Después de un accidente, Alina decide fingir pérdida de memoria para descubrir la verdad detrás de la frialdad de su prometido, Elías. Pronto se da cuenta de que él ha estado traicionándola con su mejor amiga, Zoe. Pero lo que no esperaba es que la única persona que realmente parece afectada es Damián, el mejor amigo de Elías, quien en silencio ha estado enamorado de ella desde siempre. Mientras Elías se hunde en su propia arrogancia y Zoe juega a la novia perfecta, Alina comienza a ver quién realmente estuvo a su lado todo el tiempo. Pero cuando Elías por fin se da cuenta del tesoro que perdió, ya es demasiado tarde. Alina no es la misma. Ella ha renacido, y su corazón... ya no le pertenece.
Leer másEl sonido del monitor cardíaco era un eco suave, constante… casi hipnótico. Mis párpados pesaban, pero mi mente estaba despierta. Lo supe desde el primer segundo.
No había perdido la memoria. Ni por un instante. Recordaba perfectamente el rugido de los neumáticos, el chirrido agudo del metal doblándose contra el concreto, la sensación de flotar durante una fracción de segundo antes de que todo se volviera oscuridad. Y después... la luz blanca del hospital, el olor a desinfectante y ese silencio que duele. Pero también recordaba algo más. Las llamadas ignoradas. Las ausencias justificadas con excusas vacías. Las miradas esquivas de Zoe cuando hablaba de la boda. La distancia de Elías, que siempre parecía estar en otra parte… con alguien más. Y por eso, cuando abrí los ojos y lo vi sentado a los pies de mi cama, mirándome como si de verdad le importara, supe que era el momento perfecto para saber la verdad. Y la única forma era fingir. —¿Alina…? —Su voz se quebró un poco—. ¿Puedes oírme? Giré apenas el cuello, como si me costara, como si no recordara quién era él. Fruncí el ceño, fingiendo confusión. Me aferré a la sábana, respirando hondo. —¿Quién… eres? El silencio se volvió espeso. Lo vi tragar saliva, tensar los hombros. Podía jurar que sus ojos se llenaron de alivio, pero no por mi recuperación, sino porque ahora tenía el poder de contarme la versión que más le convenía. —Soy Elías… tu prometido. Mi mundo interior tembló. No porque me lo creyera, sino porque esa palabra en sus labios sonaba falsa. Prometido. La misma boca que seguro besó a otra mientras yo peleaba por respirar. —Oh… —murmuré—. No recuerdo nada. Su mano rozó la mía con una familiaridad que me repugnó. No me estremecí. No me aparté. Debía ser convincente. —Todo está bien. Estoy aquí para ti —dijo. Pero no lo estaba. No lo había estado durante semanas. Y ahora, fingía ser el hombre perfecto, porque pensaba que mi memoria era un papel en blanco donde podía escribir su mentira. Entonces, la puerta se abrió. Zoe. Alta, estilizada, con su perfume dulce invadiendo el cuarto antes que sus palabras. Falsa hasta en la sonrisa. —¡Alina! —corrió hacia mí, como si de verdad le importara—. Gracias a Dios estás despierta. —¿Quién… eres tú? Se congeló por un instante. Apenas un segundo. Luego sonrió aún más, como si disfrutar de mi supuesta pérdida de memoria le diera placer. —Soy tu mejor amiga, cariño. Estuve contigo en todo momento. Lo que necesites, aquí estaré —dijo, posando su mano en el hombro de Elías. Y ahí estaba la primera grieta. La cercanía. Mis ojos bajaron a esa mano. Él no la apartó. —Qué amable… —susurré—. ¿Siempre han sido tan… cercanos? Elías me miró, un poco tenso. Zoe soltó una risa suave. —Somos como hermanos, ¿cierto, Elías? Elías no respondió. Solo me miró. Entonces, otra presencia entró a la habitación. Él. Damián. El mejor amigo de Elías. Pero también el único que me había mirado con verdad en los ojos, incluso cuando no me conocía del todo. Su rostro tenía ojeras, el cabello desordenado, como si no hubiese dormido en días. Y cuando me vio, su expresión se quebró. Se acercó lentamente, sin tocarme. —Hola… —dijo con voz ronca—. Me alegra que estés despierta. Algo dentro de mí se aflojó. No dije su nombre, aunque lo recordaba bien. Quería ver qué papel jugaría él. —¿Quién eres tú? Vi cómo sus labios temblaban. Bajó la mirada. Por un momento, no dijo nada. Luego respiró hondo. —Soy… Damián. El mejor amigo de tu prometido. Hubo una pausa. Y entonces añadió: —Elías es tu prometido. Elías asintió con la cabeza, y puso una mano en mi espalda. Pero lo vi. Vi cómo Damián apretó los puños. Vi cómo su mirada se volvió oscura, como si decir esas palabras le costara algo más que el alma. Y ahí lo supe. Él sabía la verdad. Sabía lo que yo también sospechaba. Y me dolía verlo ceder así. Pero en el fondo, también… me dolía más que Elías no supiera qué estaba a punto de perder. Zoe se acercó y, sin vergüenza alguna, le besó la mejilla a Elías. A propósito. Frente a mí. Queriendo ver si mi memoria “reaccionaba”. Y aunque dolía… sonreí. Que crean lo que quieran. Que mientan. Que se hundan en su farsa. Porque cuando termine, cuando la verdad arda… ya será demasiado tarde.La música seguía latiendo dentro del pecho de la protagonista como si marcara el ritmo de su respiración. Aunque había gente a su alrededor, aunque las luces cambiaban de color y las risas llenaban el aire, todo se desvanecía cada vez que sus ojos se cruzaban con los de Damián.Estaban cerca. Demasiado cerca.Él no la tocaba aún, pero la forma en la que la miraba, en la que inclinaba levemente el cuerpo hacia ella cuando hablaba, en la que sonreía como si sólo ella existiera... era más íntimo que cualquier roce.—¿Estás bien? —le preguntó, con esa voz grave y suave que se colaba por las grietas de su fortaleza.Ella asintió, tragando el nudo que se le formó en la garganta. No era tristeza. No era miedo. Era algo más peligroso: era la necesidad de quedarse allí, en ese espacio seguro que parecía ser él.—Solo... no estoy acostumbrada a esto.—¿A qué exactamente?—A que alguien me mire como si valiera la pena ser descubierta.Damián la miró en silencio por un instante, como si procesara
La música dentro del salón vibraba como un pulso eléctrico, marcando el ritmo de una noche que se negaba a apagarse. Pero para ella, todo se sentía ralentizado. Como si el tiempo, justo después de esa interrupción, se hubiese estirado en un limbo de lo que pudo haber sido… y no fue.Damián no se había movido. Seguía con la mandíbula tensa, los ojos fijos en ella, como si buscara en su mirada una explicación que lo liberara del torbellino en el que ambos acababan de caer. La cercanía había sido intensa. Demasiado. Y cuando sus labios estaban a punto de encontrarse, esa voz —dulce, empalagosa y venenosa— irrumpió entre ellos como un balde de agua helada.—¿Se interrumpe algo? —había dicho la ex amiga con esa sonrisa decorada que no llegaba nunca a los ojos. Esa sonrisa que ella conocía demasiado bien.La protagonista dio un paso atrás, como si ese gesto pudiera borrar la tensión que acababa de flotar entre ellos. Fingió indiferencia, pero su respiración aún estaba alterada, y sus mejill
La noche era densa, cálida y embriagadora. Todo parecía haber desaparecido salvo ellos dos. El mundo giraba lento cuando Damián le acarició el rostro, como si temiera quebrarla, como si con cada roce buscara grabarse en su memoria aunque ella fingiera no tener una.Los ojos de la protagonista lo observaban, titilando entre el deseo, el miedo, y ese algo más profundo que se negaba a aceptar: que su corazón ya no le pertenecía por completo a ella.—No sé si estás fingiendo… —susurró Damián con voz ronca, mientras su frente se apoyaba contra la de ella—. Pero lo que siento… no es un juego para mí.Ella tragó saliva. Por un momento quiso decirle todo: que recordaba, que cada gesto suyo estaba derritiendo lentamente el muro que había levantado con tanto esfuerzo. Pero no lo hizo. No todavía. Aún no era tiempo.Sus manos se entrelazaron, como si por fin ambos hubiesen encontrado el equilibrio perfecto entre lo que eran, lo que ocultaban y lo que deseaban. Estaban tan cerca, tan al borde, qu
El aire estaba impregnado de risas, luces cálidas y el leve retumbar de la música que hacía vibrar el suelo bajo sus pies. La fiesta había alcanzado su punto más alto: las personas danzaban, los tragos circulaban y la noche prometía no terminar pronto. Pero para ella, todo se resumía a ese rincón de la sala, donde Damián estaba junto a ella, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo irradiar suavemente a través de su ropa.—¿Te estás divirtiendo? —preguntó él, con esa sonrisa que mezclaba picardía y algo más... algo que se le clavaba en el pecho sin que ella pudiera describirlo con precisión.—Podría decirse que sí —respondió, ladeando la cabeza mientras observaba su rostro, cada vez más cerca.La música cambió a una melodía más lenta, más íntima. Damián alzó una ceja y extendió la mano hacia ella.—¿Bailas?Ella lo miró con una sonrisa entre desafiante y dulce. Lo pensó por un momento, pero finalmente colocó su mano sobre la de él.Los movimientos comenzaron torpes, casi como
La música seguía envolviendo la sala, aunque para ella, el mundo se había reducido al calor del cuerpo de Damián junto al suyo. Ya no estaba fingiendo por completo… no del todo. Había algo real en la forma en que él la miraba, como si el pasado no importara, como si esa noche estuvieran redescubriéndose sin necesidad de recuerdos.—¿Estás bien? —le preguntó él, acercándose un poco más mientras se inclinaba para poder hablarle al oído por encima de la música.Ella asintió con una sonrisa, aunque sus ojos no dejaban de seguir a su ex prometido y a la que fue su mejor amiga, que reían entre copas en una esquina, demasiado cómodos, demasiado confiados. Ella sostuvo la mirada por un segundo… y luego volvió a mirar a Damián con ternura fingida—o quizá no tanto—y le rodeó el brazo con suavidad.—Creo que ahora estoy mejor —dijo, dejando que su mano se deslizara por la manga de su camisa—. Gracias a ti.Damián bajó la mirada hacia su mano, sorprendido. No era la primera vez que lo tocaba, per
La noche ya había caído por completo cuando Alina y Damián regresaron del balcón al salón principal. La atmósfera en la fiesta se sentía más suelta, más atrevida… y más cargada. Las risas se habían vuelto más ruidosas, las miradas más atrevidas, y el aire… más denso.Zoe fue la primera en interceptarlos.—¡Alina! —dijo con una sonrisa tan forzada como sus pestañas postizas—. Ven, estamos por jugar a algo divertido. Como en los viejos tiempos… ¿no?—No los recuerdo —respondió Alina con amabilidad plástica—. Pero me encantaría participar.Damián la miró, buscando en su expresión algún rastro de incomodidad. No encontró ninguno. Solo ese brillo frío en los ojos que decía: Estoy lista para jugar… a mi modo.Todos se sentaron en círculo, y en el centro apareció una botella de vidrio girando como un reloj de arena viciado. Risas, gritos fingidos, chismes a media voz. El primer par se besó entre risas tímidas. El siguiente también. Hasta que, por capricho del destino —o de quien giró la bote
Último capítulo