Capítulo 7: El pacto del corazón
El aire del pequeño pueblo del sur siempre olía a humedad y dulzura.
La luz de la mañana se filtraba entre la niebla y golpeaba las ventanas de la clínica, como si envolviera el lugar en un sueño suave.Santiago estaba sentado en el banco del patio,
sosteniendo una taza de café —preparada por Valentina—, fuerte, algo amarga, pero cálida como su mirada.—¿Así que antes no tomaba azúcar? —preguntó sonriendo.
Valentina asintió suavemente. —Antes… te gustaba tener todo bajo control. Incluso el dulzor del café. —¿Y ahora? —Ahora aprendiste a dejar que alguien más decida un poquito.Ella lo miró con ternura y firmeza.
Santiago se quedó quieto por un momento, luego sonrió, y esa sonrisa era limpia, luminosa, como el viento de comienzos de verano. En ese instante, el corazón de Valentina se desordenó por completo.Habían pasado más de un mes juntos.
De la incomodidad y la distancia inicial, habían pasado a la complicidad y la confianza. Él la acompañaba al mercado, le ayudaba a cargar las bolsas; ella le leía en las noches, con una voz suave, casi de arrullo.Era una calidez difícil de describir,
como si el destino hubiera vuelto a tejer los hilos entre ellos.A veces, Valentina veía en los gestos de Santiago destellos del hombre que fue:
la concentración al pensar, la calma al decidir, esa autoridad natural que nadie podía ignorar. Sabía que él estaba volviendo poco a poco. Y ella, en esa resurrección, se estaba perdiendo más profundamente.Una tarde, el viento después de la lluvia traía el olor del pasto fresco.
—Le escribí al contacto que me diste —dijo Valentina en voz baja—. Se llama Agustín. Dice ser tu abogado.Santiago alzó la vista, sorprendido.
—Agustín… siento que era alguien importante para mí. —Dice que quiere venir a verte, pero… no cree que estés vivo. —Es comprensible —murmuró ella—. El mundo entero cree que estás muerto.Santiago guardó silencio largo rato. Finalmente asintió.
—Entonces que venga. Que lo vea con sus propios ojos.Tres días después, un auto gris oscuro entró al pueblo.
De él bajó un hombre de lentes dorados, rostro sereno, pasos firmes. Apenas cruzó la puerta, lo vio: Santiago, sentado junto a la ventana. El sol caía detrás de él, bañándolo en luz. Por un segundo, Agustín creyó ver un fantasma.—Dios mío… —susurró—, eres tú.
Santiago sonrió. —Parece que no te fallé del todo.El silencio entre ambos fue más elocuente que mil palabras.
Esa noche, los tres se sentaron frente al fuego.
Las llamas danzaban reflejándose en sus rostros. Valentina colocó sobre la mesa el grueso “álbum de recuerdos”.—Tenemos que hacer que la verdad salga a la luz —dijo con decisión—.
Solo así los culpables pagarán. Si regresas a la empresa, podrás recuperarte más rápido.Agustín tecleaba en su computador.
—Ernesto tomó control ilegal del grupo. No tenemos pruebas sólidas. En tres meses asumirá completamente. Si la policía interviene ahora, la empresa se derrumbará. Además, la parte de tu madre está bajo su nombre. Controla el 40 %.Santiago entrecerró los ojos.
—¿Y la muerte de mi madre? ¿También fue un accidente? —Lo investigué. No hay pruebas. Solo un detalle extraño… En tu accidente, había una taza de café rota en la escena.Al oír “café”, el corazón de Valentina dio un salto.
Era su taza… pero no podía confesarlo aún. Santiago no notó su agitación. En sus ojos volvió a brillar la inteligencia del líder que fue.—Entonces tenemos menos de noventa días. ¿Cuántas acciones me quedan?
—Tienes el 39 %. Si logramos comprar en secreto y crear ruido mediático, podremos recuperar el control —explicó Agustín—, pero solo si sigues “muerto”.—Entonces usaré mi nombre —intervino Valentina—.
Tengo el 1 % de acciones y contactos que aún confían en mí. Puedo ayudarles.Santiago la miró con suavidad.
—Valentina, esto es peligroso. No deberías involucrarte. —Ya estoy involucrada —respondió ella—. Si tu vida es un milagro, entonces estar contigo es mi destino.El silencio llenó la habitación.
El fuego iluminó su rostro, reflejando una mezcla de ternura y valor. Santiago solo extendió la mano y la cubrió con la suya. Su contacto era tibio, como un latido compartido.—Tal vez… esto sí sea un nuevo comienzo —susurró él.
—Entonces luchemos por tu futuro —respondió ella.Y así sellaron su pacto.
Un juramento firmado con amor, confianza y coraje.A la mañana siguiente, el sol disipó la niebla.
Agustín partió hacia Santiago para reunir al antiguo equipo legal. Valentina, frente al computador, enviaba correos cifrados a contactos clave. El rugido silencioso de la batalla empresarial acababa de comenzar.Santiago la observó desde la puerta.
En su sonrisa había amor… y un filo de fuego. El rey había despertado.