La noche ya había caído por completo cuando Alina y Damián regresaron del balcón al salón principal. La atmósfera en la fiesta se sentía más suelta, más atrevida… y más cargada. Las risas se habían vuelto más ruidosas, las miradas más atrevidas, y el aire… más denso.
Zoe fue la primera en interceptarlos.
—¡Alina! —dijo con una sonrisa tan forzada como sus pestañas postizas—. Ven, estamos por jugar a algo divertido. Como en los viejos tiempos… ¿no?
—No los recuerdo —respondió Alina con amabilidad plástica—. Pero me encantaría participar.
Damián la miró, buscando en su expresión algún rastro de incomodidad. No encontró ninguno. Solo ese brillo frío en los ojos que decía: Estoy lista para jugar… a mi modo.
Todos se sentaron en círculo, y en el centro apareció una botella de vidrio girando como un reloj de arena viciado. Risas, gritos fingidos, chismes a media voz. El primer par se besó entre risas tímidas. El siguiente también. Hasta que, por capricho del destino —o de quien giró la bote