Capítulo 6

Isabella

La música que llega desde la iglesia apenas se escucha detrás de las puertas, pero igual me hace temblar. Siento el corazón golpeándome en el pecho como si quisiera salirse y correr lejos, muy lejos, a cualquier lugar donde nadie me esté esperando con un vestido blanco que no escogí y una sonrisa que no puedo fabricar. Amber me retoca por última vez un mechón rebelde y suspira, como si ella también sintiera este peso que llevo encima.

—Estás hermosa —dice, apretando mis hombros—. No llores más, ¿sí?

Asiento aunque las ganas siguen ahí, acumuladas en la garganta. Ella tiene que ir a su lugar, así que se aleja con un último vistazo preocupado. No tengo idea de quienes son las damas, asumo que sean primas o amigas de Ryan. Yo por mi parte no tengo familia a demás de Amber, así que trago saliva con molestia e intento no pensar en lo sola que luzco aquí. Me quedo quieta en el pasillo largo que da a la entrada principal, intentando no morderme las uñas ni arruinar otra vez el maquillaje. Mis manos tiemblan, así que las escondo detrás del ramo.

Evans aparece a mi lado, llegó caminando como si ese pasillo le perteneciera. El traje negro hace que su figura se vea más intimidante todavía y no necesita hablar para ponerme nerviosa; su sola presencia lo hace. Pensé que después de lo que pasó en la habitación intentaríamos evitar cruzarnos, pero aquí está, mirándome como si yo llevara puesta una bomba en lugar de un vestido.

—Supongo que no te arrepentiste —dice sin rodeos.

Trago saliva.

—No he dicho nada todavía —susurro, encogiéndome un poco, como si mi cuerpo entendiera antes que yo que debería defenderse.

—Pero vas a decir que sí. —Sus ojos bajan a mis labios y vuelven a subir—. Y no es lo que quieres.

No sé qué responder. No quiero empezar la discusión otra vez, pero tampoco puedo fingir que estoy bien. Y él lo sabe. Evans me mira como si pudiera leer cada pensamiento que intento esconder y como si supiera que llevo toda la mañana temblando, buscando aire, queriendo huir sin saber a dónde.

—No voy a dejar que te cases con él, voy a destruir tus planes, te lo aseguro.

El estómago se me revuelve.

—No sabes nada de mí… ni de nosotros.

Él se inclina hacia mí, tan cerca que mi espalda toca la pared.

—Lo que sea que ocurre aquí lo voy a descubrir.

Las puertas de la iglesia se abren desde dentro y ambos damos un pequeño brinco. Es Ryan que viene hacia acá, está perfectamente sonriente y orgulloso de sí mismo. Cuando me ve, su mirada cambia un segundo… solo un segundo… y me analiza como si fuera un objeto que compró y tiene que revisar antes de usar. Luego vuelve la sonrisa dulce, suave, casi empalagosa de siempre.

—Mi cielo. —Se acerca, me toma del brazo con un gesto delicado, pero su dedo presiona demasiado fuerte, justo donde me dejó un moretón hace tres días—. Pensé que ya estabas lista. Me asusté un poco, no te veía por ningún lado.

—Estaba aquí —respondo, bajando la mirada.

Ryan me levanta la barbilla con un dedo.

—Recuerda lo que hablamos, Isa. No te escondas de mí hoy, ¿sí?

Evans aprieta la mandíbula tan fuerte que parece que se le van a romper los dientes. Ryan ni lo mira,  finge que su tío es un mueble más del pasillo.

—Tío, ve a tu posición, Isabella y yo vamos a entrar cuando nos llamen.

Evans no responde, solo me mira, como diciendo: “todavía estás a tiempo”.

Yo miro al suelo porque me duele respirar.

Ryan me acaricia la mejilla con suavidad, y cualquiera podría decir que es un gesto tierno. Pero nada en él es así de sano, ni de cerca.

—Estás preciosa, mi amor. Perfecta. Justo como sabía que estarías.

—Gracias.

Cuando las puertas se abren del todo, la música se hace más fuerte. Ryan se adelanta para colocarse en su lugar mientras yo espero a que la coordinadora me dé la señal. Mis manos sudan y aprieto el ramo con tanta fuerza que temo romper las flores.

La coordinadora sonríe y me dice:

—Cuando estés lista, corazón. Respira y camina despacio.

No estoy lista, la verdad nunca lo estuve, pero camino igual.

La iglesia está llena, todos se ponen de pie. Sus ojos se clavan en mí y siento que mis piernas se vuelven de gelatina. Camino despacio, sin mirar a nadie, intentando mantener la respiración bajo control.

Evans está a la derecha, como padrino, completamente inmóvil. Pero sus ojos… sus ojos no me sueltan ni un segundo y no sé cómo describir la mirada. Tiene la expresión de alguien que sabe que algo está mal y está a punto de intervenir.

Mi paso se traba un instante. Ryan sonríe al verme avanzar, pero sus ojos hacen un gesto mínimo, apenas perceptible para cualquiera que no lo conozca: una pequeña señal de molestia por haberme detenido, así que sigo caminando para evitarme in castigo.

Por fin llego a su lado. Él me toma la mano, entrelazando los dedos de forma suave, pero su pulgar me presiona la piel como si me estuviera marcando. Me sonríe de una manera tan dulce que cualquiera se derretiría.

—Ya estás conmigo —susurra—. Todo irá bien, mi amor.

Evans carraspea fuerte, sin querer disimular la molestia, y el cura empieza a hablar. La ceremonia avanza y yo intento respirar. Ryan mantiene mi mano atrapada y Evans… Evans no parpadea. Está pendiente de cada gesto, cada suspiro, cada mínimo cambio en mi expresión para burlarse y susurrarme amenazas.

—Tranquila, Isa —me dice entre dientes mi novio—. No llores, cielo, es un día feliz.

No estoy llorando pero lo haría si pudiera.

El cura toma aire para continuar… pero se detiene. Parpadea varias veces y lleva una mano al pecho. A todos nos confunde el gesto e intento no moverme, pero algo en su expresión me alarma.

—Padre… ¿está bien? —pregunta alguien desde la primera fila.

El cura intenta hablar, pero no le sale la voz. Su rostro se pone rojo inmediatamente y empieza a respirar con dificultad. Varias personas se levantan. Un murmullo recorre la iglesia.

—¡Ayuda! —grita una mujer.

Todo se vuelve un caos.

Ryan suelta mi mano y da un paso hacia el cura. Evans reacciona también, y se acercan al púlpito.

Yo me quedo quieta, temblando, sin saber qué hacer. El cura cae hacia atrás, carias personas lo sostienen antes de que golpee el suelo. Alguien grita que llamen a emergencias y la ceremonia se detiene.

Y mientras todos corren alrededor del sacerdote, Evans se acerca un poco, sin quitarme la mirada de encima.

—Te dije que esta boda no iba a suceder.

Y por primera vez desde que lo conozco… no sé si debería tenerle miedo o agradecimiento.

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