En las sombras de la mafia rusa, "el Coronel" es un nombre que evoca temor. Su máscara no solo oculta la cicatriz en su rostro, sino también el vacío de un hombre que ha sacrificado su alma por poder. Su crueldad no conoce límites, y su dominio sobre el mundo criminal es absoluto… hasta que una joven inesperada trastorna su universo. En el mundo de Viktor, seguir las reglas y carecer de escrúpulos es esencial para sobrevivir. Sin embargo, Alina Petrovna, con su inocencia y vulnerabilidad, se ve atrapada en un entorno despiadado de violencia, muerte y crueldad. Mientras Viktor se consume en su propio egoísmo, las sombras se ciernen sobre ellos. En un lugar donde la debilidad es una sentencia de muerte, los enemigos de Viktor están dispuestos a usar a Alina como un arma para destruirlo. Y cuando la oscuridad que envuelve a Viktor amenaza con devorarlos a ambos, Alina deberá decidir si puede amar al monstruo… o enfrentarse a él. ¿Podrá Viktor protegerla de los horrores de su mundo sin destruirla en el proceso? ¿O será Alina quien logre derretir el hielo que cubre el corazón del hombre más temido de Rusia?
Leer másAlina Petrovna
En el pequeño cuarto de limpieza del Hotel Nevsky, ubicado en el frío y desolado barrio de Vyborgskoye, en San Petersburgo, Rusia, la luz parpadeante de una lámpara barata proyecta sombras inestables sobre las paredes desgastadas. Me siento en una silla desvencijada frente a un pequeño espejo empañado.
Mi uniforme manchado por café, ya que no tuve chance de limpiarlo, suspiro observando mi cabello castaño que a menudo cae en suaves ondas alrededor de mi rostro, ahora está recogido en un moño desordenado, oculto bajo un gorro de lana gris.
Coloco un poco de base bajo mis ojos azules para disimular las ojeras profundas y el cansancio que cada noche deja su huella en mi rostro. No puedo hacer mucho por mi apariencia, me siento cansada pero decidida a terminar mi jornada laboral y volver a mi casa llena de recuerdo de mis padres en donde mi único acompañante es mi gato Teodoro, un gordito hermoso de pelo blanco.
Teodoro es la compañía que tengo, mis padres murieron en un accidente automovilístico hace cinco años quedando yo atrapada en las deudas del banco, me toco vender todo lo de valor para lograr cubrir parte de los pagos y dar mi futuro: mis fondos universitarios.
Ahora con mi empleo en este hotel como conserje puedo cubrir pagos de intereses mensuales, comida para Teodoro y para mí, no quiero ni pensar en los pagos energéticos, agua y otras deudas amontonadas. No es la vida que esperaba a mis veintiséis años, pero al menos estoy sobreviviendo.
Con ese pensamiento pongo mi mejor sonrisa y tomo el carro de limpieza para ir a limpiar las habitaciones que tengo asignadas en el motel. Muchas veces me debo ir tarde, ya que la luces continúan rojas avisándome que hay personas en la aposento.
En total debo hacer el aseo de diez habitaciones, me encontré con que ocho estaban listas para limpiar y me prepare mentalmente para todo lo que podía encontrar en estos aposentos. Los objetos personales que suelo encontrarme son en su mayoría juguetes sexuales, condones utilizados y colchas sucias de sustancias tanto ilegales como corporales.
(…)
Finalice todo a la una de la madrugada, regrese al cuarto de limpieza para poder cambiar mi ropa. Lo hice rápido y lo primero que hice fue despedirme de Maike, un señor de unos cincuenta años que hace guardia en la puerta.
—Cuidado en la calle —añadió al final, su tono firme pero tranquilo.
Le devolví una sonrisa agradecida, aunque mis labios se curvaron en una expresión débil.
—Gracias. Siempre lo hago. —Mi voz sonaba suave, casi rota.
Sus ojos se posaron brevemente en mí, serenos y protectores.
—A veces eso no es suficiente. —No dejó espacio para más respuestas.
Al estar fuera del hotel el frío aire de las calles solitarias y desoladas del barrio de Vyborgskoye, en San Petersburgo golpeo mi cuerpo.
Caminaba con paso apurado por el asfalto, mi abrigo viejo no era tan bueno para cubrirme del frío, pero era lo que tenía. La ciudad se sentía cada vez más oscura a medida que avanzaba por calles estrechas, las luces parpadeantes apenas iluminaban el camino, no vivía tan lejos del hotel, por lo que caminar no era un problema para llegar a mi casa.
Mis manos temblaban en los bolsillos de mi abrigo gastado. Era inútil fingir que no sentía miedo. Sabía que en este vecindario cualquier sombra podía convertirse en una amenaza. Pero necesitaba llegar a casa con mi hermoso Teodoro. Necesitaba descansar, aunque fuera por unas pocas horas antes de salir a mi segundo empleo con la señora Ivanov a la cual le cuidaba a sus pequeñas hijas.
Todo mi cuerpo se tensa al escuchar las risas, burlonas de alguien. Como si jugaran con la idea de perseguirme. Mi corazón se aceleró, pero intenté ignorarlo. Solo era yo imaginándome cosas.
Sin embargo, cuando alcancé la esquina, tres figuras aparecieron frente a mí. Alto, corpulentos, con una mirada cruel que parecía saborear el miedo en mis ojos. No había escapatoria. Intenté retroceder, pero la pared de ladrillos me impedía moverme, me flaquearon las piernas.
—Vamos, preciosa —gruñó uno de ellos, extendiendo sus manos hacia mí. La súplica quedó atrapada en mi garganta. Estuve a punto de gritar por ayuda, sin embargo, el mismo hombre puso sus manos sucias sobre mi boca mientras me arrastraban a un callejón oscuro.
—Es una chica muy linda —balbuceo entre risa uno muy cerca de mi rostro logrando que el olor alcohol golpee mi nariz. Se encontraban borrachos, mi padre me dijo que era fácil escapar de hombres borrachos, por lo que encaje mi rodilla en la entrepierna del que me sujetaba.
El hombre corpulento chillo, me eche a correr, pero fue en vano. Uno de ellos sujeto con fuerza mi cabello devolviéndome hacia atrás con tanta brutalidad que sentí un fuerte ardor en mi cuero cabelludo.
—Perr@ —gruñó al que patee y me soltó una bofetada tan fuerte que pude saborear el sabor de la sangre en mi boca—. Maldit@, perr@ —volvió a bramar lanzándome contra el suelo, me queje por el duro golpe.
Mi vista se nublo tanto por las lágrimas como por el golpe tan duro que he recibido en mi cabeza que casi me lleva a la inconsciencia. No podía hacer nada para evitar esto, ellos son tres fuertes hombres, me violarían aquí mismo.
El hombre que golpee manoseo mi cuerpo, me removía debajo de su toque tratando de evitarlo. Trataba de bajarme mi pantalón mientras los otros me sostenían, llore e intente gritar, pero mi boca cubierta con la mano de uno de ellos no me permitía pedir ayuda.
Lo siguiente que paso fue muy rápido, escuche disparos y el cuerpo del hombre ser sacado de arriba del mío. El ruido feroz del arma disparándose de nuevo aturdió mi oído, no entendía que estaba pasando y entre las sombras que me estaba llevando a la inconciencia solo pude ver una cosa: una máscara roja a medio colocar y esos penetrantes ojos grises llenos de una rabia quedaba miedo enfrentar.
—¿Cómo se llaman sus bebés? —cuestionó cambiando la tensión que se sentía, le agradecía en el alma ese gesto.Tomé aire.Sabía que era el momento.—Milan —señalé al primero, dormido con la boquita abierta. Luego miré hacia Viktor—. Aleksandr, que es una versión en miniatura de su padre.Valeria esbozó una sonrisa casi nostálgica, y entonces mis ojos buscaron al tercero. Viktor notó mi mirada y caminó hacia mí, entregándome con sumo cuidado a nuestro pequeño dormido.—Y este… —susurré, colocando a Dmitry entre mis brazos—. Este es Dmitry.Ella me miró como si le acabara de arrancar el aire. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no lloró. Su labio tembló, su mano cubrió su boca y luego estiro su mano para dejar una caricia en la cabeza de Dmitry.—¿Lo nombraste… por él? —susurró apenas.—Sí —respondió Viktor con firmeza—. Porque fue un hombre valiente, y también fue tu amor, y porque quiero que mi hijo crezca sabiendo lo que ese nombre significa: lealtad, fuerza… y siempre recordar
Primer cumpleaños de nuestros hijosUn año.Doce meses.Tres bebés que ahora gateaban, decían "papá" más que "mamá", y se reían como si el mundo fuera un lugar suave, tibio y seguro.El salón principal de la mansión había sido decorado en tonos marfil, dorado y azul suave. Lo sabía: Viktor quería algo elegante, nada de payasos ni globos chillones. Solo lo mejor para "sus hijos". Contrató a los mejores organizadores, chefs, fotógrafos… aunque juró que todo había sido idea mía ¡Mentiroso encantador!—¿Están listos los príncipes? —preguntó desde la puerta, con un traje gris claro, con corbata y camisa blanca. Ese hombre era el caos y la perfección juntos.—Dmitry no quiere ponerse los zapatos —respondí riendo, mientras sujetaba al rebelde en cuestión que pataleaba como si le pusiera cadenas en los pies.Milan ya estaba vestido, jugueteando con su peluche de oso. Aleksandr, sentado en el centro de la cuna, simplemente observaba todo como si fuera el jefe del lugar. Era curioso cómo ya empe
Alina De Volkov—Estás lista, mamá —dijo la enfermera con una sonrisa amable mientras me ayudaba a acomodarme la bata hospitalaria abierta por el frente.La habitación era cálida. Habían bajado la intensidad de las luces, el murmullo de las máquinas era un sonido constante pero suave, casi como un arrullo. A lo lejos, escuchaba el clic de los zapatos del personal de neonatología y las voces bajas que se movían con experiencia, pero yo solo podía mirar a ese pequeño ser que me acercaban con delicadeza.Mi hijo.Milan.Mi corazón latía con fuerza. Estaba nerviosa, emocionada, asustada… todo a la vez. Lo habían sacado de la incubadora apenas cinco minutos antes. Estaba tan chiquito. Tan rojo, tan arrugado, pero perfecto, y era mío.Cuando lo colocaron sobre mi pecho, entre mis senos, sentí un calor tan profundo que las lágrimas simplemente brotaron sin permiso. Era tan ligero como una pluma, y tan pequeño que cabía entero entre mis manos.—Hola… hola, mi amor… —susurré con voz rota—. Soy
Viktor VolkovJamás pensé que ver una sala blanca, repleta de luces frías y quirófano estéril, pudiera ser el lugar donde mi vida entera se quebrara para reconstruirse en algo mejor o el miedo de perder a uno de ellos cuatros. Tenía la bata quirúrgica, el gorro, la mascarilla, todo lo necesario… menos las palabras. No había una sola palabra en ruso, inglés o italiano que pudiera describir lo que sentía en ese momento.Alina estaba en la camilla, medio dormida por la anestesia, pero consciente. Sus ojos estaban cansados, su cuerpo agotado, pero cuando me miró… todavía estaba ahí. Todavía era ella. Mi malyshka. Mi esposa. La madre de mis hijos.Le tomé la mano mientras la doctora Romanov me indicó que podía quedarme junto a su cabeza. No lo habría hecho de otra forma. No pensaba dejarla sola ni un segundo.—Estoy contigo —le dije, acercando mis labios a su frente—. Ya casi, mi amor. Solo un poco más.Ella solo apretó mis dedos con debilidad, pero fue suficiente. Me quedé mirándola, acar
Alina De VolkovNunca pensé que el día más esperado de mi vida fuera también el más agotador.Estábamos listos. Lo estábamos desde hacía semanas. Las maletas, las cosas esenciales, la seguridad reforzada en el hospital privado, los nombres... todo. Solo faltaban ellos: nuestros tres pequeños, y fue esa madrugada, a las 3:12 a.m., cuando los primeros calambres me despertaron. No eran los típicos dolores que había sentido semanas atrás. Esto era diferente. Más profundo, más constante. La Dra. Romanov, nos advirtió que todo se podía adelantar, que era normal dado que son trillizos.—Viktor… —murmuré, tocándole el brazo.Él abrió los ojos de inmediato, su instinto siempre alerta. Al verme sosteniéndome el vientre con una expresión de incomodidad, se incorporó al instante, lo vi incluso dejar su pistola en la mesita de noche.—¿Es hora? —preguntó con voz ronca.Asentí. No necesité decir más. En cuestión de minutos, Sergei estaba activando el operativo, la maleta lista bajaba por las escale
Alina dormía, acurrucada en medio de las almohadas con mi camisa puesta, esa que insiste en robarme a cada rato porque, según ella, huele a mí. Aunque yo había enviado a perfumar muchas cosas en nuestra habitación con mi perfume favorito. A veces la veo dormir y me cuesta creer que esta sea mi vida. Que esta mujer, tan fuerte, tan dulce, tan jodidamente valiente, me haya elegido a mí. Me quedé observándola un rato, acariciando su vientre con la yema de los dedos. Nuestros hijos. Tres benditos milagros latiendo bajo su piel. Y yo... yo todavía intentando aprender a ser digno de ellos, se mueven con mi toque y sonrió. —Deberían dejar dormir a su madre —susurro ante de dejar un beso en esa pancita que ha crecido de manera hermosa. Fue entonces cuando me levanté en silencio, tomé mi teléfono y salí de la habitación. Esta sorpresa debía terminar hoy. Había planeado cada detalle durante semanas con ayuda de Darya y una decoradora de interiores de quien no recuerdo su nombre, ya que Darya
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