Mundo ficciónIniciar sesión~25 de noviembre, día de la boda~
Isabella Las maquillistas me arreglan el cabello mientras otra termina de abrochar la parte trasera del vestido. Tengo las manos frías, las rodillas temblando y ese nudo en el estómago que no se me ha ido desde anoche. Intento sonreír cuando una de ellas me dice que estoy preciosa, pero la sonrisa ni siquiera me sale completa. —¿Puedes pasarme el gloss? —pido, solo para sentir que participo en mi propia celebración. —No es necesario, te he puesto un mate rosita que no necesita brillo. Ven aquí, es hora de que te mires al espejo. —Me toma de la mano y me coloca frente al enorme cristal con mi reflejo en medio—. Toda una princesa ¿te gusta? La verdad, no. Tuve que aceptar que mi suegra escogiera mi vestido porque Ryan asegura que su madre es lo más importante en su vida y sabrá cuál vestido se vería mejor en mí. Intenté varias veces decirle qué modelo me gustaría usar, pero su respuesta siempre era la misma: mi madre sabrá escoger el que más me gustará a mí, que soy tu esposo. Y así quedó todo; debía estar bonita únicamente para él, mi opinión no importaba ni importará una vez se celebre la boda. Siempre soñé con un vestido campana, enorme, de esos con los que a penas se puede caminar bien. Con un encaje desde la cintura hasta las muñecas de las manos, llenos de piedrecillas brillantes y bordados únicos. En cambio, mi suegra escogió uno ajustado al cuerpo, rozando mis tobillos y con una cola ridícula que detesté desde el primer momento. No me queda mal, lo admito, pero no me gusta el diseño. —Sí, no estoy mal. —Es mi respuesta u a través del reflejo veo como las chicas se miran entre sí preocupadas. —Es normal que te sientas así, tranquila, que estás preciosa. —Me anima la que se encargó de mi cabello—. Mi colega ya terminó con tu amiga Amber, ¿quieres que la mande a llamar para que te levante esos ánimos? —propone y asiento repetidas veces, ella sabrá como calmarme. —Te lo agradecería muchísimo, gracias. ¿Pueden dejarme sola unos minutos? —Claro que sí, ya hemos terminado. Niñas, salgamos afuera. Al salir me doy cuenta que se han dejado la puerta abierta, y me aproximo a ella para cerrarla. Ryan me recordó varias veces lo importante que es no dejarme ver hasta la entrada de la iglesia, y no quiero más problemas. Cuando tomo el pomo de la puerta con una mano y me dispongo a jalarla, unos pasos me detienen. Por un momento pienso que es mi novio y me congelo, no puedo permitir que me vea, así que decido hacerme a un lado sin darme tiempo a cerrarla. Una sombra queda clavada en el marco de la puerta. Luego da un paso dentro y recorre el interior con la vista, murmura algo sobre un baño y al notar que es una habitación corriente se da la vuelta para irse. Es entonces que mi cuerpo reacciona y siento que me falta el aire. Mis ojos quieren salirse de sus órbitas, y él me atraviesa con los suyos tan azules que dan miedo. Su ceño se frunce, me señala con su índice y hace un amago de hablar, pero no lo logra. Yo me llevo la mano al pecho e hiperventilo unos segundos sin poder entender nada. Finalmente reacciona, y con un par de zancadas cierra la puerta con cuidado y regresa a mí. Me observa de arriba a bajo y maldice en inglés. —¿Qué haces aquí? —Es lo que se me ocurre decir y su rostro pasa de preocupado a divertido. Pero no una diversión genuina, sino más bien irónica. —La pregunta es: ¿qué clase de mujer se ha traído mi sobrino a casa? Sus palabras me destruyen, y aunque no entienda el significado no me quedo callada. —¿Perdona? —Ya veo por qué estabas así anoche, tenías y aún tienes miedo de que algún día te descubran. Por un momento te creí, pensé que eras una mujer indecisa de su propia boda porque no amaba a su prometido. Pero por lo visto me equivoqué. —No sé de qué hablas pero puedo explicarte —respondo enseguida, apretando mis manos intentando dejar de temblar. No tengo idea de lo que pasa por su cabeza pero definitivamente está equivocado. —No, no hace falta explicar nada —interrumpe con una sonrisa amarga—. Claro… ahora entiendo por qué evitaste responderme anoche. Por qué estabas tan tensa. Dijera lo que dijera ya estaba decidido, claro, no ibas a renunciar a esta vida. —¡No es lo que piensas! Ese no es el motivo de que diga que sí en el altar, no me conoces. —¿Ah, no? —avanza un poco más—. ¿No te estás casando con mi sobrino por su bolsillo? Porque vamos, clarísimo está que no lo quieres. Solo mírate, ¿así luce una mujer enamorada? Me ahogo un poco al escucharlo decir “mi sobrino” tan directo, tan frío; y yo sin saber nada, confesándole lo que sentía creyendo que era un desconocido que no vería en mi vida... —Evans… por favor… Él me mira de arriba abajo con un gesto que mezcla decepción y enojo. Yo me ruborizo de la vergüenza. —¿Sabes lo que más me molesta? —pregunta, inclinando la cabeza— Que él ni siquiera sabe elegir bien a las personas en las que deposita su dinero. —¿Perdón? —susurro, sin creer lo que acabo de oír. —No te ofendas —dice con falsa calma—. Pero se nota cuando alguien dice “sí” por conveniencia. Es como si me hubieran golpeado en el pecho. —No estoy aquí por dinero —respondo, llorando, sintiendo cómo me sube el calor por la piel—. No tienes idea de nada. Evans suelta una risa corta. —Anoche parecías todo menos una mujer enamorada. —Porque tuve dudas, igual que cualquier persona normal —levanto la voz sin querer—. No porque quiera su cuenta bancaria. Se le tensa la mandíbula. —Mi sobrino merece que alguien lo quiera de verdad —dice—. No que lo use. —¡No lo estoy usando! —respondo, dolida, crispada, temblando y con ganas de tirarme de rodillas a suplicar perdón, así como Ryan me obliga a hacer cada vez que hago algo mal. La necesidad de rogar piedad me consume, por un momento mi cuerpo lo pude a gritos y yo intento resistirme. Él se detiene a centímetros de mí. Demasiado cerca. Lo suficiente para que pueda sentir su respiración. —Entonces mírame a los ojos y dime que lo amas —susurra, con esa voz ronca que se mete debajo de mi piel. Mi boca se abre, pero no sale nada. Evans observa mi silencio… y lo interpreta como una confirmación. —Eso pensé —concluye, dándose la vuelta para irse. Pero antes de tocar la puerta, se detiene… y dice sin mirarme: —No sabes en lo que te estás metiendo. Esa boda no se va a llevar a cabo, créeme, no mientras yo esté aquí. Y se va. Me quedo sola en el cuarto, con el maquillaje destruido… y el corazón completamente desordenado. Amber entra sonriente y al verme pega un grito y me abraza. Ni siquiera me pregunta qué ha pasado y agradezco que sea siempre ese apoyo que necesito; ese que no me juzga ni presiona. Nos quedamos así, abrazadas, y minutos después llama a las maquillistas otra que arreglen el desastre en mi cara. Al menos eso lo pueden arreglar, porque el que llevo dentro no lo sana ni el mejor médico...






