Mundo de ficçãoIniciar sessão¿Qué pasaría si un día descubres que eres el blanco de un grupo terrorista y el único hombre que puede ayudarte es un guerrillero? Kamila McClellan enseña idiomas en Washington DC, hasta el día en que se convierte en el blanco terroristas. El FBI interviene, pero cuando parece que solo la están usando como carnada, el general McClellan, padre Kamila, solicita la ayuda del único hombre en el que sabe que puede confiar: el ex SEAL de la Armada Amer Len. En su remota cabaña en las montañas, Amer pensó que había dejado la Guerra atrás. Sin embargo, ahora está atrapado protegiendo a una belleza de ojos azules de agentes federales ambiciosos y yihadistas enloquecidos. Aunque más inquietante es el hecho de que la encantadora Kamila, parece decidida a destruir su aislamiento autoimpuesto. Amer hace todo lo posible para resistir sus formas embriagadoras, pero puede sentir cómo su resistencia se va desmoronando poco a poco. Con el FBI pisándole los talones y los terroristas no muy lejos, Amer voluntariamente libra una guerra de un solo hombre en defensa de la mujer cuya pasión y fe le han dado la fuerza para superar su pasado. Pero, ¿será suficiente para mantenerla a salvo?
Ler maisEMILIA (CINCO AÑOS DESPUÉS)
Perdí cinco años de mi vida creyendo que el amor puede nacer del odio. Hoy vine a su habitación a devolverle su libertad, y yo reclamar la mía. Me paré frente a la puerta de su habitación con el folder abierto. Observé una última vez el papel que relucía en letras rojas: Acuerdo de divorcio. Tomé aire y pasé. — ¿Qué haces aquí? —Escuché su voz cruel retumbando en mis oídos. Avancé con paso firme, sin pestañear. Ya había tomado la decisión y no había marcha atrás. — Te traje un regalo —. Caminé con el corazón estrujado en la mano. Vi su cara de desprecio y eso fue suficiente para tomar valor y enfurecer. Le aventé la carpeta con los documentos a la cara, y el sonido del golpe seco, hizo eco en la habitación al caer los papeles de su regazo. — ¿Qué es esto? —Me miró confundido porque no estaba entendiendo nada. — Tu libertad —. Y la mía. Pensé en el fondo—. Como ves, tuve los malditos ovarios para firmar el acuerdo de divorcio. Fírmalo de una buena vez y no nos volvamos a ver nunca más. Dicho esto, me di la media vuelta, salí de la habitación, tomé mi maleta y no lo volví a verlo más. ------------------------------------------------------------------- EMILIA (CINCO AÑOS ATRÁS) Me pasé mi noche de bodas sola en una habitación de hotel porque mi esposo se fue con otra. A esa conclusión había llegado, ya que su primer amor se había presentado en nuestra boda, como una invitada más. El reloj en la pared marcaba las horas con una lentitud cruel, llenando el silencio de la habitación con un eco que parecía burla. Era estúpido que siguiera con el vestido de novia puesto. El corsé aún me apretaba el pecho, el velo caía sobre mis hombros. Era un recordatorio de que esa imagen de novia no era más que una farsa a la que accedí en contra de mi voluntad. No debería estar sola en mi noche de bodas. Pensé en el fondo. Sabía que él no vendría. Al menos, no como un esposo. Me senté al borde de la cama para quitarme las zapatillas. Los tacones me estaban matando. Eran casi las cuatro de la mañana cuando la puerta se abrió de golpe, estrellándose contra la pared con una fuerza que hizo temblar el piso. Di un respingo por el escándalo. Brandon cerró con un portazo, y caminó hacia mí, tambaleándose. Mi esposo, era el hombre que odiaba con cada fibra de mi ser. Al menos eso quería creer, porque en el fondo sabía que eso no era verdad. Su presencia llenó la habitación con la misma intensidad que un incendio forestal, devorando todo a su paso. Olía a whisky y tabaco. A desesperación, recelo, y odio, por la forma en que me vio. No dije nada, solo lo observé. Su camisa desabotonada, la corbata aflojada, el cabello despeinado como si hubiera pasado la noche entre copas y compañía. Su mandíbula apretada, la mirada azul cargada de rencor y furia contenida. Me quedé en silencio hasta el momento en que él lo rompió. — Levántate —. Su voz fue una espada afilada blandiendo en una guerra. Dura, fría, irrevocable. Era esa arma que buscaba matar al enemmigo. Yo no quería ser su enemiga, pero él pensaba diferente. No me moví. No porque no pudiera, sino porque sabía que no tenía por qué obedecerlo. Entonces, él avanzó hacia mí con una lentitud amenazante. Sus zapatos retumbaron en el piso de mármol, con cada paso, reduciendo la distancia entre nosotros hasta que la sombra de su cuerpo me cubrió por completo. — Te dije que te levantes. Me acomodé sobre la cama, dejando caer las zapatillas. No iba a dejar mi plan inicial por su llegada. — No —. Mi voz salió más suave de lo que quería, pero sin temblar—. Lo que tengas que decirme, dímelo ahora. Brandon sonrió. No con diversión, sino con crueldad. Como si mi sola existencia le causara asco. — Vaya, la muñeca de los Ricci habla. Sentí un escalofrío, de esos que anuncian que las cosas no van a ir bien. — No sé qué crees que ganaste con esta farsa, pero déjame dejarte algo claro desde ahora —. Brandon se inclinó sobre mí. Pude notar su aliento cálido con los restos del whisky chocando contra mi piel—. Tú y yo somos esposos solo de nombre. Sentí una punzada en el pecho. No porque esperara amor, sino porque nunca en mi vida alguien me había mirado con tanto desprecio como él lo estaba haciendo. — No esperes que te toque. Una estaca se incrustó en mi pecho, retorciéndose para sangrar más. — No esperes que te hable con cariño —. Continuó. Segunda estaca—. No esperes que algún día te ame, te busque y que actuemos como una pareja normal. Nunca, escucha bien, nunca vamos a ser esa pareja perfecta. Solo eres un estúpido papel, un adorno de casa, una mascota a la que llevar a los eventos públicos para aparentar. La estocada final me dejó sin aire. Una mascota, era una estúpida mascota para él. Sentí una presión en la garganta, pero no parpadeé. No iba a dejar que él viera mi decepción. — Para mí, Emilia, tú eres un estorbo —. Fueron sus palabras finales. Aquellas que me dejaron ver que no iba a figurar en su vida. Entonces, ¿de qué le servía que estuviera a su lado? Apreté los dientes tan fuerte, que rechinaron, al mismo tiempo que una chispa encendía un fuego interno en mí. Podía soportar muchas cosas. Podía soportar el odio, la humillación, la soledad, pero no iba a soportar que él creyera que podía destruirme tan fácilmente. — Qué ironía, Brandon —. Me levanté empujándolo con suavidad para que se alejara de mí. Lo reté con la mirada, pues no quería que me viera como una mujer débil, o llena de miedos, porque no era así—. Porque ahora estás condenado a vivir con este estorbo. Así que más vale que te vayas acostumbrando, porque así como yo voy a ser tu mascota, tú también serás la mía. Mi comentario tomó por sorpresa a Brandon que, por primera vez, su sonrisa se quebró un poco. Lo reté con la mirada. Y aunque estaba rota por dentro, sabía que en este instante, él también lo estaba. Ambos habíamos sido obligados tomar este maldito matrimonio a la fuerza. Se acercó a mí una última vez con su boca, rozando el borde de mi oreja. — Desaparece de mi vista lo más posible. No quiero verte, no quiero ni siquiera escucharte respirar escucharte respirar. Me negué a doblegarme. — ¿Y si no lo hago? Un silencio mortal cayó entre nosotros. Se regresó a ver mi rostro y yo le sostuve la mirada. — Haré de tu vida un infierno. Sonreí porque el chiste se contaba solo. — Ya estoy en ahí —. Le recordé. Brando parpadeó. Solo por un segundo, pero fue suficiente para saber que había captado el mensaje de que no sería una mujer fácil de romper. Sin decir más, dio media vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta con un portazo que hizo temblar las paredes. No me moví hasta que el sonido se disipó. Mi noche de bodas había terminado. Vaya chiste.Kamila se puso derecha sobre el asiento del conductor. —No puedo creer que estemos aquí —dijo mientras conducía el Durango entre los pilares de ladrillo hacia el camino de entrada que los llevaba directos a su escapada a la montaña. En la parte trasera del Durango, que había sido entregado desde la Base Anfibia de Little Creek por una compañera de equipo, Terry se quejó, haciéndose eco de su emoción.—Tienes que cambiar a la tracción a las cuatro ruedas —declaró Mike, con una pequeña sonrisa en los labios.—¿Así? —preguntó ella, haciendo lo que le había visto hacer un par de veces el año anterior.—Eso es todo.Nunca había sido tan feliz en su vida. Mike había engañado a la muerte, saliendo de la UCI al día siguiente de su matrimonio. Cuatro meses de rehabilitación cognitiva en Bethesda le habían dejado prácticamente como nuevo. Todavía sufría dolores de cabeza ocasionales. Su espalda estaba marcada por quemaduras y tenía las extremidades salpicadas de cicatrices de metralla. Estaba
Mientras subía los escalones, el recuerdo familiar de la frente de Mike contra su pecho la asaltó casi cada vez que subía los escalones de su casa. Pero esta noche, tal vez debido a la confesión emocional de Michael sobre su anhelo por la muerte de su esposa, le picaron los ojos. Metió la llave en la cerradura y encontró la puerta abierta.Detrás de ella, el motor de Michael rugió y retrocedió. Al entrar, su padre salió de la sala de estar. Al ver su expresión demacrada, sintió que la sangre escapaba de su rostro. —¿Qué ocurre?Él se acercó lentamente y puso sus manos sobre sus hombros. —Es Mike —dijo sombríamente—. Está herido.Las llaves se le cayeron al piso de madera. —¿Cómo de herido? —Su voz era apenas un susurro.—No lo sé. Recibí la noticia hace una hora. Fue alcanzado por un artefacto explosivo casero.—Oh, Dios. —Le vino a la mente una visión de Mike con el aspecto de Anthony Spellman.—Lo están transportando a Lanstuhl, Alemania.Unas manchas oscurecieron su visión. El p
—¡Michael! Kamila sonrió sorprendida al hombre parado en la puerta de su casa.—¿Cómo estás? —Su piel color moka se había oscurecido con el sol de agosto, haciendo que sus ojos gris-verdosos fueran aún más sorprendentes.—Estoy genial. ¿Qué estás haciendo aquí?—Iba a dejar esto en tu buzón cuando escuché tu música.—Sí, estaba haciendo ejercicio. —Hizo un gesto en dirección a su ajustado traje de yoga—. ¿Quieres entrar?—Solo si no te interrumpo —dijo con una rápida mirada.—No, ya he terminado. —Ella dio un paso atrás para dejarlo entrar—. Es verano —añadió encogiéndose de hombros—, así que tengo mucho tiempo libre. —Eso era algo positivo, ya que le había sido imposible concentrarse en el aula, con su corazón y la mente a medio mundo de distancia.—Hola, Terry. —Michael se detuvo en la entrada para saludar al perro, que se le acercó moviendo la cola con entusiasmo.—¿Puedo ofrecerte un trago? ¿Té helado?—Claro.Lo dejó en la sala de estar para traerle un vaso alto de la cocina.—Bo
El Centro Médico del Ejército Walter Reed era un hospital gigantesco, de buen gusto, con amplios y brillantes pasillos y obras de arte modernas. Pero aun así olía como un hospital, recordándole a Kamila las ocasiones en que había acompañado a su madre a sus tratamientos. «Ahora soy más fuerte», se recordó a sí misma.Sin embargo, cuando llamaron a la puerta de Spellman, no pudo sofocar su aprehensión. Miró a Mike, pero no vio miedo, solo firmeza.—Adelante —dijo una voz firme.Mike entró en un apartamento diseñado para pacientes que necesitaban rehabilitación a largo plazo. Le había advertido que Spellman había perdido varios miembros, aunque Kamila no estaba preparada para lo que vio: un joven tan terriblemente mutilado, que su visión era más que espantosa. La reconstrucción y la cirugía plástica le habían dado un rostro, pero no era simétrico.—¡TT! —exclamó con un ceceo que indicaba daño en el paladar—. Mierda, ¿eres tú? —preguntó dejando a un lado el mando de un videojuego.—Sí, s
Kamila intentó animarse. Aquí estaba, disfrutando de una comida a domicilio en su propia casa de Georgetown, con los dos hombres que más amaba en el mundo. Estaba rodeada de comodidades, pero el impactante anuncio de Mike de que regresaba al ejército le había robado su tranquilidad.Hizo a un lado su taza de sopa tom yum y se dirigió a su padre.—¿Cuándo tienes que volver? —La idea de que los dos la dejaran al mismo tiempo amenazaba con hundirla en la desesperación.—No voy a volver —contestó él—. He renunciado a mi mando, cariño.Kamila lo miró con los ojos abiertos como platos. —¿Tú qué?—Trabajaré en el Pentágono, voy a asesorar al Presidente y al Estado Mayor Conjunto. Espero que no te importe si me quedo aquí mientras busco mi propia casa.Ella observó a Mike y vio cómo removía sus tallarines pad thai. —Por supuesto que no. —Al menos no la iban a abandonar del todo—. Espero que no lo hayas hecho solo por mí, papá.—No, no. —Stanley imitó el gesto de Mike—. Le he dado treinta añ
Kamila se aferró al cuello de Mike con tanta fuerza, que habría podido estrangular a un hombre más pequeño. Contempló con asombro la belleza del paisaje. ¿Cómo pudo ocurrir una experiencia tan horrible aquí, en este lugar tan hermoso?Los altos árboles formaban un dosel de todas las sombras de verde; el cielo más allá era de un azul profundo y brillante. Ni siquiera el hedor de la gasolina podía superar la pureza del aire fresco de la montaña o el olor familiar del hombre que amaba. La llevó sin decir palabra dejando atrás a Hebert, que entró en la caravana. Cruzó al otro lado de la carretera y la depositó sobre una roca.—Déjame ver —dijo, inspeccionando el hilo de sangre de su cuello que ya comenzaba a secarse. Después arrancó una tira de la parte inferior de su camiseta.—Ni siquiera lo siento —le tranquilizó ella, sorprendida por el temblor desconocido de sus dedos mientras le tocaba el cuello.Mike estaba obviamente conmocionado, sus ojos vidriosos reflejaban todas las cosas que
Último capítulo