Las luces de la fiesta parpadeaban con un ritmo casi hipnótico. Música suave de fondo, copas tintineando, sonrisas falsas y miradas demasiado sinceras para no doler. La protagonista caminaba con elegancia entre los asistentes, su vestido rojo profundo ondeando con cada paso, como si supiera perfectamente lo que estaba haciendo. Porque lo sabía. Aunque nadie lo creyera.
A su lado, Damián se mantenía sereno, pero sus ojos no se despegaban de ella. Desde que ella había comenzado a acercarse más, a buscarlo con más frecuencia, él parecía caminar en una delgada línea entre esperanza y miedo. Sabía que no debía ilusionarse, que ella aún decía no recordar… pero cada palabra suya, cada gesto, le hacía preguntarse si tal vez, solo tal vez, había una oportunidad para él.
—¿Estás bien? —le preguntó, inclinándose hacia ella para que solo ella lo oyera.
Ella asintió con una sonrisa tranquila, como si nada a su alrededor la afectara, aunque el otro lado del salón parecía una mala comedia romántica.