Isabella
La familia de Ryan va hablando entre ellos sobre el susto del cura, sentados en la parte trasera de la limusina; susurrando sobre lo “mala suerte” que fue, sobre cómo jamás había pasado algo así en ninguna boda. Todos están tensos… pero agradecidos de que el padre siga con vida. Yo, en cambio, agradezco algo más. Agradezco que la ceremonia no se completara, que esa pausa inesperada me diera un mes más para… no sé: respirar, pensar, entender lo que quiero hacer con mi vida, —que cada vez siento menos como mía—.
Una vez llegamos, la casa se llena de movimiento: tías preocupadas, Karlota la madre de Ryan hablando por teléfono para avisar a media familia, la abuela Jimena diciendo que será “una señal divina”, y Ryan… bueno, él va y viene con su sonrisa educada y su amabilidad usual, ocupándose de todos como si hubiera nacido para ser anfitrión.
Yo aprovecho para subir a mi habitación. Cierro la puerta, me recuesto en la cama todavía con el vestido blanco a medio desabrochar y