Mundo ficciónIniciar sesiónLaura, una joven mesera maltratada por su madre y marcada por un pasado de abuso, muere trágicamente tras ser atacada en el bar donde trabajaba. Pero al cerrar los ojos… despierta en su novela favorita, no como la heroína, sino como Lucía, la villana destinada a morir por traición. Determinada a cambiar su destino, Lucía rechaza al príncipe que debe abandonarla en el altar y decide perseguir por fin su sueño: diseñar moda. Sin embargo, su nuevo mundo está lleno de sombras. Su supuesto padre la golpea y controla; el príncipe Kevin empieza a desearla; y Eduardo, el noble y misterioso primo del príncipe, se convierte en la única luz de su vida. Cuando aparece Elena, la protagonista original, la verdadera villana sale a la luz. Celos, traiciones y secretos antiguos amenazan con destruir a Lucía. Pero ella descubrirá algo más oscuro… Entre amor, engaños y una guerra por el trono, Lucía tendrá que elegir: ¿volver a ser la villana… o convertirse en la reina que siempre estuvo destinada a ser?
Leer másLa noche había caído sobre la ciudad como un manto húmedo y pesado, dejando escapar un frío que se colaba por todos los rincones del barrio donde se encontraba "El BRABO", el bar donde Laura trabajaba desde algunos años o mejor dicho desde que su madre la obligó a trabajar. No había música alegre esa noche. Solo el ruido de vasos chocando, los murmullos de borrachos y el olor penetrante a cerveza derramada mezclado con nostalgia rancia.
Laura limpiaba una mesa con una agilidad automática, casi mecánica. A sus veintidós años, ya parecía haber vivido demasiadas vidas. La luz tenue del bar resaltaba las ojeras violáceas bajo sus ojos, pero aun así, había en ella una belleza apagada, como una llama pequeña que se niega a extinguirse. Su delantal estaba manchado de cerveza y grasa, y el cabello, recogido a medias, dejaba escapar mechones que caían sobre su rostro. Ella no se los acomodaba; no tenía energía ni para cuidar esos pequeños detalles. —Laura, atiende la mesa siete —gritó el dueño desde la barra sin siquiera girar a verla. Ella tragó saliva, tomó una libreta y se acercó. La mesa siete siempre era la misma escena: Sergio, el hombre que había sido cliente fiel del bar hace muchos años y que ahora gastaba su pensión en alcohol y mujeres jóvenes que lo ignoraban. Laura detestaba ese lugar por muchos motivos, pero mirar a Sergio era el más pesado de todos los borrachos. Su mirada se clavó en la barra cuando lo vio levantar la mano para pedir otra ronda, pero Laura ignoró la petición. El dueño no dijo nada. Nunca se metían con Sergio, porque había cosas de las que era mejor evitar. Era mejor ignorarlo. Laura respiró profundo, contuvo el temblor de su mano y se acercó a otra mesa. Las risas, los insultos entre borrachos, el olor a cigarrillo. Todo. Cada cosa le recordaba que su vida estaba hecha de ruinas. Y aun así, ella seguía ahí por mantener a su madre satisfecha y poder conseguir un mejor futuro. Eran las once y cuarenta cuando la puerta del bar se abrió de golpe, y un silencio incómodo recorrió el lugar. Laura no necesitó levantar la mirada para saber quién había llegado. —¡Laura! —una voz ronca, quebrada por el alcohol y por años de resentimiento, gritó desde la entrada. Era su madre. Despeinada, ojerosa, la ropa arrugada y un olor penetrante a licor barato. Laura sintió cómo el estómago se le hacía un nudo. «Otra vez…» Su madre ya estaba borracha desde hacía horas. Podía verlo en la forma en que se tambaleaba al caminar. Su entrada era un huracán de vergüenza y dolor. —¡Laura, ven acá! —repitió, golpeando la barra con la mano. La gente se reía, murmuraba, o simplemente apartaba la mirada. Laura respiró profundamente, dejó la bandeja y caminó hacia ella. —Mamá, deberías ir a casa. No puedes estar aquí así. —¿Y tú quién te crees para decirme qué puedo hacer o no? —gruñó ella, acercándose tanto que Laura pudo sentir el hedor del alcohol en su aliento—. ¡Por tu culpa me dejó Víctor! ¡Por tu culpa me quedé sola! Laura sintió ese golpe invisible que siempre le robaba el aire. Cada vez que su madre mencionaba a Víctor, las sombras de su infancia regresaban como un puñal. Los dedos de él apretándole la muñeca. Las veces que intentó entrar a su habitación cuando su madre estaba dormida o trabajando. Las mentiras que le decía a su madre. Las amenazas. Pero nunca habló. Nunca pudo. Su madre no le creería —No fue mi culpa —susurró. Su madre la empujó ligeramente por el hombro. —¡Mentira! ¡Él se fue porque tú lo provocabas! ¡Siempre te comportaste como una…! —¡Ya basta! —Laura levantó la voz, sin gritar, pero por primera vez con firmeza. El bar se quedó en silencio. Las pupilas de su madre se dilataron. —Tú… —dijo, señalándola—. Tú arruinaste mi vida. Laura cerró los ojos. No había punto en seguir discutiendo. Ese era su destino: cargar culpas que nunca fueron suyas. Horas después, cuando la mayoría de los clientes ya estaban tan borrachos que se movían como sombras amorfas, Laura escuchó una risa femenina demasiado aguda detrás de ella. —Así que tú eres la famosa meserita —dijo una mujer rubia, con maquillaje corrido y la mirada llena de veneno. Laura frunció el ceño. —¿Puedo ayudarla con algo? —Sí, puedes dejar de coquetear con mi esposo. Laura arqueó una ceja. —Ni siquiera sé quién es su marido. —¡Ese! —señaló al hombre borracho de la mesa siete. Sergio. Laura sintió el estómago retorcerse. No podía creer que esta mujer pensara que ella… con él… —No estoy haciendo nada —respondió calmadamente. Pero la mujer se acercó más, invadiendo su espacio. —No me mientas. Te he visto cómo lo miras. ¡Eres una cualquiera! Laura retrocedió, intentando no perder la calma. —Señora, por favor, está malinterpretando todo. —¡Cállate! —la mujer la empujó con fuerza. Laura dio un paso atrás, pero la mujer volvió a empujarla más fuerte. —¡Eres una maldita zorra! Laura tropezó con un taburete detrás de ella. El tiempo pareció ralentizarse. Sintió que caía hacia atrás, escuchó un grito, y luego… CRACK. El borde de la barra golpeó su cabeza con un sonido que le heló la sangre a los que lo escucharon. Laura sintió un dolor punzante, una presión que explotaba desde dentro. La vista se nubló. El mundo giró. Las voces se hicieron lejanas. Sergio se levantó, torpe, asustado. Su madre gritaba su nombre entre insultos y súplicas sin sentido. —¡Laura, levántate! ¡Levántate, maldita sea! Laura trató de mover los dedos, pero no respondían. Un frío extraño comenzó a extenderse por su cuerpo, como si la vida estuviera evaporándose lentamente. —A… ayuda… —quiso decir, pero la voz no salió. Las luces, los murmullos, el dolor… todo empezó a desaparecer. Y en la distancia, como un eco suave, escuchó una frase que no pertenecía a ese mundo: "Capítulo final: La traición de la rosa negra." Era el título del último capítulo de su novela favorita. Una luz blanca la envolvió. Y de pronto, la oscuridad la devoró por completo.La vela seguía agonizando en la mesa cuando Lucía tomó aire y miró, de nuevo, la nota que había caído de sus dedos.Ese papel no debía existir.No así.No ahora.Y menos en su cajón.Lucía se agachó, recogió la hoja con manos temblorosas y la desplegó bajo la luz tenue.La letra…la frase…la tinta oscura…No necesitó leerla más de una vez para reconocerla.Era la misma nota que en la novela original, la verdadera historia, la villana enviaba a Elena, la protagonista destinada a casarse con el príncipe.Una nota que desataba una cadena de traiciones.Una nota que iniciaba la caída de la villana.Una nota que, en el capítulo 40… condenaba a Lucía a la horca.Pero aquí estaba.En su cajón.En el capítulo diez o trece ni sabía ya.Mucho antes de lo previsto.Un escalofrío le subió por la espalda.—"Elena…" —susurró, apenas audible.Alana se acercó temblando.—Mi lady… ¿qué dice? ¿Es del duque?Lucía negó rápidamente.—No. No es su letra.Alana tragó saliva.—Entonces… ¿quién la dejó?Luc
La vela agonizó entre los dedos de Lucía, pero no importaba: ya era demasiado tarde.La figura alta y elegante de la reina estaba recortada por la luz tenue del pasillo. Su silueta, siempre firme, transmitía ese tipo de poder que no necesitaba levantar la voz para dominar un salón entero.Sus ojos bajaron lentamente hacia el corsé bordado que yacía sobre la mesa.Lucía sintió un escalofrío que le recorrió la columna entera.Podría haber sido Kevin.Podría haber sido Eduardo.Pero no.Era la reina.La mujer más influyente del reino después del rey.Alana se arrodilló de inmediato, temblando.—S-su majestad… —balbuceó.La reina levantó una mano, pidiendo silencio sin agresividad, pero sí con autoridad absoluta.—Levántate, niña.Alana obedeció de inmediato.Luego, la reina entró a la habitación sin pedir permiso —y no necesitaba pedirlo—. Caminó despacio, con la dignidad que hacía temblar a cualquiera que se cruzara en su camino. Cada paso resonaba contra el piso, suave pero firme.Se d
El amanecer no trajo calma al castillo.El aire estaba cargado, pesado, como si incluso las paredes hubieran notado lo que ocurrió la noche anterior. El silencio que recorría los pasillos no era normal: parecía la respiración contenida de un edificio entero.Lucía despertó tarde, agotada. Había llorado más de lo que admitía. Después de que Kevin diera la espalda y la dejara allí, destrozada.Alana había dormido en la silla al lado de su cama, como un pequeño escudo humano que no tenía fuerza para protegerla, pero sí amor para intentarlo.Cuando Lucía abrió los ojos, recordó lo último que vio:la expresión fría de Kevin, la puerta cerrándose, la certeza de que había decepcionado a alguien… que incluso en su crueldad aparente había intentado defenderla.Alana se movió, despertando de golpe cuando vio que ella ya estaba sentada en la cama.—Mi lady… —susurró, con ojos hinchados y voz ronca—. ¿Durmió algo?Lucía no respondió. No necesitaba hacerlo. Su rostro lo decía todo.Alana apretó lo
—Siéntese —ordenó Marena.Lucía se mantuvo de pie.—Dije que no voy a escribir.Marena entrecerró los ojos.Lucía sintió que el aire se espesaba… pero no retrocedió.Alana dio un paso adelante, temblando de impotencia.—¡Lady Lucía no tiene por qué obedecer a un hombre que la golpea! ¡No aquí! ¡No en el castillo del príncipe! —Esta mujer está loca—.Marena la miró con calma.Demasiado calma.—No estás en posición de hablarme así, niña.El duque me dio una orden… y yo cumplo todas sus órdenes.Lucía sintió la sangre congelarse.Conocía ese tono.Ese tono siempre venía antes del dolor.Marena se movió rápido.Demasiado rápido.Tomó a Lucía del brazo con fuerza.Una fuerza que no era normal para una simple criada.Lucía soltó un jadeo de dolor.—Vas a aprender —susurró Marena— que negarle algo al duque tiene un precio.Le clavó los dedos justo donde los moretones seguían frescos.Lucía apretó los dientes para no gritar.Alana gritó.—¡Suéltela! ¡Suéltela ahora mismo!Marena la empujó de
La noche pasó sin misericordia.Lucía apenas durmió. Cada vez que cerraba los ojos, la carta del duque se encendía en su mente como un hierro candente:"Mañana enviaré una criada.No es ayuda.Es supervisión."La frase se repetía, martillando su pecho.Cuando el sol apenas comenzaba a filtrarse entre las cortinas, Lucía ya estaba sentada en la cama, abrazándose las costillas aún adoloridas. Sentía el cuerpo vivo de dolor, pero la amenaza en la carta dolía más.El duque estaba moviendo piezas.Piezas dentro del castillo del príncipe.Piezas que apuntaban a ella.Respiró hondo, obligándose a mantenerse firme.Ya no era la Lucía original.Ya no era la niña rota a la que el duque había quebrado tantas veces.Pero él aún tenía poder sobre ella.Demasiado.Un golpe seco contra la puerta la hizo sobresaltarse.—Mi lady, ¿está despierta? —la voz cálida de Alana.Lucía exhaló.Por un momento… pudo respirar.—Sí, pasa.Alana abrió y entró con una sonrisa suave, sosteniendo un cuenco con agua ti
El amanecer entró por la ventana del castillo como una línea delgada de luz, tímida, casi temerosa de tocarla. Lucía abrió los ojos lentamente, sintiendo el dolor en las costillas como un recordatorio cruel de que su cuerpo seguía cargando la violencia del duque.Pero ese día… algo dentro de ella era diferente.La noche anterior había soñado con papeles, telas, colores…con vestidos que no existían en ese mundo.con trazos que solo alguien de su vida pasada, como Laura, recordaría.Por primera vez desde que había despertado aquí, sintió un pequeño destello de emoción.Una chispa.Una posibilidad.Diseño.Su verdadero sueño.Su vida antes de la muerte.Algo que no estaba escrito en la novela…algo solo suyo.Antes de que pudiera levantarse, alguien tocó la puerta con suavidad.—¿Mi lady? —la voz de Alana, dulce, constante—. Traigo su desayuno.Lucía se incorporó con una sonrisa pequeña, pero real.—Pasa, Alana.La joven entró con una bandeja llena de pan caliente, frutas y una jarra de
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