La penumbra dentro del Templo de la Llama Eterna vibraba con una energía apenas contenida. Rhea seguía de pie frente a Kael, el corazón golpeando en su pecho como un tambor de guerra. Él la observaba con una intensidad que le robaba el aliento, como si la viera no solo con los ojos… sino con algo mucho más antiguo.
Kael se acercó lentamente. Su andar era firme, seguro, depredador.La luz de las antorchas proyectaba sombras cálidas sobre su piel bronceada, revelando músculos tallados con precisión casi cruel. Medía al menos dos metros, una torre de poder. Cada movimiento suyo parecía contener una amenaza y una promesa. Su cabello, largo y oscuro como la medianoche, le caía hasta los hombros en ondas suaves, ligeramente húmedo por la humedad del templo. Un mechón rebelde se deslizaba sobre su frente mientras sus ojos dorados—brillando como el fuego líquido fundido—la atravesaban.Era hermoso.Pero no de la manera suave o angelical de los cuentos de