Capítulo 5

Cuando Chris se marchó, Alejandro exhaló un largo suspiro y se recostó en el sofá. Se frotó las sienes, intentando calmar el mareo que comenzaba a apoderarse de él. Pero el malestar no cedía; al contrario, crecía poco a poco. Cerró los ojos un instante... y su mente viajó inevitablemente hacia la conversación que había tenido con Camila después de la reunión de la tarde.

Al principio, su intención era pedirle a Chris que bloqueara las acciones legales de Valentina, que de la nada había exigido el divorcio. Pero Camila —la mujer que amaba— logró convencerlo de lo contrario. Y al pensarlo bien, tenía razón. ¿Por qué no aprovechar la oportunidad? Si él mismo pedía el divorcio, todo sería más sencillo.

—No es necesario que vayas a verla, cariño —le había dicho entonces, rozando su mejilla con un beso tierno—. Será mejor que descanses.

Camila jugó con un mechón de su cabello rojizo, dejando que cayera sobre su hombro con un movimiento sensual que atrapó por completo la mirada de Alejandro. Su melena ondulada, de un rojo vino brillante, resaltaba con su piel blanca y perfecta.

—¿Sabes, amor? —susurró con un deje de emoción—. Siento que esta es nuestra oportunidad.

Alejandro frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Vamos, lo sabes —respondió ella, cruzando los brazos—. He esperado demasiado tiempo a que te divorcies de esa mujer. Ella ya aceptó casarte conmigo, ¿no? Y ahora pide el divorcio... Entonces, ¿por qué no se lo concedes?

Él soltó un suspiro, cansado.

—Cuando despertó del coma, perdió la vista, amor.

Camila lo miró con incredulidad.

—¿Y te importa?

—¡Claro que no! —exclamó Alejandro con firmeza—. Por supuesto que no. No es compasión, solo... —Hizo una pausa, como si buscara convencerse a sí mismo—. Solo creo que necesito esperar un poco. Su terapeuta dice que, con suerte, podrá recuperar la visión en unos seis meses. Está siendo constante con las terapias.

Camila se apartó de su abrazo, molesta, y lo miró con ojos encendidos.

—¡Claro! Y mientras tanto te dedicarás a cuidarla! ¿Y yo qué, Alejandro? ¿Yo, la mujer que dices amar, debo quedarme esperando a que ella se recupere? ¡Ni pensarlo! —Agarró su bolso del sofá de cristal y se levantó bruscamente.

—¿A dónde vas? —preguntó él enseguida, tomándola del brazo con fuerza para detenerla—. Dame una semana. Solo una. Yo me encargaré de todo.

Camila parpadeó y sus labios se curvaron lentamente en una sonrisa triunfal.

—¿De verdad?

Alejandro asintió, aunque una sombra de duda se deslizó por su mirada.

—Sí.

—Ah, eres tan dulce... —susurró ella, acercándose de nuevo.

Él rodeó su cintura con un gesto lento, acercándola hasta sentir su respiración sobre la piel. Sus labios quedaron a escasos milímetros, y la tensión se volvió casi tangible.

—Avisaré a Diana para que reorganice mis reuniones y prepare el borrador del divorcio con Chris —murmuró antes de besarla.

Sus labios se fundieron en un beso lento, húmedo, lleno de deseo contenido. Cuando se separaron, Alejandro rozó con el pulgar el brillo que había dejado en sus labios.

—¿Podrás esperar?

Camila sonrió con esa mezcla de ternura y fuego que tanto lo enloquecía.

—Siempre.

Recordar aquella conversación con Camila —que apenas había ocurrido hacía menos de veinticuatro horas— le provocó un nudo incómodo en el pecho. No entendía por qué. Tal vez porque, después de leer una por una las cláusulas del borrador de divorcio, comenzó a sentirse extraño. Él mismo había dicho que no quería separarse de Valentina, y ahora... ¿por qué dudaba? ¿Por qué le costaba tanto concederle lo que ella pedía?

¿No era eso lo que había estado esperando todo este tiempo?

Al fin podría estar con Camila, sin ataduras, sin secretos. Podría aprovechar aquella situación en su favor. En realidad, tenía mucho que ganar, especialmente con la ceguera temporal de su esposa; podría usarla como excusa ante su padre, una justificación perfecta. Nadie podría detenerlo.

Debería sentirse aliviado, incluso feliz. Y sin embargo, lo único que sentía era un peso asfixiante en el pecho.

—¡Maldita sea! —murmuró entre dientes mientras se levantaba bruscamente del sofá. Necesitaba irse. Seguro que tanto alcohol y aquella música ensordecedora eran los culpables de su malestar.

Se dispuso a salir del club cuando su teléfono vibró y comenzó a sonar con insistencia. En la pantalla apareció un nombre que le hizo fruncir el ceño: Peni.

¿A esas horas? Ella era la asistente que cuidaba de… Valentina.

—¿Qué ocurre, Peni? —preguntó en cuanto contestó.

—Es que… señor… la señora… —balbuceó la mujer, su voz temblaba al otro lado de la línea.

—¿Qué pasa con ella? —inquirió Alejandro, la impaciencia y el temor mezclándose en su tono. Dio un traspié, tropezando con una mesa al intentar avanzar hacia la salida. Solo tenía un pensamiento en mente: llegar a casa.

—La señora está… en el borde del balcón, señor. Tengo mucho miedo… —susurró Peni, y el corazón de Alejandro se detuvo por un instante.

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