Franco vio destruida su infancia: sus padres fueron asesinados por pandilleros en una iniciación. Oculto y aterrorizado, logró sobrevivir, pero el destino lo abandonó a su suerte. Creciendo en las calles, Franco se mezcló con lo peor de la sociedad, pasando de una pandilla a otra, hasta que un día la mafia lo capturó. Durante días, Franco fue torturado por los hombres de Enzo Barone, buscaban quebrantarlo física y psicológicamente. Sin embargo, su resistencia y determinación llamaron la atención del temido líder del grupo. En lugar de acabar con su vida, Enzo decidió darle una oportunidad, viendo en él un potencial que pocos poseían. Bajo la tutela de Enzo, Franco se convirtió primero en su mano derecha, su sicario más temido, y más tarde en el cerebro empresarial de su imperio. Por otro lado, Lorena, la hija de Enzo, fue secuestrada siendo una niña y vio cómo asesinaban a su madre frente a ella. Durante años, estuvo en manos de una familia mafiosa rival, hasta que su verdadero padre, que nunca dejó de buscarla, finalmente dio con su paradero. Cuando las negociaciones para liberarla fracasaron, Enzo envió a Franco como su última esperanza. La libertad de Lorena resultó ser una ilusión estaba atrapada bajo las reglas de su padre. Temiendo por su propia vida y buscando asegurar el futuro de su legado, Enzo decide el matrimonio entre su hija y Franco. Grantiza que él la proteja a toda costa. Así que Lorena se vio obligada a casarse con Franco. Aunque sus vidas están entrelazadas, apenas se conocen, y lo poco que comparten está cargado de desconfianza y resentimiento. Pero, en un mundo donde el deber pesa más que los deseos, ¿podrán encontrar algo real entre ellos, o el peso de sus secretos los destruirá antes de que tengan una oportunidad?
Ler maisCapítulo 1 (ADELANTO) —Mia, en cuerpo y alma
Narrador:
Lorena estaba de pie frente a él, sus manos temblaban ligeramente a los costados de su vestido. La habitación del hotel, lujosa y sofocante, parecía encerrar cada respiro entre sus paredes doradas. Franco, de pie junto a la cama, la observaba con una intensidad que hacía que su piel se erizara. Había algo en él, algo oscuro y dominante, que la hacía retroceder un paso sin darse cuenta.
Franco avanzó, despacio, sin prisa, dejando que el sonido de sus zapatos sobre el suelo llenara el silencio. Cada paso hacia ella era como un golpe en su pecho. Lorena apretó los labios, intentando controlar su respiración, pero esta se volvía cada vez más entrecortada. Él lo notó.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, levantó una mano y tomó su cuello. No fue un agarre violento, pero tampoco dejaba lugar a dudas sobre quién tenía el control. Su pulgar rozó la piel suave de su garganta, y Lorena cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera desaparecer de esa realidad.
—Mírame —ordenó Franco, su voz grave resonando en la habitación. Ella negó con un leve movimiento de cabeza, los ojos apretados con fuerza. Franco apretó un poco más, solo un poco, lo suficiente para que sintiera su dominio. —¡Te dije que me mires! —Lorena abrió los ojos lentamente, su mirada se clavó en la de él. Había miedo, lo podía ver claramente. Una emoción cruda que la hacía temblar y que, por un instante, también lo hizo flaquear. Franco sintió algo atravesarlo, una sensación desconocida que estuvo a punto de hacer que la soltara. Pero no podía permitirse esa debilidad. Se inclinó un poco más hacia ella, su aliento chocando contra sus labios. —Ahora eres mía, Lorena. Lo eres por completo. Y harás exactamente lo que yo diga. ¿Entendido?
Ella no respondió al principio, sus ojos intentando encontrar una salida que no existía. Pero cuando vio la firmeza en la mirada de Franco, supo que no tenía opción. Asintió, aunque su cuerpo seguía temblando.
Franco la soltó con suavidad, dejando que el aire volviera a llenar sus pulmones. Dio un paso atrás, observándola con una mezcla de satisfacción y algo más. Sabía que había ganado esa pequeña batalla, pero también sabía que la guerra apenas había comenzado. Lorena respiró profundamente, tratando de recuperar algo de compostura. Reuniendo el poco valor que le quedaba, alzó la cabeza y lo enfrentó con la voz temblorosa pero cargada de desafío.
—No te sientas tan cómodo ejerciendo tu dominio, Franco. Esto será solo hasta que nos divorciemos.
Franco soltó una carcajada seca, cruzándose de brazos mientras la miraba con una mezcla de diversión y burla.
—¿Divorciarnos? —repitió, como si fuera el chiste más absurdo que hubiera escuchado —Eso no pasará, al menos no hasta dentro de cinco años.
Los ojos de Lorena se abrieron de par en par, su sorpresa palpable.
—¿Cinco años? —repitió, incrédula.
—Sí, querida. Estaba claramente estipulado en el contrato que firmaste.
Lorena lo miró fijamente, con una mezcla de ira y vergüenza. Tragó saliva antes de responder:
—Yo… no leí el contrato.
Franco arqueó una ceja, incrédulo por un momento. Luego, su sonrisa volvió, esta vez cargada de satisfacción.
—¿No lo leíste? —dijo, su tono entre burla y asombro —¿De verdad firmaste algo sin leerlo?
—No tenía sentido —respondió Lorena, levantando la barbilla con obstinación —Sabía que no tendría opción de cambiar nada, así que no vi el caso.
Franco la observó en silencio por un momento, como si evaluara la lógica en sus palabras. Luego asintió ligeramente, sin borrar la sonrisa de su rostro.
—Eso explica mucho... —dijo finalmente —Pero déjame dejar algo claro, Lorena, mientras dure este matrimonio, me pertences, así que vete olvidando de esas ideas romaticas, que seguros tiene en la cabeza. —Ella lo fulminó con la mirada, pero no respondió. En el fondo, sabía que Franco tenía razón: había firmado sin leer, y ahora estaba atrapada. La habitación se llenó de un silencio pesado, roto solo por el ritmo irregular de sus respiraciones. Cuando Lorena intentó moverse hacia el baño, Franco la tomó del brazo, deteniéndola con firmeza. Con un movimiento rápido, la giró y la empujó suavemente contra la pared, quedando ella de espaldas a él. Lorena dejó escapar un jadeo, sus manos buscaban apoyo en la fría superficie mientras su respiración volvía a acelerarse. —No recordaba que fueras tan hermosa —murmuró Franco, inclinándose hacia ella. Su aliento cálido rozó la nuca de Lorena, haciendo que un escalofrío recorriera su cuerpo.
—No juegues conmigo, Franco. Déjame ir —pidió ella, con un hilo de voz.
—Eso no va a suceder —respondió, su tono bajo y grave —Ya te lo dejé claro; me perteneces. En cuerpo y alma. Pero la parte que más me gusta es esa... la del cuerpo.
Lorena cerró los ojos con fuerza, su pecho subía y bajaba con espasmos. Franco notó el leve temblor de su cuerpo y lo interpretó como una mezcla de miedo y algo más. Con una calma perturbadora, apartó su cabello hacia un lado, dejando su hombro y cuello completamente expuestos. —Mira cómo reaccionas —susurró, mientras deslizaba la yema de sus dedos por la piel desnuda de su cuello y su hombro. La suavidad de su roce era deliberada, casi tortuosa. Observó con fascinación cómo la piel de Lorena se erizaba bajo su toque. El silencio entre ellos se llenó de una tensión casi tangible, como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso. Franco se tomó su tiempo, trazando pequeños círculos sobre su piel mientras estudiaba cada una de sus reacciones. Lorena apretó los labios, intentando contener cualquier sonido, pero su respiración traicionaba su intento de parecer indiferente. El vestido de novia cayó al suelo con un movimiento lento, casi ceremonial, dejando su figura expuesta en un conjunto de encaje blanco que acentuaba cada curva. Franco retrocedió un paso para observarla. El contraste de su piel con la tela inmaculada lo dejó sin palabras por un instante. Se inclinó nuevamente, rozando su cuello con los labios mientras sus manos recorrían la línea de sus hombros y su espalda con una suavidad que parecía calculada. Cada centímetro de piel que tocaba respondía a él, como si estuviera diseñada para su contacto. —Ahora me perteneces, y te lo haré sentir —murmuró contra su oído.
Lorena se estremeció, su voz quebrada interrumpió el momento.
—Franco, por favor… no. Yo nunca… no me obligues, por lo que más quieras.
Franco se detuvo. Las palabras de Lorena parecieron atravesarlo como un cuchillo. Había estado dispuesto a ignorar cualquier súplica, había estado seguro de que su derecho como esposo estaba por encima de todo. Pero esa súplica, esa fragilidad en su voz, lo hizo flaquear. Apoyó sus manos en las caderas de Lorena, acercándola más a él, lo suficiente para que sintiera la dureza de su deseo. La obligó a levantar la cabeza, tomándola suavemente de la barbilla hasta que sus miradas se encontraron. Una lágrima rodó por la mejilla de Lorena, y algo dentro de Franco se rompió. Por un instante, recordó a la niña asustada que rescató, y se horrorizó por lo que estaba a punto de hacer. Nunca había tenido escrúpulos. Pero en ese momento, con Lorena era diferente. Retrocedió bruscamente, soltándola como si su piel quemara. Lorena comenzó a llorar, su cuerpo sacudido por sollozos. Franco quiso abrazarla, consolarla, pero en lugar de eso, el orgullo y la rabia hacia sí mismo lo dominaron.
—Eso fue solo una muestra de lo que vendrá —dijo Franco, su voz grave y cargada de una amenaza silenciosa. Lorena, aún de espaldas, apretó los brazos contra su pecho como un escudo improvisado. El aire a su alrededor se volvía pesado, sofocante, mientras el silencio se alargaba entre ambos. Franco avanzó un paso, apenas un movimiento, pero suficiente para hacerla tensarse. Su mirada recorrió su espalda, deteniéndose en el leve temblor de sus hombros. Su propia respiración era un eco profundo que llenaba la habitación. —Te dije que ahora eres mía —murmuró, su tono bajo pero cargado de intenciones. La habitación parecía reducirse, atrapándola junto con él. Lentamente, inclinó la cabeza, como si midiera cada palabra antes de decirla—Y lo sentirás… tarde o temprano. —Lorena quiso responder, decir algo que rompiera la tensión que le oprimía el pecho, pero las palabras no salieron. Franco se mantuvo quieto por un instante más, sus ojos oscuros fijos en ella, antes de dar media vuelta hacia el baño. —Voy a darme una ducha. No te muevas —ordenó, sin volverse a mirarla, pero con un tono que no admitía réplica. Al cerrar la puerta tras de sí, el sonido del agua comenzando a correr hizo que Lorena respirara por primera vez desde que él habló. Pero incluso entonces, la sensación de su mirada seguía clavada en su piel.
El cuarto quedó en un silencio inquietante, salvo por el eco del agua que se filtraba desde el baño. Y aunque Franco estaba del otro lado de la puerta, su presencia seguía envolviendo la habitación, dejando en el aire la promesa de lo que podría ocurrir cuando él volviera a salir.
Capítulo 77—La verdadera noche de bodasNarrador:El aire en la habitación era espeso, cargado de deseo y tensión cuando Franco la atrapó entre su cuerpo y la pared. Su pecho desnudo presionaba contra su espalda, su aliento caliente quemándole la piel del cuello.Lorena sintió cómo su corazón martillaba en su pecho, cómo cada célula de su cuerpo se encendía con su proximidad. Sus manos se apoyaban en la pared, sus dedos temblaban sobre la superficie fría.—¿Recuerdas aquella noche, Lorena? —murmuró Franco contra su oído, su voz grave y cargada de peligro—. Cuando te tuve así, contra la pared, pero te solté porque suplicaste.Ella tragó saliva con dificultad, sus piernas tensándose cuando sus manos grandes se deslizaron por su cintura, recorriéndola con una lentitud exasperante.—Sí… —susurró apenas, sintiendo cómo su cuerpo ya comenzaba a responder.Franco sonrió contra su piel y bajó una mano hasta su muslo, acariciándolo con descaro.—Dijiste que no querías. Dijiste que nunca… —Su m
Capítulo 76 —Una promesaNarrador:La ceremonia se llevó a cabo en la propiedad de los Mancini, en los jardines iluminados por cientos de luces cálidas que colgaban de los árboles como estrellas atrapadas en la tierra. No era una boda convencional. No había multitudes de invitados ni prensa. Solo aquellos que realmente importaban, aquellos que habían sido testigos del amor que había nacido de la oscuridad, aquellos que sabían que lo que estaba a punto de suceder no era un simple ritual, sino un renacimiento.Franco estaba de pie junto al altar improvisado, vestido con un traje ne*gro impecable, la camisa blanca realzando la intensidad de sus ojos. Pero lo más notable no era su ropa, sino la forma en que la miraba cuando apareció.Lorena caminó hacia él, vestida de blanco, con un vestido de seda ligera que se movía como el viento sobre su piel. Su cabello caía en suaves ondas sobre su espalda, y su mirada brillaba con la emoción contenida que la hacía sentir como si su corazón estuvier
Capítulo 75—Quiero verte brillarNarrador:Algo en su interior hizo clic.Fue como si la última pieza que mantenía su miedo en pie se desmoronara, como si cada sombra que la había perseguido hasta ahora se desvaneciera con esas palabras.—Te amo... te amo... te amo.La frase seguía resonando en su mente, calando hasta los rincones más oscuros de su alma. La cicatriz de su dolor aún estaba allí, pero ya no le pesaba, ya no la ataba.Lo miró a los ojos, con las lágrimas aún frescas en su rostro, y en medio de esa profundidad tormentosa, sintió el fuego arder nuevamente dentro de ella. Un fuego que Franco siempre había encendido, un fuego que ni la muerte podrá apagar.Franco notó el cambio en su expresión, cómo el temblor en sus manos se disipó, cómo su mirada se afiló con una determinación peligrosa. Antes de que pudiera decir algo, antes de que pudiera procesarlo siquiera, Lorena se subió sobre él con una rapidez inesperada, rodeando su cintura con sus muslos y aferrándolo con fuerza.
Capítulo 74 —Me duele respirar cuando no estás conmigoNarrador:Franco se separó apenas lo suficiente para mirarla a los ojos, pero no la dejó ir. Con un movimiento lento y cargado de necesidad, la atrajo de nuevo contra su cuerpo, envolviéndola con sus brazos, asegurándose de que sintiera su calor, su protección, su amor.Lorena, lejos de sentirse incómoda, se dejó sostener. Se acurrucó contra su pecho, cerrando los ojos por un instante, dejándose envolver por la seguridad que él le brindaba. El latido fuerte y constante de Franco resonaba bajo su oído, y eso le trajo una paz que no había sentido en mucho tiempo.Él deslizó una mano por su espalda desnuda, acariciándola con una ternura que contrastaba con su fiereza habitual. Besó su cabello, dejando que su aliento cálido se mezclara con el aroma de ella.—¿Estás bien? —su voz era un susurro grave, ronco aún por la intensidad del momento.Lorena asintió contra su piel, disfrutando la sensación de su pecho subiendo y bajando con cada
Capítulo 73 —La había amado con el alma.Narrador:Los días pasaron, y aunque la tormenta no había desaparecido del todo, Franco y Lorena encontraron una forma de moverse dentro de ella. No era fácil. No después de todo lo que había pasado. Pero él estaba ahí, siempre presente, siempre atento, ofreciéndole su amor en silencios, en gestos pequeños pero constantes.Nunca la presionó, nunca cruzó un límite.Se sentaba con ella en el jardín cuando el aire fresco le ayudaba a respirar mejor. La acompañaba en sus caminatas dentro de la casa cuando los médicos le indicaron que debía empezar a moverse más. Se aseguraba de que comiera, de que descansara, de que se sintiera segura.Y, aunque no lo decía, ella sabía que dormía en el sillón de su habitación cada noche, velando su sueño en la penumbra.—No tienes que quedarte aquí todas las noches —le susurró una vez, en medio de la oscuridad, cuando escuchó el crujido leve del sillón bajo su peso.Franco tardó en responder.—Lo sé.Lorena mantuvo
Capítulo 72 —No sé cómo estar contigoNarrador:El dormitorio estaba en penumbra, solo iluminado por la lámpara tenue sobre la mesita de noche. Lorena estaba recostada sobre el colchón, con una manta ligera cubriéndole las piernas, mirando la ventana sin ver realmente nada.Cuando la puerta se abrió con suavidad, supo quién era antes de que hablara.—¿Estás despierta? —preguntó Luigi en voz baja, asomando apenas la cabeza por la puerta.Lorena giró lentamente la cabeza hacia él y asintió con un leve movimiento.—Pasa.Luigi cerró la puerta detrás de sí y caminó hasta la silla junto a la cama. Se sentó con las manos entrelazadas, los codos apoyados en las rodillas, y soltó un suspiro pesado antes de hablar.—Necesitaba verte a solas.Lorena arqueó una ceja, ladeando la cabeza con curiosidad.—¿Por qué?Luigi frunció el ceño y bajó la mirada a sus manos, como si le costara encontrar las palabras.—Porque tengo que decirte algo —respiró hondo—. Y es que lo siento.Lorena parpadeó con sor
Último capítulo