Mundo de ficçãoIniciar sessãoElisa es adicta al alcohol y acaba de ser abandonada por Nacho, su novio con el que tenía planes de futuro. Con toda esta situación, su problema con la bebida se agrava. Ahora bebe cada día en su piso y sola. Su amiga Sandra conseguirá que vuelva a ir a terapia con la que se relacionará con un grupo de ayuda con el que trabará amistad y quizá vuelva a resurgir el amor. Es una novela de intriga y de adicción donde se mezcla la amistad, el amor y el odio entre los personajes principales.
Ler maisMis pasos cansados me han llevado al bar de la inocencia perdida. En la barra, clavado en el bar, está Nacho bebiendo un güisqui con hielo acompañado por una joven. Le he visto y me ha mirado, pero no creo en ningún dios. Su carita de niño agitanada, tostada por el sol del Mediterráneo, descubría sus dientes blancos en esa sonrisa inicial, que me ha dedicado, despegando sus labios morados a causa del hielo.
Supongo que se habrá dado cuenta que su cara contrastaba con la mía; pálida, cansada, con grandes pinceladas amoratadas debajo de mis espejos del alma. Me ha dado dos besos en sendas mejillas y me he sentido espiada por esta mujer que controla cada uno de mis movimientos. Ella reposa en un taburete rojo, con un vaso medio vacío de licor, con la cara perfectamente maquillada, no sea el caso que se le vea en algún lugar recóndito de su piel su palidez característica. Con los ojos rociados con abundante pintura, las cejas perfectamente depiladas y un lunar en la parte superior de su ojo izquierdo, me observa e intenta disimular.
Nacho rompe estas miradas y me la presenta con delicadeza. Se llama Luz y yo por lo bajo murmuro: «De mi vida». Nacho me oye y me ríe la ocurrencia, que ella no entiende, por no haberlo escuchado a su debido tiempo. Acto seguido, le suena su móvil y se aleja de nosotros, cosa que agradezco no sé por qué. Ahora, por fin, solos los dos, mis dudas se aceleran en este momento. ¿Qué busco en la inmensidad de este bar? ¿Hacia dónde me llevaran mis próximos pasos?
Nacho irrumpe mis pensamientos pidiéndome un Martini blanco, pero yo le miro fijamente, y le digo que ya no bebo, que lo he dejado.
―Y tú tampoco deberías beber, si luego has de coger el coche ―añado.
Nacho, sorprendido, hace una mueca y sé que no soporta que le dé lecciones. Si no llegara a ser yo, me diría que de madre ya tiene una y más que suficiente.
Luz vuelve a aparecer con su vestido brillante que deslumbra de tanta purpurina que lleva, ha aprovechado el respiro para pintarse los labios de nuevo en el tocador. Sé que sobro. Lo noto en sus ojos aniñados y acaramelados, que están deseando encontrarse para dar paso a la danza de los cuerpos. Apuro mi agua con gas. Les devuelvo los cuatro besos a Nacho y a su sirenita de compañía y me fundo en las calles de mi ciudad.
En la calle, se derrama un mar de lágrimas al fundirse mi máscara porque ya no es Carnaval, porque alguien ha dado el cambiazo definitivo a este examen puramente femenino. He dejado de ser su cielito lindo, ha cambiado mi lunar que tenía, y conservo en el ombligo por un ojo izquierdo. Y siento ganas de desaparecer, hundida en lo más hondo, voy directa a casa, donde me tumbo en mi sofá. Enciendo la televisión, pero no ponen ningún programa de interés que logre distraerme de mis pensamientos.
Al verlo de nuevo, he conseguido que volvieran a renacer mis recuerdos, que creía ya perdidos, y ahora me martirizan como martillos golpeándome en las sienes. Un dolor de cabeza me invade y me siento morir. Pensaba que lo tenía superado, que el tiempo había evaporado la sal de las heridas, pero me necesito recomponer ya que en un solo instante todo se ha derrumbado de nuevo.
Inspiro, espiro, inspiro, espiro… y, respirando, me doy cuenta de que el aire me entra en los pulmones y me siento como un árbol observador y estático. Observo el comedor desordenado. Una pila de ropa arrugada todavía está por planchar. La mesita está llena de mandos, platos sucios y libros. La comida de Ghato está esparcida por el suelo y, me he olvidado de servirle su tazón de leche. Me agobia todo tanto, que me da por recogerlo para no pensar.
Mientras Nacho, en algún lugar cercano de la ciudad, seguirá con su vida y yo seguiré con la mía: monótona a más no poder, sin ningún aliciente, vacía, en definitiva. Y es este vacío, el que más me pesa, el que no cicatriza, el que me escuece en el alma. Ghato reclama mi atención y ronronea. Le doy su leche, que la tiene más que merecida, por aguantar mis malos días. Se oyen truenos a lo lejos, que van acercándose y, de pronto, la oscuridad me invade pues se han fundido los plomos. Me quedo a oscuras sentada en mi sofá y, poco a poco, se me van cerrando los ojos.
A la mañana siguiente, me duele la espalda por haberme quedado dormida en mala posición. Mi sofá ha tomado la forma de mi cuerpo marchito y, me doy cuenta, de que Nacho no merece ni por un minuto más de mis pensamientos. Cojo un pincel y plasmo lo que siento entre colores y manchas, que van adquiriendo formas difusas. Bienvenida inspiración que creía ya olvidada. Mis dedos ágiles se deslizan por el lienzo y me siento vivir. Ghato se acurruca entre mis pies y noto su pelo cálido y gris cosquilleando mis tobillos. La luz que entra por mi ventana no es la de mi vida, pero sobreviviré en los días que vendrán. El optimismo es un buen licor que se bebe deprisa, lo difícil es mantenerlo en el tiempo.
Pienso en alejarme de mi ciudad y empezar nuevos proyectos que siempre he tenido en mente. En los próximos días, navegaré por Internet en busca de empleo, y en busca de casas de alquiler. Cuando tenga una oportunidad, no la voy a dejar escapar como hasta ahora, la cogeré como clavo ardiendo. Necesito emigrar para volver a empezar. El piso me recuerda a Nacho por todos los momentos allí vividos y creo que en él me es imposible seguir. El cuadro ya está casi terminado. Sólo le faltan los últimos retoques, que dejo para después de almorzar. Lo observo con atención y, me doy cuenta de que he abusado del color rojo, como la sangre que navega entre mis venas, como el taburete en el que reposaba Luz, como la camiseta que llevaba Nacho el día que me dejó. Y me entra un ardiente deseo de romper el cuadro. Lo hago y al terminar, me siento más tranquila. He liberado mi ira y mi frustración.
Pongo a asar en una paella un bistec de ternera con poco aceite. Al comerlo, siento que está más duro que la suela de un zapato y me acabo comiendo sólo la sosa ensalada. En los postres, es cuando me entra el deseo de volver a beber, lo pienso detenidamente y sé que, si lo hago, tendré que volver a empezar con la terapia.
Nacho ni ningún tío merecen que lo haga, pero, aun así, bajo al supermercado para comprar una botella de Martini. Sólo esta vez, me digo, pero sé que es una promesa que no tardaré en romper, igual que el cuadro que he acabado por bajar a la basura.
En mi sofá, me dispongo a beberme el Martini lentamente, y saboreando, su sabor que ya tenía olvidado. Luego, las mismas ansias que siento, me hacen acabarme la botella rápidamente. Poco a poco, mi mente se vuelve más lenta, pocos reflejos le quedan para volver a dormirme, y aniquilar la imagen de Nacho con Luz por un tiempo.
Mis pasos frenéticos me llevan a hacer un poco de footing por el parque en donde las estaciones han ido pasando día tras día. Tres primaveras han pasado, y hoy, algo ha cambiado en mi interior, pues la incertidumbre se hace más patente que nunca. Mis pies corren por el parque liberando la tensión que llevo dentro.Es el día. No sé si se convertirá en blanco o negro. No sé de qué color describirlo, si las nubes lo han rodeado y señalan tormenta, o si de repente se esclarecen mostrando un día soleado. Mi corazón corre velozmente por el parque, adelanto a niños que me miran asustados por si me los llevo por delante.Una pelota se cruza en mi camino, sin poder frenar tropiezo con ella. Caigo y me lastimo una rodilla. El chándal muestra un agujero, y lamento mi torpeza en no poder haber esquivado la pelota. Un pequeñín me mira con la boca abierta, con los ojos temblando, y al mirarlo de arriba abajo rompe a llorar. Decididamente no es mi día. Le acerco la pelota y comprendo que es suya. Se
A la salida de la iglesia, les esperamos preparados con las manos llenas. Los granos de arroz cobran vida en el vestido de novia de María, y en el traje oscuro de Toni.Un polvo blanco inunda parcialmente sus vestimentas. Todos compartimos alegrías y aplausos. Los besos de felicitaciones explotan al acabar. Rozo la mejilla de María templada y resplandeciente de finales de abril. Luego me aproximo a Toni y le planto dos besos.Toni y María se suben al coche, que está decorado para la ocasión. Van a tener una sesión fotográfica en los jardines principales de la ciudad. El resto nos dirigimos hacia el restaurante de mi prima Susana, donde se celebrará el convite. Tomamos un aperitivo rosáceo y espumoso servido por un camarero elegante mientras esperamos, sin probar ninguna gota de alcohol. Los brindis los contenemos para cuando lleguen los novios, que no tardan en aparecer, radiantes y en todo su esplendor. María brilla con luz propia. Lleva el cabello recogido con adornos florales, d
En un lugar de los Pirineos, cuyo nombre siempre estará en mi memoria, el coche de Luis se detiene. Durante todo el trayecto, he contemplado el paisaje embelesado, montañas prominentes nos rodean con todo su esplendor. Me siento pequeña ante tanta grandeza. A primeras horas, una fina niebla decoraba nuestro alrededor, pero poco a poco se ha ido levantando. Hay nieve en las cimas y, como supuse, hace bastante fresquita al bajar del coche.Hace pocos días del estreno de la primavera y, su magia todavía dormita en el valle donde nos detenemos.―Aquí es ―dice Luis y me señala una casita, que la reconoce por la foto que aparecía en la página web, dónde hemos hecho la reserva.Es una casa típica, de piedra y con el tejado de pizarra. Hay un rótulo, que indica su nombre, que es lo que la ha hecho reconocer entre las demás. Llamamos al timbre y una mujer rubia nos abre la puerta amablemente. Después de presentarnos como es debido, la mujer nos enseña la casa donde pasaremos este fin de semana
Meto más ropa de la que debo en la maleta, ya que finales de marzo es traicionero. No sé si hará bastante fresquita o si, por el contrario, podré lucir algún jersey menos grueso.Susana sonríe pícara y me dice que poca ropa luciré, ya que lo más seguro es que no salga de la habitación. Creo que no se equivoca, por eso me he comprado para la ocasión un par de conjuntos de lencería última tendencia. Compuestos de sendos tangas provocativos, que resaltarán mis curvas. Desde que vivo con Susana, y me alimento de mejor forma, he ganado algunos kilos, que me hacían falta. He dejado atrás los huesos, que se me marcaban y, debido al ejercicio que estoy haciendo en el gimnasio de manera moderada, hace que se me repartan por el cuerpo de manera equilibrada.La carne luce tersa y me siento a gusto conmigo misma, porque estoy haciendo lo que quiero, quererme primero a mí misma, cuidarme, dedicarme tiempo, satisfacerme. Estoy recuperando el tiempo perdido, luego ya vendrá el dedicarme a los demás.
Aprobada a la primera. La teórica del carné de conducir ya pasó a la historia y empiezo las prácticas por la ciudad con ganas. En los instantes que conduzco, me siento dueña de mí misma, porque soy yo la que dirijo mi vida. Ha pasado casi un año en que lo dejé definitivamente, sin contar mi recaída, pero cada día que pasa es un pulso que le estoy ganando a mi adicción. Lo más importante es que me siento libre, sin ningún impulso que empañe mi día a día, ya que el alcohol me llamaba continuamente a consumirlo. También tranquila, porque al dejarlo esos mismos impulsos han cesado, y me lleno de vitalidad.Me siento radiante, llena de vida, y de ilusión. Por eso, durante el mes frío de febrero, en el que la bebida ya no nos calentará el cuerpo llenándolo de falacias y dominando nuestra existencia, pintaremos un mural con nuestras manos. Un mural donde el color será testigo de nuestra fuerza unida. Las paredes las dejaremos para primavera, porque se podrá ventilar la sala donde hacemos la
Enero desemboca en un mes en el que no ceso de hacer cosas al lado de Luis, de Susana, y por mí misma. Estudio la teórica del carné de conducir para sacármela cuando antes, y realizando test con el ordenador de la autoescuela.Me paso el mes pintando cuadros, animada por Susana. Quiere que vuelva a exponer en el restaurante, porque me dice que dejé con ganas de más a los clientes, que apreciaron el torbellino marino. Así lo hago. Pinto sin parar en los tiempos libres, aducida por una fuerza, que me impulsa a sacar lo mejor de mí misma. Incluso la señora Fernández se impresiona al ver mis cuadros que, por falta de espacio en el piso de Susana, acabo trasladando a la academia.―¿Eso lo has pintado tú sola? —me pregunta y alza las cejas, gratamente impresionada.―Sí, claro. ¿Con quién más lo tendría que pintar?La señora se encoje de hombros, pensativa, y guarda silencio por unos instantes, para sopesar sus palabras y escoger las adecuadas.―Elisa, en tus cuadros reflejas partes de tu al





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