Durante todo el día, Dante se mantuvo atrapado en una vorágine de reuniones interminables, negociaciones con lideres de otros clanes, decisiones críticas sobre envíos y alianzas que, en cualquier otro momento, habrían acaparado toda su atención. Pero esa vez fue distinto. Por más que intentara enfocarse, su mente siempre encontraba el camino de regreso a ella: la bailarina. Aquella figura etérea que se había incrustado en sus pensamientos con una familiaridad inquietante, rozando la línea entre el recuerdo y la obsesión.
Mientras tanto, Svetlana había sido llevada de nuevo a la habitación austera que le habían asignado en la villa de la costa calabresa. Los planes de presentarla ante Dante se habían pospuesto debido a los asuntos urgentes que lo mantenían ocupado: acuerdos con familias rivales, decisiones sobre rutas de tráfico y la constante vigilancia sobre traiciones internas. La joven pasó las horas sumida en una mezcla de ansiedad y resignación, luchando por no sucumbir al miedo q