En un continente dividido por reinos eternamente enfrentados, donde la magia está prohibida y los dragones fueron exterminados hace siglos, Rhea Veyne vive como una esclava con una marca de fuego en la espalda, que nadie ha logrado borrar. Esa marca es símbolo de un linaje extinto: el de los Domadores de Sangre, una raza temida por su poder para controlar bestias legendarias y encender pasiones incontrolables con un simple roce. Cuando Rhea mata accidentalmente a su amo usando un poder que no sabía que tenía, se convierte en la fugitiva más buscada del imperio. Pero su huida no es solitaria: un misterioso guerrero inmortal, Kael Draven, la reclama como su compañera predestinada… aunque lo hace encadenándola y llevándola al norte, donde una profecía anuncia el renacimiento del fuego antiguo. Mientras ambos viajan por tierras devastadas por guerras y secretos, su relación evoluciona entre la violencia, la pasión, y una atracción sobrenatural que amenaza con consumirlos a ambos. Rhea tendrá que decidir si su destino es salvar el mundo... o gobernarlo.
Leer másEl fuego no se apagó, pero tampoco trajo calor.Las brasas que acompañaban a Rhea y Kael al salir del Templo de la Llama Eterna ardían con un resplandor melancólico, como si hubieran presenciado algo sagrado… o maldito.El amanecer los recibió desprovisto de color. Un cielo gris, cubierto de nubes inmóviles, se extendía como un techo descompuesto sobre el bosque de Andhal. Las hojas, antes susurrantes, ahora crujían al menor contacto. El aire pesaba, saturado por un eco invisible que hacía difícil respirar. Rhea sentía que el mundo contuviera el aliento.Ella caminaba envuelta en una capa negra, la capucha baja sobre el rostro, los puños cerrados para que el temblor de sus dedos pasara desapercibido. Kael iba a su lado, en completo silencio. Su figura alta y cubierta de cuero oscuro era tan imponente como la sombra de una montaña.No s
El primer indicio de peligro fue el silencio.No el silencio apacible de la madrugada, ni el que antecede a la tormenta. Era un silencio absoluto. Denso. Cortante. Un vacío que devoraba incluso el crepitar habitual del fuego en las paredes del templo.El frío no pertenecía al templo.Llegó sin advertencia, como una cuchillada que atravesó la calidez de la cámara sagrada. Las brasas en las paredes titilaron, inquietas. El fuego que antes parecía eterno ahora vacilaba, como si percibiera algo que no debía estar allí. Como si temiera.Rhea se incorporó lentamente, envuelta en las pieles, el cuerpo aún sensible por la intensidad del vínculo recién sellado. Pero fue el cambio en Kael lo que la alertó. Él se había puesto de pie de inmediato, desnudo, mirando su espalda marcada por antiguas cicatrices y nuevos trazos de poder que brillaban débil
El grillete aún ardía en su muñeca, no con dolor, sino con una intensidad que se sentía viva. Como si respirara. Como si le recordara a cada segundo que ya no estaba sola dentro de sí misma.Rhea caminaba lentamente junto a Kael por el corredor interior del Templo de la Llama Eterna, aún envuelta en el torbellino de emociones que el vínculo había desatado. El aire se había tornado más espeso, cargado con una energía silente que parecía emanar de las piedras mismas. Cada paso resonaba como un eco ancestral, y su cuerpo aún vibraba, como si una corriente invisible la recorriera de forma constante.Kael no la miraba, pero su proximidad era abrumadora. A cada movimiento, a cada respiro, ella lo sentía en su
La penumbra dentro del Templo de la Llama Eterna vibraba con una energía apenas contenida. Rhea seguía de pie frente a Kael, el corazón golpeando en su pecho como un tambor de guerra. Él la observaba con una intensidad que le robaba el aliento, como si la viera no solo con los ojos… sino con algo mucho más antiguo.Kael se acercó lentamente. Su andar era firme, seguro, depredador.La luz de las antorchas proyectaba sombras cálidas sobre su piel bronceada, revelando músculos tallados con precisión casi cruel. Medía al menos dos metros, una torre de poder. Cada movimiento suyo parecía contener una amenaza y una promesa. Su cabello, largo y oscuro como la medianoche, le caía hasta los hombros en ondas suaves, ligeramente húmedo por la humedad del templo. Un mechón rebelde se deslizaba sobre su frente mientras sus ojos dorados—brillando como el fuego líquido fundido—la atravesaban.Era hermoso.Pero no de la manera suave o angelical de los cuentos de
El silencio del templo era abrumador, como si las paredes mismas contuvieran la respiración del mundo. Las columnas negras de obsidiana se alzaban hacia una cúpula cuarteada por runas antiguas, y una luz roja temblorosa danzaba en las grietas del techo, como si el fuego de un sol olvidado aún ardiera bajo tierra.Rhea avanzó con pasos cautelosos, cada uno resonando con eco entre las piedras. Sentía cómo la marca de su espalda ardía de forma constante, no como antes, no como una advertencia... sino como una llamada.Y entonces lo vio.De pie frente al altar, en medio de un círculo de fuego líquido que no quemaba el suelo, un hombre la observaba. No se había movido, ni respirado, como si hubiera estado allí desde siempre. Su mera presencia hacía que el aire se volviera denso, más pesado, cargado de algo primitivo e inevitable.Era alto, inmensamente alto, con un cuerpo forjado como si la guerra fuera su único lenguaje. Sus hombros anchos y espalda poderosa se marcaban bajo una capa negr
El aire en el templo era denso, cargado de una energía palpable que parecía susurrar secretos antiguos al oído de Rhea. Caminó con cautela por el pasillo principal, sus pasos resonando en la vastedad de la estructura. La piedra fría debajo de sus botas contrastaba con la calidez que sentía en su espalda, la misma que había comenzado a arder nuevamente desde que había cruzado el umbral. Su marca. Esa espiral en su piel parecía despertar en la quietud del templo, pulsando con vida propia, como si le hablara, pero Rhea no entendía qué quería decirle.El Templo de la Llama Eterna no era un lugar de simple adoración; era una reliquia olvidada, un vestigio de algo mucho más grande, y ella lo sentía en cada rincón sombrío. Había algo más aquí, algo que esperaba por ella. Algo que aún no podía comprender.En la penumbra, los ecos de su respiración se unían al crujir lejano de las piedras. ¿Qué había sentido al entrar? ¿Era la proximidad de algo desconocido? ¿La llamada de la marca sobre su es
El bosque de Andhal se extendía como un laberinto interminable, sus sombras estirándose como dedos espectrales bajo la pálida luz de la luna. Rhea avanzaba con cautela, su respiración controlada, el calor de su marca aún latente en su piel. No era solo el peso de su recién descubierta identidad lo que cargaba en ese momento, sino la presencia invisible que sentía acechándola desde los rincones más oscuros del bosque. No estaba sola. No había visto a nadie, pero el instinto —ese que había comenzado a despertar junto con el fuego dentro de ella— le decía que la observaban. Como si ojos desconocidos la siguieran, en silencio, esperando. El Templo de la Llama Eterna no estaba lejos. Rhea lo sabía no porque hubiera visto su silueta recortándose contra la noche, sino porque cada fibra de su ser la atraía hacia él. Su marca ardía con una fuerza creciente, como si el templo la estuviera llamando. Avanzó entre la maleza, sus pasos cada vez más ligeros, más rápidos. La necesidad de resp
Rhea avanzó, sus pies descalzos apenas rozaban la tierra bajo ellos, como si el mundo mismo temiera tocarla. El bosque de Andhal la envolvía en una quietud ominosa, como si cada árbol, cada sombra, estuviera observándola, esperando el momento en que la joven cayera de rodillas ante lo que se encontraba más allá. El aire, pesado por la humedad, la llenaba con un aroma a tierra mojada, a hojas secas, a vida antigua que la naturaleza había guardado en secreto durante siglos.El incendio que había consumido la aldea de Grevan aún ardía en su mente, no por el terror, sino por la sensación de poder que había brotado de su propio ser. Aquel destello dorado, esa energía que había fluyendo como un río indomable, había marcado un antes y un después en su existencia. La marca en su espalda, hasta entonces una carga, una maldición, se había convertido en algo más. Algo que no podía comprender, pero que la llamaba, la impulsaba a seguir adelante.La noche ya caía, pero Rhea no sentía el frío. Algo
El aire denso de la noche envolvía a Rhea como un manto oscuro. A medida que avanzaba, las sombras de los árboles parecían moverse a su alrededor, como si estuvieran vivos, observándola. Su corazón latía rápido, un tambor frenético que resonaba en su pecho, pero no por miedo. Había algo en este lugar, algo antiguo y poderoso, que la atraía con una fuerza que no podía explicar. Había dejado atrás el mundo conocido, la aldea de Grevan, las voces susurrantes, la mirada recelosa de los demás. En su lugar, ahora solo estaba el bosque, su respiración, el sonido del viento entre las ramas, y la extraña sensación de que todo lo que había vivido hasta ahora había sido solo un preludio.Rhea no sabía hacia dónde iba. Había corrido hasta el bosque, huyendo del caos que había causado en el festival. El fuego que había brotado de su interior, la energía que la había envuelto como un torbellino, parecía haberla dejado vacía. Sin embargo, el rastro de calor que quedaba en su pecho le recordaba que a