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Capítulo 2: El Bosque de Andhal

El aire denso de la noche envolvía a Rhea como un manto oscuro. A medida que avanzaba, las sombras de los árboles parecían moverse a su alrededor, como si estuvieran vivos, observándola. Su corazón latía rápido, un tambor frenético que resonaba en su pecho, pero no por miedo. Había algo en este lugar, algo antiguo y poderoso, que la atraía con una fuerza que no podía explicar. Había dejado atrás el mundo conocido, la aldea de Grevan, las voces susurrantes, la mirada recelosa de los demás. En su lugar, ahora solo estaba el bosque, su respiración, el sonido del viento entre las ramas, y la extraña sensación de que todo lo que había vivido hasta ahora había sido solo un preludio.

Rhea no sabía hacia dónde iba. Había corrido hasta el bosque, huyendo del caos que había causado en el festival. El fuego que había brotado de su interior, la energía que la había envuelto como un torbellino, parecía haberla dejado vacía. Sin embargo, el rastro de calor que quedaba en su pecho le recordaba que algo había cambiado en ella. Algo profundo, algo irreversible. Algo que la marcaba, literalmente, con una huella que no podía borrar.

Recordó las palabras de la mujer en su visión, antes de que el mundo se desmoronara en llamas.

“Despierta, hija del fuego. El sello se ha roto.”

¿Y ahora qué? El bosque no parecía darle respuestas, pero había algo reconociendo su presencia aquí, algo que la hacía sentir menos sola. La marca en su espalda palpitaba, como un latido que resonaba con la oscuridad que la rodeaba. Por primera vez, no se sentía como una condena, sino como una conexión. «Un vínculo».

El bosque de Andhal no era un lugar común. Se decía que era un espacio donde las fronteras entre el mundo de los mortales y el de los espíritus se desvanecían, donde las criaturas de la oscuridad y los secretos más antiguos del mundo residían. Y, sin embargo, mientras caminaba bajo los árboles gigantes, se dio cuenta de que no temía. El bosque la había recibido sin juicio, como si fuera parte de él, como si nunca hubiera estado fuera de su alcance. A cada paso, el suelo crujía suavemente bajo sus pies, y el aire se volvía más denso, más pesado, como si los árboles mismos la estuvieran observando.

Fue entonces cuando escuchó el sonido de pasos. No el crujir de las hojas bajo sus pies, sino algo más, más cercano, como el deslizamiento silencioso de un depredador.

Rhea se detuvo y sus sentidos se agudizaron. Miró a su alrededor, tratando de detectar cualquier movimiento, pero el bosque seguía su danza callada, sin revelar nada. Sin embargo, algo, alguien, estaba allí, observándola. No había error en la sensación. Era tan real como el calor en su espalda, la marca en su piel.

Entonces lo vio.

Un hombre emergió entre los árboles con la gracia de un felino. Era alto, su cuerpo cubierto por una capa oscura que se deslizaba sobre su figura como una sombra. Su rostro, parcialmente oculto bajo la capucha, no mostraba emociones, pero sus ojos, esos ojos dorados, brillaban en la oscuridad como dos brasas incandescentes. Su presencia era magnética, poderosa, y de alguna manera, se sentía… antiguo, como si llevara siglos observando el mundo sin necesidad de intervenir.

Rhea no se movió. Sabía que no debía. Algo en ella, algo que se conectaba con la esencia misma de este bosque, le decía que este hombre no era una amenaza. Sin embargo, el miedo comenzó a abrirse paso en su pecho, aunque intentó mantener la calma.

—¿Quién eres? —preguntó, su voz sonando firme, aunque su cuerpo estaba tenso, listo para reaccionar ante cualquier movimiento inesperado.

El hombre no respondió de inmediato. Solo la observó con una intensidad que parecía atravesar la carne y llegar hasta lo más profundo de su alma. Como si pudiera ver todo lo que ella era, todo lo que llevaba dentro, las cicatrices que no se veían, los miedos que intentaba esconder. Finalmente, habló.

—Soy Seris —dijo, su voz profunda y grave, como el eco de una tormenta lejana.— Un guardián del bosque.

Las palabras lo golpearon como una ola. **Un guardián del bosque.**

Rhea frunció el ceño, tratando de procesar lo que había escuchado. No sabía qué esperar, pero las palabras de Seris le hacían eco, como una melodía olvidada. El bosque, la marca, la llama… había algo más en juego, algo que ella aún no comprendía.

—¿Guardia de qué? —preguntó, sin saber realmente por qué lo hacía. Tal vez la pregunta era más por ella misma que por él.

Seris dio un paso hacia ella, su figura oscura y alargada como si las sombras se apoderaran de su ser. Los árboles parecían abrirse a su paso, el viento susurrando en un idioma que solo ellos podían entender.

—Guardiana del equilibrio —respondió, como si esa fuera una verdad simple, obvia—. El bosque de Andhal guarda secretos antiguos, secretos que necesitan protección. Y tú, Rhea, has sido elegida para desempeñar un papel fundamental en ese equilibrio. La llama dentro de ti no es solo un poder, es una herencia, un vínculo con algo más grande, más antiguo.

Las palabras de Seris caían sobre ella como una lluvia fría. Rhea las asimilaba, pero no entendía. **¿Equilibrio?** ¿Una herencia? La llama dentro de ella… ese ardor que siempre había conocido, pero que nunca había entendido, ahora parecía tener un propósito. Un destino. Algo mayor.

La marca en su espalda palpitaba con fuerza, como si respondiera a sus pensamientos. Rhea tocó su cuello, buscando la sensación de la llama, pero lo que encontró fue solo el ardor familiar. ¿Por qué la llamaban? ¿Qué poder estaba despierto en ella? ¿Qué debía hacer?

—¿Qué debo hacer? —preguntó, aunque su voz tembló al pronunciar esas palabras. No podía esconder el miedo que se estaba acumulando dentro de ella, pero la necesidad de saber la impulsaba.

Seris la observó durante largos segundos, su mirada implacable. Finalmente, sus labios se curvaron en una ligera sonrisa, aunque no se veía amable. Más bien, era una sonrisa que reconocía un destino inevitable.

—Debes ir al corazón del bosque —dijo, su voz resonando en el aire como un mandato—. El Templo de la Llama Eterna te espera. Solo allí podrás comprender la verdadera extensión de tu poder y la importancia de la marca que llevas. Pero cuidado. El viaje no será fácil. Habrá enemigos. Seres que buscan tu caída.

Rhea sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. **Enemigos.** Seres que buscaban su caída. ¿Por qué? ¿Qué querían de ella?

Pero Seris no le dio tiempo para procesar más preguntas. Sin un solo gesto, giró y comenzó a caminar en la dirección opuesta, desapareciendo entre los árboles. Su figura se desvaneció en la oscuridad, como si nunca hubiera estado allí.

Rhea, aún asimilando sus palabras, miró hacia el espacio que había dejado detrás. Sabía que, de alguna manera, su destino estaba sellado. Ya no podía dar marcha atrás.

El bosque, como si reconociera su decisión, pareció abrirse ante ella, revelando un camino estrecho, cubierto de musgo y enredaderas, iluminado solo por la tenue luz de la luna que se filtraba a través de las ramas altas. La marca en su espalda ardió con un calor reconfortante, como si el propio bosque la estuviera guiando.

Con una respiración profunda, Rhea dio el primer paso.

El viaje hacia el Templo de la Llama Eterna había comenzado.

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