La música seguía latiendo dentro del pecho de la protagonista como si marcara el ritmo de su respiración. Aunque había gente a su alrededor, aunque las luces cambiaban de color y las risas llenaban el aire, todo se desvanecía cada vez que sus ojos se cruzaban con los de Damián.
Estaban cerca. Demasiado cerca.
Él no la tocaba aún, pero la forma en la que la miraba, en la que inclinaba levemente el cuerpo hacia ella cuando hablaba, en la que sonreía como si sólo ella existiera... era más íntimo que cualquier roce.
—¿Estás bien? —le preguntó, con esa voz grave y suave que se colaba por las grietas de su fortaleza.
Ella asintió, tragando el nudo que se le formó en la garganta. No era tristeza. No era miedo. Era algo más peligroso: era la necesidad de quedarse allí, en ese espacio seguro que parecía ser él.
—Solo... no estoy acostumbrada a esto.
—¿A qué exactamente?
—A que alguien me mire como si valiera la pena ser descubierta.
Damián la miró en silencio por un instante, como si procesara