—Entonces… —murmuré, frunciendo el ceño con gesto confundido— ¿quién es mi prometido?
La pregunta cayó en la habitación como una bomba silenciosa. Vi cómo las miradas se cruzaban, cómo la incomodidad se colaba entre ellos como una sombra persistente. Elías se aclaró la garganta. Sonrió con esa seguridad arrogante que siempre lo había caracterizado. —Amor, claro que soy yo —dijo, acercándose un poco más—. Solo estás confundida, es normal. Tu mente está tratando de ubicarse. Pero pronto lo recordarás todo. Estoy aquí contigo. Sus palabras eran suaves, pero había algo forzado en su tono. Como si necesitara convencerse a sí mismo tanto como a mí. Fingí vacilar, bajando la mirada a mis manos, jugando con el suero en mi muñeca. —¿Segura que eres tú? Elías parpadeó. —¿Qué…? Claro que sí. Entonces giré lentamente el rostro hacia Damián, que hasta ahora se había mantenido al margen, de pie junto a la puerta, con los puños apretados a los costados y la mandíbula tensa. —¿Y él? —pregunté con inocencia, señalándolo suavemente con el dedo—. ¿No es él mi prometido? Elías se congeló. Zoe soltó una risita nerviosa, pero no dijo nada. Damián pareció tragar en seco. Elías se giró hacia él, los ojos llenos de incredulidad y molestia. —¿Qué dices, Alina? ¿Él? ¿Damián? Yo incliné un poco la cabeza, como si intentara entender. —No lo sé… solo… sentí algo cuando lo vi. Como una conexión. Zoe se removió en su asiento, incómoda. Elías soltó una risa seca, sin humor. —Esto ya es ridículo. ¿Estás diciendo que no me reconoces, pero a Damián sí? —No dije eso —respondí suavemente, sin mirarlo—. Solo preguntaba. Elías me miró fijamente, pero no supo qué decir. El orgullo se le estaba resquebrajando a pedazos. Entonces, en medio del silencio, se levantó y señaló a Damián, alzando un poco la voz, molesto: —¿Quieres que él sea tu prometido? Bien, entonces él es tu prometido. A ver si te acuerdas de algo, a ver si te gusta más su versión de los hechos. Damián abrió la boca, sorprendido. —¿Qué diablos estás diciendo, Elías? —Tú la estás confundiendo —gruñó Elías—. Mírate, te paras ahí todo silencioso, mirándola como si te perteneciera. Zoe se levantó también, intentando intervenir: —Chicos, no hagan esto aquí, por favor. Alina está mal, no hay que agitarla… —Estoy bien —susurré—. Solo quiero saber la verdad. Si no la sé, ¿cómo voy a sanar? Volví a mirar a Damián, con los ojos grandes, fingiendo vulnerabilidad. —¿Tú eres mi prometido? Él vaciló. Bajó la mirada. Su garganta se movió como si tragara algo amargo. —No… no lo soy —dijo finalmente, en voz baja. Pero Elías ya estaba alterado. Su expresión era una mezcla de celos, furia contenida y ego herido. —Claro que no lo es —dijo con rabia, avanzando hacia mí—. Soy yo, Alina. Siempre he sido yo. Lo que pasa es que tu mente está tan confundida que ya no sabes ni lo que dices. —Tal vez… —susurré, con una sonrisa débil—. O tal vez simplemente... no me acuerdo de ti porque no eras tan importante como creías. El silencio cayó como un balde de agua helada. Zoe se tensó. Damián me miró, con los ojos entre sorprendidos y conmovidos. Y Elías... Elías apretó los dientes. —Eso no fue necesario —dijo con frialdad. —Nada de esto lo era —respondí, con voz temblorosa, pero lo suficientemente firme para que entendieran que, aunque fingiera, empezaba a tomar el control.