Rhea avanzó, sus pies descalzos apenas rozaban la tierra bajo ellos, como si el mundo mismo temiera tocarla. El bosque de Andhal la envolvía en una quietud ominosa, como si cada árbol, cada sombra, estuviera observándola, esperando el momento en que la joven cayera de rodillas ante lo que se encontraba más allá. El aire, pesado por la humedad, la llenaba con un aroma a tierra mojada, a hojas secas, a vida antigua que la naturaleza había guardado en secreto durante siglos.El incendio que había consumido la aldea de Grevan aún ardía en su mente, no por el terror, sino por la sensación de poder que había brotado de su propio ser. Aquel destello dorado, esa energía que había fluyendo como un río indomable, había marcado un antes y un después en su existencia. La marca en su espalda, hasta entonces una carga, una maldición, se había convertido en algo más. Algo que no podía comprender, pero que la llamaba, la impulsaba a seguir adelante.La noche ya caía, pero Rhea no sentía el frío. Algo
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