—¿Qué te pasa, amor? —preguntó Camila, molesta al notar su distracción.
—¿Qué me pasa? —repitió Alejandro, confuso. Estaba sentado en el asiento del conductor de su sedán de lujo. ¿Cuándo habían salido del restaurante? ¿Cuándo había terminado el desayuno?
—Te traje tu desayuno favorito y apenas lo tocaste —reprochó ella con un leve puchero—. No pareces muy entusiasmado.
Alejandro parpadeó, tratando de recomponerse. Luego sonrió y acarició la mejilla de Camila, que lo miraba con expresión ofendida.
—Perdóname, mi vida. El trabajo me tiene la cabeza hecha un caos.
—¿Seguro que es por eso? —insistió ella, con un deje de sospecha—. ¿No hay… otra cosa que te distraiga?
Él soltó una risa baja.
—¿Otra cosa? —repitió, mientras apartaba un mechón de su cabello y lo colocaba detrás de su oreja. El perfume de Camila impregnaba el coche, dulce y denso.
—No, no hay nada más en mi mente que el trabajo… y tú.
—Tonto —murmuró ella con una sonrisa coqueta—. Pero como no te concentrabas, apenas comiste