Mundo de ficçãoIniciar sessãoAngela Chenco huyó del infierno con el cuerpo herido y el alma rota. Durante cinco años sobrevivió en las sombras, con el dinero que le dieron por la venta de su riñón —literalmente— para comprar su libertad. Nunca imaginó que el amor la encontraría disfrazado de peligro, deseo y poder… ni que la arrastraría de nuevo al abismo. Bruno Donovan, un mafioso ruso tan letal como irresistible, la elige como su esposa. Cuando ella le salva la vida, lo que parece una historia de redención se convierte en una danza macabra de secretos, traiciones y sangre. Angela descubre que su pasado no está enterrado, sino esperándola… con un precio muy alto. Un padre que es un monstruo, capaz de vender a sus hijas sin piedad. Bruno, su esposo, quiere usarla como carnada para cazarlo. Pero no contaba con que Angela no es una víctima: es una mujer forjada en el dolor y lista para la venganza. En un mundo donde el amor puede ser un arma y la verdad una sentencia de muerte, Angela deberá elegir: ¿vengar a los muertos… o salvarse a sí misma?
Ler maisPOV Ángela
Flashback.
Intentaba darle consuelo a mi hermana Amelia, la fiebre era tan alta que ardía en mis brazos, su piel tan caliente como si el mismo infierno la buscara. Ella lloraba. Gritaba que le dolía, que tenía frío. No sabía cómo socorrerla. Apenas tenía catorce años, las rodillas rasguñadas y el alma hecha pedazos. Mi madre estaba en la puerta, sosteniéndose y sangrando por la ceja, después de que mi padre la golpeara por una cerveza, mi padre estaba ebrio y furioso, destruía todo a su alrededor.
—¡Deja de llorar, maldita sea! —gritaba, y el eco de sus golpes contra la pared me hizo cerrar los ojos.
Solo deseaba protegerlas. Pero era demasiado pequeña. Demasiado frágil, mi hermana era mayor, pero su cuerpo siempre fue frágil pues una enfermedad no tratada la consumía.
Fin del flashback.
Desperté respirando con dificultad. El sudor empapaba mi espalda. Mi corazón parecía querer salir de mi pecho como si aún estuviera allí, en ese infierno que prometí no volver a pisar. Tardé unos momentos en recordar dónde estaba. La luz parpadeante del farol afuera. El crujir de la madera antigua. El sonido lejano del mar.
Cendoya, un pueblo olvidado en la costa del sur de Italia. Tres mil habitantes. 5 policías. Un único centro de salud.
Y yo una pasante de medicina apunto de recibirse.
Me senté al borde de la cama. Observé mis manos. Ya no temblaban.
—Ya pasó —murmuré. A nadie. A mí misma. A mis sombras.
Faltaba una hora para mi turno. Eran las ocho en punto. A las nueve debía reemplazar a Clara, la enfermera principal que dormía más de lo que trabajaba. Me puse el uniforme blanco habitual. Ajustado, limpio, sin manchas, sin historia. Mientras me cambiaba, mis dedos tocaron la cicatriz en mi abdomen.
Mi marca.
Mi libertad.
Cerré los ojos un instante. Aquella noche en la clínica clandestina volvió como un golpe. El olor a formol barato. La lámpara sucia. Las correas que apretaban mis muñecas. El bisturí que abría mi piel, me quitaron un riñón y parte del hígado. Pero me dieron algo mucho más valioso: una segunda oportunidad y lo volvería hacer, vendería cualquier parte de mi cuerpo si eso me daba la libertad que ahora tengo. Nadie comprendía lo que eso representaba para mí.
**
El trayecto al centro de salud estaba desierto. Un viento salino soplaba desde la costa, trayendo consigo la sensación de que algo no estaba bien. Lo supe desde que puse el pie dentro.
Clara me saludó con un bostezo.
—Todo tranquilo. Como siempre. Me voy, que mi marido se pone nervioso si tardo de más.
—Ve. Buenas noches, le respondo entrando.
Cierro la puerta y cinco minutos después, el caos comenzó.
Primero, se oyeron las explosiones.
Una. Dos. Tres.
Luego, los gritos.
Motores rugiendo por la calle principal. Luces que cortaban como cuchillos a través de las ventanas. Y luego, la alarma del pueblo. Una sirena antigua que solo se activaba en emergencias serias. Muy serias.
Me apresuré a asegurar la puerta con llave. Estaba girando el picaporte cuando lo vi.
O, mejor dicho, entró empujando la puerta con fuerza. Con un arma en la mano.
—¡No se te ocurra gritar!
La voz era grave, urgente y amenazante. Vestía una chaqueta oscura empapada de sangre, con la cara cubierta de sudor y unos ojos afilados como cuchillos.
—¿Qué. . . qué deseas?
—Me hirieron. Necesito que me cures. Ahora.
Apuntaba directo a mi pecho. Pero lo que más miedo me daba no era el arma. Era su mirada. Esa mirada no temía a la muerte. Y eso le hacía más temible.
—Deja la pistola o no te ayudaré —le respondí. Mi voz me sorprendió. No temblaba.
Él apretó los dientes. Vaciló. Luego escondió el arma bajo su chaqueta.
—Tampoco te interesaría que muera aquí. A menos que quieras que vengan por mí. . . y termines en una bolsa negra junto a mí.
Lo llevé a la camilla de la sala de curaciones. Sus manos estaban frías, pero su respiración era fuerte. Tenía dos heridas balas: una en el hombro izquierdo y otra en el costado derecho. Revisé rápidamente, tratando de evitar su mirada. Me enfoqué en la sangre, en la piel, en la lógica médica.
—Las heridas son limpias. No hay balas dentro. Entraron y salieron —dije, desinfectando—. Has tenido suerte.
—Tengo experiencia —respondió con un tono sarcástico.
—¿En qué? ¿En ser Asesino?
—En saber de heridas, me operaron hace años, me trasplantaron el hígado y el riñón.
Mis manos se detuvieron.
—¿Cuándo?
—Hace cinco años. En otoño. No recuerdo el lugar. Me estaba muriendo y pagué por una cirugía clandestina.
Mi corazón se detuvo.
No. No puede ser.
—¿Qué? —preguntó él, notando mi expresión.
—Nada.
No era posible. ¿Y si era él? ¿El receptor de mis órganos? No. Era una coincidencia demasiado grande. Demasiado retorcida. Demasiado. . . real. Deje de pensar y me concentre en curar sus heridas.
Estaba a punto de terminar de vendarlo cuando escuchamos gritos nuevamente. Personas corriendo. Disparos cada vez más cerca. Dos policías tocaron y traían armas cargadas.
—¡Doctora! ¡Cierre esto de inmediato! ¡Váyase a casa!
—¿Qué sucede?
—Mataron al jefe del pueblo. Y a tres de sus hijos. Están buscando al culpable. Váyase antes de que sea demasiado tarde.
Cerraron la puerta de golpe. Cuando volví, él ya estaba de pie y había sacado su arma otra vez.
—Tú no vas a irte —dijo—. Me vas a esconder. Ahora.
—¡¿Qué hiciste?! —grité—. ¡Eran inocentes!
—No —respondió apretando los dientes—. No lo eran. Esos tipos mataron a mi madre. A mi hermana. Y si me atrapan, no me importa, solo hice justicia.
—¡Tú no eres un juez!
—¡Y tú no eres mi conciencia!
Apuntaba a mi cabeza. Su pulso era firme. El mío no.
—Escóndeme, si me atrapan te mato antes.
Lo detestaba. Lo detestaba con cada fibra de mi ser. Pero mis piernas se movieron. Mis manos temblorosas abrieron el armario de suministros.
—Ahí. Métete.
Él entró. Cerré la puerta.
Y me recargué contra ella. Respirando como si el mundo fuera a desmoronarse otra vez.
Pensé que había logrado escapar del infierno. Sin embargo, el infierno me halló. Y posee ojos azules y mirada de hierro.
POV Aleksei Volkov.La iglesia quedó en silencio después de que todos salieron. Solo ella y yo. Gisel Donovan.La mujer que había destruido mi cordura. La mujer que sostenía un arma apuntando a mi corazón. La mujer que debería matarme, pero no lo hacía. Porque a pesar de todo el odio en sus ojos, había algo más. Algo que ni ella misma quería admitir. Dudas. Preguntas sin respuesta. La necesidad de entender por qué había hecho lo que hice.Y yo... yo necesitaba que lo entendiera.Aunque eso significara mi muerte.—Baja el arma —dije despacio, las manos todavía en los bolsillos, sin hacer ningún movimiento amenazante.—Dame una razón —respondió ella, la voz firme pero con un temblor casi imperceptible.—Porque si me matas aquí, nunca sabrás la verdad. Y eso te perseguirá el resto de tu vida.Gisel frunció el ceño.—Ya sé la verdad. Me violaste. Me secuestraste. Eres un monstruo.—Sí —admití sin dudar—. Pero también soy el hombre que no te mató cuando pudo. El hombre que te cuidó cuando
Las tres nos quedamos así, en medio de ese apartamento de mierda en Roma, sabiendo que en 24 horas todo podía explotar.—Si algo sale mal —dijo Emma contra mi hombro—, si ese bastardo te hace daño, Sofía y yo te sacamos de ahí. No me importa si tengo que quemar Roma entera.—Nada va a salir mal —mentí.Sofía se apartó, se limpió los ojos rápido como si no quisiera que la viéramos llorar.—Está bien. Esto es lo que vamos a hacer. Mañana a medianoche vamos a esa iglesia. Las tres. Emma se queda afuera con un rifle de francotirador. Yo entro contigo. Y si Aleksei hace algo que no me guste, le vuelo los sesos.—No —dije—. Voy sola.—Ni de coña.—Sofía, si vengo con un ejército, él huirá. O peor, traerá su propio ejército. Esto tiene que ser entre él y yo.—¿Y si te mata?—No lo hará.—¿Cómo lo sabes?Porque cuando me secuestró, tuvo mil oportunidades de matarme y no lo hizo. Porque cuando desperté, vi algo en sus ojos que no era solo odio o deseo. Era reconocimiento. Como si me conociera.
POV Gisel Donovan.El apartamento olía a humedad y a miedo. Pequeño. Oscuro. Frío. Nada que ver con el palacio en Marruecos donde cada habitación era más grande que este lugar completo. Aquí había una cama doble con sábanas grises que habían visto mejores días, una cocina con dos hornillas que no funcionaban, y una ventana con vista a un callejón donde los gatos peleaban por la basura.Pero era seguro. O al menos eso nos dijo el contacto de Sofía cuando nos entregó las llaves hace tres horas.—Nadie sabe de este lugar —había dicho el hombre, un italiano viejo con cicatrices en las manos—. Pueden quedarse el tiempo que necesiten. Pero si traen problemas a mi puerta, las mato yo mismo antes de que llegue quien las busca.Sofía le había dado cinco mil euros en efectivo.Yo le había dado mi palabra de que nadie nos seguiría.Mentí.Porque sabía que mamá vendría.Y también sabía que Aleksei ya debía estar en camino.Me senté en el borde de la cama, el cuerpo todavía dolorido del viaje. Och
POV Ángela Donovan.El sonido que me despertó no fue una alarma.Fue Venus, gritando mi nombre con una voz que nunca le había escuchado.Pánico puro.Abrí los ojos de golpe, el corazón ya acelerado antes de que mi cerebro procesara lo que estaba pasando. La habitación todavía estaba oscura. El reloj marcaba las 5:47 de la madrugada. Bruno no estaba a mi lado, la sábana fría donde debería estar su cuerpo.—¡Ángela! —Venus entró corriendo, el pelo revuelto, los ojos rojos como si hubiera estado llorando—. Se fueron. Las tres.Me quedé congelada.El aire se atascó en mis pulmones.—¿Qué?—Emma, Sofía y Gisel. Se fueron hace tres horas. Hackearon las cámaras. Desactivaron las alarmas. Tomaron un todoterreno y... —su voz se quebró—. Lo siento. Lo vi demasiado tarde. Intenté rastrearlas pero...No la dejé terminar.Me levanté de la cama tan rápido que el mundo giró por un segundo. Mis pies descalzos golpearon el suelo de mármol frío. Caminé hacia Venus, la agarré por los hombros y la sacudí
POV Gisel Donovan.No podía seguir así por más tiempo. Cada noche me despertaba con su nombre en la boca y su sabor todavía en la lengua. Aleksei. El hombre que me había secuestrado, drogado y follado hasta hacerme olvidar quién era. Y lo peor era que una parte de mí quería volver a él. Quería sentirlo dentro otra vez, quería odiarlo mientras me corría. Me mentía a mí misma diciéndome que si volvía sería para detener la guerra, para proteger a mi familia. Pero en el fondo sabía la verdad: era por él. Por ese amor enfermo, tóxico, que me quemaba por dentro y no me dejaba vivir. Lo odiaba con cada fibra de mi ser, pero lo deseaba con la misma intensidad. Y eso me estaba destruyendo.Estaba decidida.Iba a ir a Roma.Iba a verlo.Y después lo mataría con mis propias manos.El plan empezó a formarse en mi cabeza durante las noches en vela, cuando el palacio dormía y yo contaba los minutos hasta el amanecer. Marruecos era seguro, sí, pero también una cárcel dorada. Mamá y papá no me dejaba
POV Aleksei Volkov.La fortaleza en Estambul era mi última base sólida en Europa, un lugar que había reconstruido con sangre y dinero después de que los Donovan me dejaran sin nada en Rusia. Muros altos reforzados con acero, túneles subterráneos que llegaban hasta el Bósforo, cincuenta hombres leales armados hasta los dientes, arsenales que podrían sostener un asedio de semanas. Me sentía seguro allí. Me sentía listo para el siguiente golpe. El convoy de diez coches blindados avanzaba por las calles vacías del amanecer, mis hombres callados, preparados para lo que venía. Yo iba en el centro, mirando el mapa en la tablet, calculando rutas, tiempos, bajas probables. La nueva ubicación de los Donovan estaba en Marruecos, un palacio oculto en el desierto. Perfecto para un ataque sorpresa. Perfecto para terminar lo que había empezado hace veinte años.Llegamos a la puerta principal justo cuando el sol empezaba a salir. Los guardias de turno saludaron con un movimiento de cabeza, abrieron l
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