¿Elegimos nosotros la vida o la vida nos elige a nosotros? Ella solo quería darle una “lección”, pero terminó empujándolo al abismo. Él construyó su imperio desde la nada, pero el destino lo golpeó con crueldad y lo dejó en coma. Ella, consumida por la culpa, lo rescata y lo cuida; él despierta sin memoria, convertido en un hombre cálido que la ama sin recordar. Empresa arrebatada, madre perdida, padre traidor, dudas y desesperación... Entre el poder y el amor, se aman, se traicionan, huyen y renacen. Cuando la verdad salga a la luz, ¿podrá el amor vencer al odio? Cuando la memoria despierte, ¿aún quedará un camino de regreso? Entre el amor y la culpa Una historia urbana sobre el amor, la redención y el destino. La verdad está a punto de revelarse.
Leer másCapítulo 1: La broma del destino
El crepúsculo devoraba el horizonte de Santiago.
El viaducto se extendía como una serpiente de acero sobre la ciudad, iluminado por destellos fríos que cortaban la neblina de la noche.Valentina Muñoz se apoyaba contra la baranda, el viento agitaba su abrigo negro con la violencia de una sentencia.
La lluvia caía fina, helada, y le resbalaba por el cuello hasta colarse bajo la piel.El café en su mano estaba completamente frío.
Ese amargor, que se mezclaba con el sabor del hierro de su boca, era el recordatorio de que su cuerpo seguía vivo… aunque su mundo ya se había derrumbado.Tres horas atrás, todo había terminado.
La reunión, la negociación, la última esperanza de salvar su empresa… Y el hombre que había firmado su ruina.Santiago Larraín.
El prodigio, el magnate, el genio cruel al que la prensa llamaba “el Moriarty del siglo XXI”. Un hombre cuya sonrisa podía parecer cortesía, pero siempre escondía una trampa.Con la firma de su pluma de oro, cambió la historia:
Con apenas el 1% de las acciones del Grupo Larraín, compró toda su empresa. Diez años de lucha, de insomnio, de sacrificios… Borrados con un solo trazo.Él levantó la vista, con esa elegancia impecable que dolía.
—Es un acuerdo de beneficio mutuo —dijo, con voz baja y glacial. Y ese “beneficio” sonó más como una condena.Valentina recordó cómo el reflejo de su gemelo Armani brilló en la mesa de cristal,
como si hasta la luz se inclinara ante su poder.“Maldito bastardo…” murmuró, apretando los dientes hasta sentir sangre.
¿Por qué él podía tenerlo todo? ¿Por sus ojos verdes que disimulaban el cálculo con ternura? ¿Por esa cara perfecta que los medios adoraban? ¿O simplemente por haber nacido en la cuna del poder?Ella era una mujer que había escalado desde el barro.
Y él, el hombre que siempre miraba desde arriba.El vaso de cartón resbaló de sus dedos.
Cayó al asfalto y estalló en una pequeña nube de café.Un segundo después, el grito del metal la arrancó de sus pensamientos.
¡Chirrido de frenos! ¡Golpe seco!
Un Maybach negro derrapó en el asfalto mojado, sus luces dibujaron dos líneas temblorosas, como lágrimas encendidas.
Valentina vio el vaso golpear el parabrisas. Y entonces todo ocurrió en cámara lenta: el sonido del metal al retorcerse, el estallido del airbag, la mezcla de humo, sangre y lluvia.Reconoció la matrícula.
LR-1. El coche de Santiago Larraín.El mismo con el que lo había visto marcharse una semana antes, tras la reunión que selló su destino.
Y ahora, esa cara perfecta —la que tanto odiaba— estaba manchada de sangre. Tan bella… y tan rota.La lluvia se mezclaba con sus lágrimas.
Valentina no podía moverse. Su respiración se descontroló, el corazón golpeaba con una fuerza insoportable. Palabras cruzaron su mente:“venganza”, “culpa”, “policía”, “accidente”, “castigo”…No era un accidente.
Era el eco de un destino que había decidido cobrarse su deuda.Sacó su teléfono con manos temblorosas.
—Aló… hubo un accidente… en la avenida Vitacura… envíen una ambulancia… —su voz era apenas un susurro.Cortó la llamada antes de escuchar respuesta.
Y empezó a caminar.Nadie la vio llorar.
Nadie supo que en ese instante su mundo se quebraba.No recordaba cuánto tiempo había caminado.
El viento le mordía el rostro, las piernas pesaban como plomo. Se apoyó contra una pared, jadeando, mientras la sangre de su palma se mezclaba con el café en un tono oscuro.—Él… él va a estar bien… ¿verdad? —susurró—.
Pero… ¿por qué siempre logra llevarme al límite?El teléfono vibró.
Una alerta de noticias iluminó la pantalla.[Última hora: El CEO del Grupo Larraín, Santiago Larraín, sufrió un grave accidente automovilístico esta noche. Su estado es crítico.]
Valentina se quedó mirando las letras hasta que se disolvieron ante sus ojos.
El mundo giró. El frío se coló por cada poro.—Santiago Larraín… —susurró, casi sin voz—.
Yo solo quería darte una lección… no quería matarte…Se dejó caer al suelo.
La lluvia la envolvía como un sudario. Su llanto se confundía con el agua.Esa noche, comprendió que su vida acababa de colapsar.
Y que su destino ya estaba ligado al de ese hombre… para siempre.Mientras tanto, en una sala de urgencias iluminada por luces blancas,
un médico murmuraba:—Daño cerebral severo. Está estable… pero en coma. Podría no despertar jamás.
El corazón del hombre seguía latiendo.
Y con cada latido, el hilo invisible del destino los unía un poco más.Capítulo 10 — El regreso a la luzEl cielo de Santiago tenía ese brillo gris que parecía pesar sobre la ciudad.Frente a la sede del Grupo Larraín, las cámaras de televisión y los flashes iluminaban toda la avenida.Era el día del juicio.El día final.Dentro del edificio, el logo plateado del grupo brillaba sobre el mármol.Esta vez, no era el imperio de Ernesto.Santiago se detuvo ante la entrada, con el rostro sereno.El traje negro delineaba su figura; sus ojos, duros como el acero, reflejaban el control absoluto.La herida en su hombro aún dolía, pero su presencia volvía a llenar la sala.A su lado, Valentina, con un vestido blanco marfil, proyectaba la calma de quien ha hecho las paces con el destino.Sabía que ese día no era la “mujer detrás del hombre”,sino la pieza clave que podía cambiarlo todo.—¿Lista? —le susurró él.—¿Y tú? —preguntó ella, sonriendo.—Hace tiempo que lo estoy.Sus dedos se entrelazaron.Y por un momento, el mundo se redujo al sonido de sus corazones lat
Capítulo 9 — La ternura antes del amanecerLa herida de Santiago aún no terminaba de cerrar, pero se negó a permanecer en cama.—La vida no es para esconderse —dijo con voz firme, mientras la luz del sol entraba por la ventana, iluminando su camisa entreabierta y dejando al descubierto la decisión que ardía en su pecho.Valentina entró con una bandeja de desayuno.Lo encontró de pie, apoyado junto a la ventana, revisando un fajo de documentos.Eran los informes confidenciales que Agustín había traído desde Santiago:el reporte de la muerte de su madre, copias de los balances financieros y una imagen borrosa de una cámara de seguridad.—Deberías descansar —murmuró, arrebatándole los papeles con suavidad.Santiago levantó la vista y esbozó una sonrisa cansada.—He descansado demasiado.Su mano se posó sobre la de ella, cálida, temblorosa.—Valentina, esta vez no lo hago por venganza.—Lo sé —respondió ella, bajando la voz—. Lo haces por ella… y por ti mismo.Se miraron en silencio.El v
Capítulo 8 — Ruptura y DespertarLa noche había caído sobre el pequeño pueblo costero.El viento del mar traía consigo una neblina húmeda que hacía parpadear las luces del camino, una a una, como si temieran apagarse para siempre.En la oficina de la clínica, Valentina revisaba documentos mientras la pantalla del computador mostraba el envío exitoso de un correo cifrado.Era su último mensaje para Agustín.El texto era breve, pero lo suficiente para alterar el equilibrio del poder:“El duodécimo accionista del Grupo Larraín aceptó vender sus participaciones. Una vez completada la transacción, podremos presentar la moción ante el directorio.”Estaba a punto de apagar el computador cuando escuchó el rugido grave de un motor afuera.Un SUV negro se detuvo frente a la clínica.De él bajaron cuatro hombres vestidos con ropa oscura.El corazón de Valentina dio un vuelco.—¿Quién está ahí? —alcanzó a decir, pero la puerta se abrió de golpe.—¿Eres Valentina Vega? —preguntó uno de ellos con v
Capítulo 7: El pacto del corazónEl aire del pequeño pueblo del sur siempre olía a humedad y dulzura.La luz de la mañana se filtraba entre la niebla y golpeaba las ventanas de la clínica,como si envolviera el lugar en un sueño suave.Santiago estaba sentado en el banco del patio,sosteniendo una taza de café —preparada por Valentina—,fuerte, algo amarga, pero cálida como su mirada.—¿Así que antes no tomaba azúcar? —preguntó sonriendo.Valentina asintió suavemente.—Antes… te gustaba tener todo bajo control. Incluso el dulzor del café.—¿Y ahora?—Ahora aprendiste a dejar que alguien más decida un poquito.Ella lo miró con ternura y firmeza.Santiago se quedó quieto por un momento, luego sonrió,y esa sonrisa era limpia, luminosa, como el viento de comienzos de verano.En ese instante, el corazón de Valentina se desordenó por completo.Habían pasado más de un mes juntos.De la incomodidad y la distancia inicial, habían pasado a la complicidad y la confianza.Él la acompañaba al mer
Capítulo 6: El eco del destinoLas noticias de la mañana cayeron sobre Santiago como una lluvia helada.Todos los canales transmitían el mismo titular:“El magnate Santiago Larraín, fallece tras graves heridas en el accidente automovilístico.”En la pantalla aparecía su retrato en blanco y negro, solemne,seguido por la imagen de la sede del Grupo Larraín, con las banderas a media asta.Bajo el resplandor de los flashes, su padre, Ernesto Larraín, habló con voz compungida:—Mi amado hijo se ha ido demasiado pronto. Cumpliré por él todo lo que dejó inconcluso.Después de aquella “conferencia de duelo”, el rumor se extendió rápidamente dentro del grupo:en tres meses habría una asamblea general de accionistas para reestructurar la junta directiva.Ernesto asumiría el control total de la compañía,con el título legítimo de “heredero y continuador del legado Larraín.”El muerto, una vez más, no tenía derecho a defenderse.Lejos del bullicio de la capital, en una pequeña clínica del sur,l
Capítulo 5: El favor de la diosa de la suerteNo fue hasta que el vehículo desapareciócuando Velentina se atrevió a salir del coche.Con la luz temblorosa del móvil,se adentró lentamente en el viejo caserón.Aunque estuviera muerto,al menos quería pedirle perdón.Se lo debía.Pero al cruzar la entrada, se quedó helada.Santiago yacía en el suelo del pórtico,o más bien… lo habían arrojado ahí.El viento silbaba entre las puertas rotas,la humedad de la lluvia se posaba sobre su rostro.Los labios estaban pálidos,el brazo lleno de nuevas heridas,la ropa empapada.Su respiración apenas era un suspiro.Valentina corrió hacia él,se arrodilló, temblando,y acercó su mano a su nariz.¡Aún respiraba!Débilmente, pero respiraba.Las lágrimas le brotaron sin control.—No puedes morir… no te lo permito.Lo sostuvo contra su pecho.Lluvia y llanto se mezclaron sobre ambos.Solo existían ellos dos,perdidos en una noche sin testigos.Con un esfuerzo sobrehumano,lo arrastró hasta el coche,
Último capítulo