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Capítulo 4: El juego apenas comienza

El murmullo tenue del hospital no era suficiente para calmar el torbellino que se gestaba en la habitación. Aquel silencio incómodo, casi artificial, lo rompió primero Damián, con una sonrisa medida y una mirada cargada de intención.

—Entonces… ¿te gustaría salir a dar una vuelta por el jardín del hospital? —preguntó, extendiendo su mano con una mezcla de timidez y calidez.

Ella lo miró con ojos aparentemente desorientados, pero sus dedos se entrelazaron con los de él con una naturalidad que no dejaba espacio a la duda.

—¿Y tú quién eres para mí? —preguntó fingiendo inocencia, con una sonrisa sutil—. Porque si tú estás aquí, cuidándome... supongo que eres importante.

Damián tragó saliva. Su corazón latía tan fuerte que casi podía escucharlo.

—Digamos que estoy empezando a serlo —dijo con una chispa en la voz—. Y si me das la oportunidad, me gustaría demostrarte que puedes confiar en mí.

Afuera, mientras caminaban entre los árboles que cubrían el patio del hospital, sus pasos iban sincronizados, casi sin quererlo. Ella miraba el cielo con una fingida curiosidad, pero lo que realmente analizaba eran los gestos de él. La manera en que la observaba, con una mezcla de protección y algo más profundo... ¿era deseo, afecto, o ambas cosas?

—¿Te molesta que me quede aquí contigo estos días? —preguntó él, su voz era un susurro, pero vibraba con emoción.

—No... —dijo ella, y luego añadió con una sonrisa apenas perceptible—. Me hace sentir segura. Como si ya te conociera de antes.

Él sonrió. No se atrevió a decirlo en voz alta, pero para él, esas palabras eran dinamita encendida. Porque la había amado en silencio por años. Verla con su amigo... ver cómo ella reía con alguien que no la merecía, fue un tormento al que se había condenado por lealtad. Pero ahora, ahora era diferente. El tablero había cambiado.

Cuando regresaron a la habitación, la escena los esperó como una emboscada.

Aarón estaba sentado, y junto a él, Valeria, con una sonrisa azucarada que no le llegaba a los ojos.

—¡Por fin! —exclamó ella, alzando las cejas de manera exagerada—. Pensamos que te habías perdido, corazón.

—¿Corazón? —repitió la protagonista con una mueca de confusión bien ensayada—. ¿Nos conocemos?

Valeria apretó los labios. Aarón se adelantó.

—Claro que sí, princesa. Soy tu prometido —dijo con un tono ligero, como quien lanza un anzuelo.

Ella frunció el ceño, fingiendo pensar.

—¿Él es mi prometido? —preguntó mirando a Damián.

Antes de que Aarón pudiera asentir, ella giró lentamente el rostro, apuntando con el dedo hacia Damián.

—¿No es él mi prometido?

El silencio cayó como un trueno.

Damián se quedó quieto, sorprendido... pero una chispa en su interior se encendió. Entonces, por primera vez, sonrió con descaro y le siguió el juego.

—¿Y tú qué crees? —le susurró, bajando la cabeza hacia ella—. ¿Te gustaría que lo fuera?

La mirada de Aarón se oscureció.

—Vamos, ___ —dijo, usando su nombre con familiaridad fingida—. Es obvio que estás confundida. Es solo un malentendido. Él es solo… un amigo.

—Vaya, qué curioso —respondió ella sin dejar de mirar a Damián—. Porque me hace sentir más en casa que tú.

Valeria apretó la mandíbula, y Aarón no supo cómo seguir. Estaban perdiendo el control.

—Bueno, ya que no recuerdas —añadió Valeria, intentando mantener la compostura—, tal vez podríamos contarte algunas historias, ayudarte a recordar lo que compartimos. ¿No te parece?

—Tal vez después. Estoy un poco cansada —mintió con dulzura—. Aunque me encantaría que Damián me cuente más cosas… sobre nosotros.

La forma en que Damián la miró entonces fue distinta. Algo cambió. No sabía si ella lo decía solo por jugar con los demás o si de verdad algo comenzaba a despertarse entre ellos. Pero decidió apostar.

—Cuando quieras —dijo él—. Yo estaré aquí… cada día.

Mientras Aarón y Valeria salían frustrados de la habitación, la protagonista se recostó en la cama, fingiendo cerrar los ojos. Damián la cubrió con una manta sin decir una palabra, pero ella lo detuvo, sujetándole la muñeca.

—Gracias por seguirme el juego —susurró ella con los ojos entrecerrados.

—¿Un juego? —murmuró él.

—Tal vez… o tal vez no. Depende de ti si quieres jugar... o ganar.

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