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Capítulo 5 – Aquello que no querías ver

—Entonces... ¿quién se supone que es mi prometido? —preguntó ella con un gesto confundido, pero sus ojos no perdían ese brillo escurridizo, como si observara más de lo que admitía.

El silencio fue breve, pero suficiente para que todos se miraran entre sí.

—Soy yo —intervino Elías con una sonrisa segura y algo arrogante, mientras se adelantaba y colocaba una mano en el hombro de la protagonista, ignorando la incomodidad que flotaba en el ambiente—. Aunque, claro, no esperaría que lo recordaras tan fácil... Pero soy el que tus padres eligieron para ti. Desde hace años.

Ella frunció el ceño, como si intentara rebuscar en un mar de recuerdos inexistentes. O que fingía inexistentes.

—¿Y tú? —miró a la supuesta ex amiga, que bajó la mirada con un gesto entre nervioso y culpable.

—Yo... soy solo una vieja amiga. Te cuidaba mucho, ¿recuerdas?

La protagonista negó despacio con la cabeza.

—No mucho, lo siento. Pero espero que podamos empezar de nuevo.

Damián no dijo nada al principio. Solo la observaba. Observaba cada gesto, cada pequeña pausa, cada mirada que no cuadraba con una verdadera pérdida de memoria. Algo en su pecho se apretaba, una mezcla de esperanza y dolor. Ella estaba allí… viva, presente, cerca. Pero parecía ser otra.

Y sin embargo, era ella. Cada sonrisa fingida. Cada palabra medida. Esa era su forma de protegerse. Damián la conocía más de lo que ella imaginaba.

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Durante los días siguientes, Damián se convirtió en su sombra silenciosa. Siempre a una distancia prudente, siempre con la palabra exacta para romper su silencio sin forzarla. La acompañaba a pasear por el campo, le preparaba café como antes, le hablaba de pequeñas cosas como si no cargaran con todo lo no dicho.

—¿No te molesta? —preguntó ella una tarde mientras ambos compartían una caminata por el jardín trasero de la casa—. Que me quede tanto tiempo contigo, siendo una extraña.

Damián la miró de reojo, con una pequeña sonrisa que se le escapaba más del alma que de los labios.

—No eres una extraña. No para mí. Aunque no recuerdes nada… no necesito que lo hagas para saber quién eres.

Ella bajó la mirada. Sus dedos se enredaron entre sí, inquietos.

—¿Y quién soy entonces? Dímelo tú.

Él se detuvo. Ella también. El viento jugaba con su cabello, y por un instante todo pareció detenerse.

—Eres la persona por la que habría dado todo. Incluso ahora. Eres esa herida que nunca cerró… y que, aun así, no quiero que desaparezca.

Ella tragó saliva. Su corazón latía más rápido, aunque su expresión seguía neutral. Si decía algo más, si se dejaba llevar… lo perdería todo. Porque todavía no era momento. Todavía no.

—Gracias, Damián. —Fue todo lo que pudo decir, pero sus ojos hablaban más. Él supo que lo entendía. Que lo escuchaba incluso si no respondía con palabras.

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Por otro lado, Elías y la ex amiga —Lucía— parecían cada vez más cómodos entre ellos. Lo que empezó como una coincidencia forzada se convirtió en juegos de miradas, risas cómplices y comentarios que buscaban hacerla reaccionar.

—Al final, parece que esta amnesia será útil —le murmuró Lucía a Elías una tarde—. Total, si no recuerda nada, ¿qué más da que cambiemos un poco la historia?

—Exacto —respondió él—. Y mientras tanto, si ella no despierta, puede que lo nuestro tenga más sentido que cualquier pasado que haya tenido con Damián.

Pero lo que no sabían… era que los ojos que fingían no verlos, en realidad veían todo. Y cada gesto, cada traición sutil, era una confirmación más para ella de que no había nada que rescatar allí.

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Aquella noche, cuando Damián volvió con dos tazas de té, la encontró observando la luna desde el balcón.

—¿Puedo unirme? —preguntó.

—Siempre puedes.

Le pasó una taza. Se sentó junto a ella en silencio. Por minutos no dijeron nada. Solo estaban allí, compartiendo el mismo aire, la misma herida que empezaba a cerrarse con hilo invisible.

—Damián… —susurró ella—. Si tuviera la oportunidad de elegir, sin pasado, sin promesas impuestas… ¿tú… seguirías aquí?

—No tienes que preguntarlo —contestó él sin dudar—. Ya elegí quedarme. Incluso cuando te fuiste. Incluso cuando no eras tú.

Sus dedos se rozaron, como por accidente. Pero esta vez, ninguno de los dos retiró la mano.

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Y así, mientras Elías y Lucía jugaban a forzar un destino que ya no existía, ella y Damián caminaban un sendero lento pero honesto. Un camino donde el pasado no era una trampa, sino una posibilidad de redención.

Ella todavía fingía no recordar, pero su corazón empezaba a tomar decisiones que ni la amnesia podía disfrazar.

Y Damián, que llevaba demasiado tiempo amando en silencio, empezaba a permitirse soñar que tal vez… esta vez, sí podría quedarse con ella.

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