, Valentina dormía, o al menos lo intentaba. Pero de pronto, un dolor agudo, insoportable, le atravesó la cabeza. Soltó un grito ahogado mientras se llevaba las manos al cabello, tirando de él con desesperación.—¡Ah! —exclamó entre jadeos, obligándose a incorporarse. Ante sus ojos, solo había sombras, una penumbra rota por destellos imprecisos.Los sonidos del pasado regresaron como un eco que no quería callar: el chirrido de los frenos, el golpe del metal, los gritos pidiendo ayuda. Era su propia voz, su propio miedo repitiéndose una y otra vez en sueños. No era fácil olvidar aquel horror. Había tratado de desterrarlo de su mente, pero volvía siempre, como una marea oscura.Hubo un tiempo en que su vida parecía perfecta. Nacida en una familia respetable, había perdido a sus padres siendo apenas una adolescente, pero sus abuelos la cuidaron con amor incondicional. Se graduó, trabajó, soñó como cualquier joven. Y cuando el destino la emparejó con Alejandro por un acuerdo
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