El ambiente era casi irreal.
La risa de Valeria —su antigua amiga— sonaba demasiado forzada, demasiado aguda, mientras jugueteaba con el cabello y lanzaba miradas coquetas a Elías. Él, por su parte, no se mostraba incómodo. Al contrario, parecía disfrutar de esa atención descarada, como si el simple hecho de tenerla tan cerca lo ayudara a olvidarse de lo incómodo de la situación.
Y ella... ella los observaba.
La protagonista mantenía esa sonrisa tranquila, una expresión serena que ocultaba el torbellino interno que se formaba lentamente. Los contemplaba como si nada, como si fuera una simple espectadora de un espectáculo mediocre. Nadie parecía darse cuenta del cálculo detrás de cada uno de sus silencios, de cada mirada fugaz hacia Damián, de cada paso pequeño que daba para acercarse más a él.
Damián, por su parte, comenzaba a mostrarse más relajado a su lado. Tal vez era porque ella lo buscaba con una dulzura nueva. Tal vez porque sus palabras eran suaves, sus risas genuinas. O quizá