Isabella
Me arrodillo de inmediato, y el olor fuerte a sopa derramada se mezcla con el perfume barato que Amber usa cuando está nerviosa. Ella tiene los ojos hinchados y las pestañas todas pegadas por el llanto; el delineador corre como si alguien la hubiese arrastrado por el piso.
—Nadie me hizo nada, Isa… me lo hice yo —dice entre sollozos, agarrándose la rodilla con ambas manos—. Me resbalé con mi propia estupidez.
Me trago la preocupación, porque aunque intento no reírme, es imposible no sentir alivio. Pensé en mil escenarios terribles mientras subía, culpaba a su ex, y verla así: viva, respirando, llorando como si el mundo se acabara… casi me da ganas de abrazarla y ahorcarla a la vez.
—Amber, por dios… mírate. Te asustas a ti misma —respondo, ayudándola a enderezarse. La siento temblar—. ¿Qué te pasó?
—Estaba preparando sopa… para curar mis traumas emocionales, ¿sabes? Y cuando la probé dije “esto está fatal”, intenté sacar la olla del fuego, la quemé, me desesperé, tropecé con