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Capítulo 10 — El regreso a la luz

Capítulo 10 — El regreso a la luz

El cielo de Santiago tenía ese brillo gris que parecía pesar sobre la ciudad.

Frente a la sede del Grupo Larraín, las cámaras de televisión y los flashes iluminaban toda la avenida.

Era el día del juicio.

El día final.

Dentro del edificio, el logo plateado del grupo brillaba sobre el mármol.

Esta vez, no era el imperio de Ernesto.

Santiago se detuvo ante la entrada, con el rostro sereno.

El traje negro delineaba su figura; sus ojos, duros como el acero, reflejaban el control absoluto.

La herida en su hombro aún dolía, pero su presencia volvía a llenar la sala.

A su lado, Valentina, con un vestido blanco marfil, proyectaba la calma de quien ha hecho las paces con el destino.

Sabía que ese día no era la “mujer detrás del hombre”,

sino la pieza clave que podía cambiarlo todo.

—¿Lista? —le susurró él.

—¿Y tú? —preguntó ella, sonriendo.

—Hace tiempo que lo estoy.

Sus dedos se entrelazaron.

Y por un momento, el mundo se redujo al sonido de sus corazones latiendo al unísono.

La audiencia comenzó.

Ernesto estaba sentado al frente, con esa sonrisa de zorro viejo que ya no engañaba a nadie.

—Bienvenido de vuelta a la realidad —dijo con voz grave—.

Puedes acusarme de lo que quieras, pero no tienes pruebas.

Eres un muerto que camina.

Santiago no respondió.

Simplemente entregó una carpeta a Agustín.

El abogado se puso de pie, la voz resonó clara y firme:

—Presentamos nuevas pruebas: el informe real del accidente de la señora María Larraín,

y la evidencia del intento de asesinato contra el señor Santiago Larraín hace tres meses.

Un murmullo recorrió la sala.

Los flashes comenzaron a estallar.

Por primera vez, el rostro de Ernesto se tensó.

Valentina se levantó despacio y caminó hacia el micrófono.

Su voz temblaba, pero sus palabras eran sólidas.

—Yo estuve allí… el día del accidente.

Esa taza de café cayó de mis manos.

Pensé que era una casualidad,

pero esa casualidad casi lo mata.

El silencio fue absoluto.

Ella continuó:

—No soy inocente.

Pero no pienso seguir huyendo.

La verdad merece ser vista, incluso si duele.

Santiago la observaba, con asombro y con ternura.

Su valor brillaba más que cualquier victoria.

Fuera de la sala, el caos era total.

Las cadenas de noticias transmitían en directo.

Ernesto fue arrestado en el acto.

Las grabaciones y los movimientos financieros revelaban años de corrupción.

Cuando los periodistas rodearon a Santiago, solo dijo:

—Hoy no es un día de venganza.

Es el día en que una madre y un hijo finalmente descansan en paz.

Esa noche, Santiago volvió a la oficina más alta del edificio.

Desde la terraza, la ciudad parecía más pequeña, más humana.

Valentina estaba allí, recargada en la baranda, el viento jugando con su cabello.

Él se acercó y la abrazó por detrás.

—¿Sabes cuándo sentí que volví a vivir? —susurró—.

Cuando dijiste la verdad.

Ella sonrió entre lágrimas.

—¿Y ahora me odias?

Él negó con la cabeza.

—Odié al destino… pero nunca a ti.

—¿Por qué?

—Porque tú me recordaste que aún puedo amar.

Pasaron unos días.

Los titulares cambiaron:

“El CEO que volvió de la muerte.”

“Verdad y redención en el corazón de Santiago.”

Pero Santiago no reconstruyó el grupo de inmediato.

Su primera decisión fue crear una fundación:

Valen, para apoyar a las familias destruidas por escándalos empresariales.

El auditorio estalló en aplausos.

Pero él solo miraba a una persona entre la multitud.

Un mes después, regresaron al sur.

La antigua clínica era ahora una pequeña cafetería.

En la puerta, un letrero de madera decía:

Café del Destino

En el mostrador, la misma taza rota de aquella noche,

reparada con finas líneas doradas.

Valentina le sirvió una taza nueva.

—Esta vez… con azúcar —dijo, sonriendo.

Santiago la probó y asintió.

—Perfecto. Ni amargo ni dulce. Justo como la vida.

El sol entraba por la ventana,

el viento movía las cortinas blancas,

y en sus manos entrelazadas se reflejaba toda la historia.

Epílogo

A veces, el destino no es una pérdida de memoria.

Es una forma de despertar.

Porque solo al rompernos… aprendemos a amar de nuevo.

La cámara se aleja.

Las luces de Santiago titilan a lo lejos.

El aroma del café flota sobre el pueblo.

Santiago susurra, con una sonrisa leve:

—Valentina… si existiera otra vida, dejaría que esa taza se cayera otra vez.

Ella ríe.

—Entonces, yo volvería a prepararte una.

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