Mundo de ficçãoIniciar sessão
—¿Está el señor? —preguntó una voz femenina, haciendo que Diana, la secretaria de Alejandro Herrera Cruz, levantara la vista de inmediato.
La mujer que ahora se encontraba frente a ella era, sin duda, hermosa. Pero ni siquiera esa belleza podía despertar en Diana un ápice de simpatía.
De nada sirve ser bonita —pensó con desdén— si lo que haces es destruir el hogar de otra mujer.Por un instante quiso decir que su jefe estaba ocupado, pero el mensaje que Alejandro le había dado hacía media hora seguía resonando en su mente:
“Di, si Camila viene a buscarme, déjala pasar de inmediato. Cancela las reuniones que tenga después.”
Diana no se atrevía a contradecir una orden directa de Alejandro, sobre todo cuando usaba ese tono.
—Sí, señorita. Pase directamente, el señor la está esperando —respondió con una sonrisa forzada.Sin dar las gracias, la mujer de cabello rojo oscuro atravesó la oficina dejando tras de sí una estela de perfume caro. Diana soltó un leve chasquido con la lengua, frustrada. Aquella mujer no conocía la palabra gratitud. Y su jefe... su jefe parecía haber perdido completamente la cabeza.
—Traer a la amante al trabajo… eso sí que es tentar a la suerte —murmuró. Pero claro, ¿cómo iba a protestar? Necesitaba el sueldo generoso que recibía de Soho Group.
—Pobre señora Valentina —susurró mientras volvía a su escritorio—. ¿Qué le falta a ella? Es preciosa, refinada... No entiendo cómo puede preferir a esa bruja. Sí, muy guapa, pero igual de bruja.
Diana continuó murmurando para sí, sin intención alguna de volver a sus tareas. Su mirada se dirigió, curiosa, a la oficina de su jefe, que solía poder observar desde su puesto. Esta vez, sin embargo, las cortinas estaban casi completamente cerradas.
—Y el jefe… como si no tuviera dinero para hacer sus cosas fuera del trabajo —resopló con ironía.
Dentro, el dueño de la oficina revisaba con atención un informe.
—¿Ya terminaste el reporte financiero que te pedí, Di? —preguntó sin levantar la vista.Camila no respondió.
—¿Di? —repitió él, algo irritado, apartando los papeles. Tenía tanto por hacer antes de que llegara su amante…—. ¿Camila? ¿Ya estás aquí? —Su voz cambió de inmediato, el fastidio desapareció para dar paso a una sonrisa amplia.Se levantó con rapidez para recibirla. Ella le devolvió una sonrisa cargada de intención.
—Deja de trabajar tanto, Alejandro. He venido y ni siquiera me miras —protestó ella, con un deje de ternura fingida.Él no contestó. En lugar de eso, posó un largo beso sobre sus labios y, con la otra mano, tomó el control remoto que accionaba las cortinas automáticas. En cuestión de segundos, la habitación quedó completamente aislada del exterior.
—¿Por qué las cierras? —preguntó Camila con una sonrisa traviesa. Sabía perfectamente por qué. Llevaban casi dos semanas sin verse, y el deseo acumulado los envolvió como una tormenta, haciéndolos olvidar dónde estaban. El tiempo, el lugar, las consecuencias… nada importaba mientras la pasión los consumía.
Pronto, el silencio de la oficina se llenó de jadeos y susurros que habrían estremecido a cualquiera que los escuchara. Lo que ninguno de los dos imaginaba era que alguien los había visto.
Desde la puerta entreabierta, una figura observaba la escena con el corazón encogido. Sus ojos se llenaron de lágrimas, incapaces de negar la traición que tenía ante sí.
—¿Qué me falta, Alejandro? —susurró, con la voz rota, antes de cerrar la puerta con cuidado.Se alejó con paso rápido, ignorando los llamados de Diana, que la miraba con compasión desde su escritorio.







