El primer indicio de peligro fue el silencio.
No el silencio apacible de la madrugada, ni el que antecede a la tormenta. Era un silencio absoluto. Denso. Cortante. Un vacío que devoraba incluso el crepitar habitual del fuego en las paredes del templo.
El frío no pertenecía al templo.
Llegó sin advertencia, como una cuchillada que atravesó la calidez de la cámara sagrada. Las brasas en las paredes titilaron, inquietas. El fuego que antes parecía eterno ahora vacilaba, como si percibiera algo que no debía estar allí. Como si temiera.
Rhea se incorporó lentamente, envuelta en las pieles, el cuerpo aún sensible por la intensidad del vínculo recién sellado. Pero fue el cambio en Kael lo que la alertó. Él se había puesto de pie de inmediato, desnudo, mirando su espalda marcada por antiguas cicatrices y nuevos trazos de poder que brillaban débil