Capítulo 2

Isabella

Muerde su labio inferior, pero no se mueve.

Suelta un suspiro, una exhalación, y de pronto sus labios están contra los míos: húmedos, inevitables, crueles y necesarios. Mis dedos se aferran a su camisa empapada y él me sujeta por la nuca como si llevara un mes queriendo hacerlo.

Este beso salvaje es una guerra, un choque... pero más que eso es un desahogo. Me recorre los labios con su lengua, es experto y delicioso, como nunca antes me habían besado. No se separa de mí ni yo de él. El agua sigue cayendo sobre nuestros cuerpos como si quisiera apagar algo que ya está encendido desde hace mucho rato y que hoy, por primera vez, se está saliendo de control.

Su mano sube por mi cintura, lenta, dolorosa, como si estuviera prohibido pero igual lo hiciera. Me agarra las tetas, las nalgas, toca todo lo que quiere y yo me dejó como si fuera su maldita obsesión prohibida. Respiro agitada, intentando decirle que pare, pero mi cuerpo no reacciona y mi cabeza tampoco.

—No deberíamos… —susurro entre besos cortos, pero él me toma la cara con ambas manos y me obliga a mirarlo.

—Lo sé —dice en voz baja—. Créeme que lo sé. Porque quiero odiarte,  eres mala.

Otra vez, ahí está esa lucha en sus ojos, esas ganas de odio mezclado con atracción sexual que no quiere admitir.

Me roza la mejilla con su nariz, casi como si fuera a besarme otra vez… pero esta vez se detiene.

—No hagas esto más difícil —me pide.

—¿Difícil para quién?

—Para ambos. Te aprovechas de la debilidad de los hombres para conseguir lo que quieres, y no voy a darte ese gusto por muchas ganas que tenga de follarte de mil maneras.

Evans da un paso atrás, respirando profundo, el agua baja por su camisa empapada y la pega a su cuerpo, dejándolo como una figura preciosa.

—Esto no pasó —dice finalmente, sin mirarme.

—Tú fuiste el que entró —respondo, ahora sí estoy furiosa y mucho, pero no voy a discutir más, prefiero que siga con esa idea errónea de que soy una zorra caza fortunas.

—Y tú no te apartaste.

—Por supuesto que no lo hice, es mi objetivo para dejarlos a ambos sin un centavo, ¿no? —Mi voz quiere romperse, pero yo no lo permito, no voy a darle el gusto de que me vea llorar. 

Agarra la puerta de cristal, la abre y sale sin mirarme. Solo dice una última cosa antes de cerrar:

—Sécate rápido. Ryan estaba buscándote.

Salgo del baño con el cabello envuelto en una toalla y el corazón a mil. Camino por el pasillo intentando normalizar mi respiración, pero mis piernas todavía sienten el contacto de Evans, su agarre, su boca…

Ryan aparece desde la sala y me sonríe, con esa muestra de alegría que todos creen dulce, tranquila y perfecta. Esa que solo yo sé lo que esconde cuando nadie mira.

—Amor, ¿estás bien? —pregunta acercándose y me da un beso en la frente—. Te tardaste.

—Solo estaba relajándome —murmuro.

Sus ojos bajan a la toalla, a mi cuello húmedo, a mi pecho que todavía sube y baja demasiado rápido. Su mano toma mi barbilla y me levanta el rostro, como si revisara algo.

—¿Estuviste llorando? —pregunta con un tono suave, pero su mirada es otra cosa. Es análisis y control.

—No —respondo evitando que note la realidad, que fue muy distinta a la que él piensa.

—Isa… —pone su mano en mi cintura, apretando un poco más fuerte de lo que debería—. Si algo te molesta, me lo dices. No quiero secretos entre nosotros, te lo vengo diciendo desde que te traje aquí.

Trago saliva porque la ironía me atraviesa.

—No pasa nada —insisto.

Ryan me acaricia la mejilla con el dorso de los dedos.

—Bien. Porque me tienes preocupado últimamente. Estás distraída, nerviosa, no duermes bien… —Suspira y me abraza—. Yo solo quiero cuidarte, ¿sí? Para eso estoy.

Y ahí está esa típica frasesita: "Para eso estoy". La misma que usa cada vez que quiere recordarme que dependo de él; ue él me salvó; que sin él yo no sería nada.

Aprieto los puños detrás de su espalda. Él me suelta y sonríe otra vez, suave, adorable para cualquiera que lo viera desde afuera.

—Ven, vamos a cenar. Evans ya bajó y sabes que detesta que nos sentemos tarde en la mesa.

Mi corazón pega un salto incontrolable, como cada vez que se pronuncia su nombre en la casa.

—¿Está en la mesa?

—Sí, pero tranquilo —Ryan ríe un poco—. Hoy está menos gruñón. No sé qué mosca le picó esta mañana.

Yo sí sé.

Y cuando caminamos hacia el comedor, mi mirada se cruza con la de él. Está sentado, con el brazo apoyado en la silla, el rostro serio y sus ojos… Sus ojos bajan a mis labios por menos de un segundo.

Ryan ni se entera, me toma de la mano y Evans aparta la mirada.

—Mañana debo viajar a Noruega con algunos de nuestros socios, tío,  espero que no sea incomodidad pedirte que acompañes a Isa estos tres días que estaré fuera. No le gusta estar sola, por sus... traumas y esas cosas.

El corazón me da un vuelco doloroso y me hundo en la silla. ¿Cómo es capaz de decirlo en frente de Evans? ¿Cómo puede hablar de esa forma cuando sabe lo delicado que es ese tema para mí?

Evan deja de masticar y veo su ceño fruncirse,  fija sus ojos en los míos como buscando una respuesta,  y yo no hago más que virarle la cara. Sé que no tiene idea de las palabras de su sobrino, pero de igual forma la vergüenza me supera en alma y cuerpo.

—No hay problema, no pretendo salí de aquí salvo para hacer ejercicios a las cinco de la mañana, espero que la señorita no note mi ausencia por dos horas matutinas ¿no?

—Es perfecto, a ver si así aprende a soltarse un poco de mí, es demasiado dependiente como te has dado cuenta y yo necesito mi espacio.

—He perdido el apetito,  iré a dormir ya, buenas noches.

Escucho sus reclamos a medida que avanzo escaleras arriba, pero nada me detiene. Sé que mi actitud me traerá graves consecuencias, pero también se que quiere lo mejor para mí, y que merezco esas cosas por ser tan bocona y desconsiderada. Debería estar más agradecida por haberme salvado, y al contrario, lo he traicionado.

Me quito la ropa al llegar a la habitación, y hago lo de siempre que le falto al respeto: me pongo de rodillas, desnuda, de espaldas a la puerta. Me trenzo el cabello y coloco una mordaza sobre mis labios. Las lágrimas comienzan a brotar sin frenos, pero lo hago en silencio para que nadie me escuche, y espero cinco minutos hasta que la puerta se abre y mi castigo empieza.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP