La noche era densa, cálida y embriagadora. Todo parecía haber desaparecido salvo ellos dos. El mundo giraba lento cuando Damián le acarició el rostro, como si temiera quebrarla, como si con cada roce buscara grabarse en su memoria aunque ella fingiera no tener una.
Los ojos de la protagonista lo observaban, titilando entre el deseo, el miedo, y ese algo más profundo que se negaba a aceptar: que su corazón ya no le pertenecía por completo a ella.
—No sé si estás fingiendo… —susurró Damián con voz ronca, mientras su frente se apoyaba contra la de ella—. Pero lo que siento… no es un juego para mí.
Ella tragó saliva. Por un momento quiso decirle todo: que recordaba, que cada gesto suyo estaba derritiendo lentamente el muro que había levantado con tanto esfuerzo. Pero no lo hizo. No todavía. Aún no era tiempo.
Sus manos se entrelazaron, como si por fin ambos hubiesen encontrado el equilibrio perfecto entre lo que eran, lo que ocultaban y lo que deseaban. Estaban tan cerca, tan al borde, qu