La tarde se tiñó de un dorado cálido cuando propusieron el famoso juego. “Vamos a poner a prueba tu memoria”, dijeron ellos, entre risas, como si la amnesia fuera solo una excusa para bromear.
—Vamos a hacer preguntas —dijo la ex amiga con una sonrisa astuta—. A ver qué tanto puedes recordar.
Ella solo asintió. No porque se sintiera cómoda, sino porque en silencio, en su interior, ya había elegido no jugar el juego de ellos... sino uno propio.
La primera pregunta fue trivial:
—¿Qué color era tu vestido favorito?
La protagonista miró hacia el techo, frunció el ceño y respondió con voz tranquila:
—No lo recuerdo.
Risas. Silencios. Luego preguntas más personales, sutilmente envenenadas:
—¿Y recuerdas quién te consolaba cuando estabas triste?
—¿Quién era tu primer beso?
La protagonista los observó con una expresión neutra.
—No... lo siento.
Pero por dentro, cada palabra la incendiaba.
Sabía quién fue su primer beso. Sabía quién le secó las lágrimas tantas veces. Sabía qué habían hecho. Y