Alisson Jones tiene un año de casada con Christopher Langley, el heredero principal de la familia para la que trabajaba como sirvienta. Sin embargo, su matrimonio era un simple contrato impuesto por el abuelo quien había dejado una cláusula para que Christopher pudiera heredar todas sus empresas; casarse con la sirvienta de la familia y mantener dicho matrimonio por tres años. Alisson creyó que en todo ese tiempo podía enamorar a Christopher, pero se equivocó cuando el día que descubrió que estaba embarazada lo encontró en la cama con su mejor amiga. —¿Christopher qué es esto? —preguntó Alison con los ojos llorosos apretando con fuerza la prueba de embarazo en su mano. —Es obvio Alisson, ¿creíste que estaba enamorado de ti? ¡Por Dios mujer! Eres una mujer obesa, además de que siempre serás la sirvienta de nuestra familia, ¿qué esperabas? —Articuló él con desdén. —Pero… Christopher, soy tu esposa —Exclamó ella con dolor. —Y así seguirá siendo pequeña, porqué no pienso dejarte ir al menos que se cumplan los tres años, eres el seguro de mi fortuna y así será siempre —Soltó él con una mueca en los labios. —Pues no voy a permitir que me utilices, ¡Quiero el divorcio! —dijo ella azotando la puerta con fuerza antes de irse.
Leer másLos ojos azules de Alisson brillaron entre una mezcla de confusión y otra de emoción cuando escuchó las palabras de la enfermera;
—Felicidades, señora Langley, está usted embarazada —Dijo la mujer con un tono ameno. Alisson no supo cómo reaccionar; tomó la prueba de embarazo y la apretó con fuerza tanto, que sus nudillos se tornaron blancos. «¿Cómo había sido posible eso?», se preguntó confundida. Si bien la vida sexual con su esposo era muy activa, ella siempre se había cuidado y era imposible que hubiera podido descuidar su protección cuando desde un inicio Christopher le dijo que no quería hijos. «Debía ser un error» —¿Está segura señorita? —Preguntó con voz temblorosa y la mujer enfrente de ella asintió con la cabeza antes de reiterar; —Sí, la prueba fue repetida tres veces para confirmación, ¿quiere que se le vuelva a realizar? —Preguntó la mujer con amabilidad y Alisson negó apretando con fuerza el inferior de sus labios. Sin duda, era una mujer muy hermosa; con atractivos exuberantes que iban desde sus cabellos rojizos y sus ojos azules como el cielo mismo hasta sus curvas exageradas; no era delgada. ¿Para qué serlo? Tenía grandes piernas, senos y un trasero que no dejaba nada a la imaginación. Sin embargo, ella se sentía insegura por el simple hecho de que la sociedad la veía como una mujer fea solo por tener sobrepeso. ¿Y cómo no? Alisson era la esposa de un poderoso magnate de la moda; Christopher Langley; alto, atractivo, con unos hermosos ojos grises y con aura cargada de picardía y autoridad que enamoró a Alisson desde que era niña. —Muchas gracias, señorita, muy amable —respondió parpadeando con rapidez antes de darse la vuelta y girarse. ¿Y ahora que iba a hacer? Un t****o se formó en su garganta y una lágrima salada bajó por su mejilla. No quiso llorar, muy en el fondo de su corazón quería tanto tener un bebé del hombre que amaba que veía absurdo hacerlo, pero, sin embargo, sabía que a Christopher no le iba a gustar mucho la idea. «Alisson era su esposa de contrato» Se habían casado un año atrás después de la muerte del matriarca de la familia; Austin Langley, quién había dejado una cláusula escrita dónde especificaba que si su nieto mayor, (Christopher Langley) quería heredar todas sus empresas debía casarse con Alisson: la hija de la sirvienta de la casa. Al principio, Christopher no se vio interesado, tenía su propio imperio y no necesitaba sacrificar su vida para obtener ningún dinero, pero luego, la codicia lo corrompió y decidió que un poco más de poder no estaría de más y así fue como decidió unirse a Alisson. Por su parte, Alisson no lo pensó dos veces, desde que tenía uso de razón estaba enamorada de Christopher. Sin embargo, ella sabía que su amor por él era imposible y no solo porque ella era una simple empleada y él el millonario más cotizado del país, sino porque ella era obesa, y él, un hombre que sin duda cuidaba su figura, por eso, cuando escuchó la demanda del abuelo no dudo en aceptar. «Lo voy a enamorar» Eso pensó ella, y pues, aunque en todo el tiempo que había pasado Langley no le había dicho un te amo, Alisson pensaba que sentía algo por ella: la forma en la que le hacía el amor todas las noches y la manera amable con la que le hablaba eran las razones. Salió de la clínica con el corazón galopando en sus costillas con una fuerza que la hacía sentir ahogada. Cuando llegó a la acera, no pudo evitar mirar la ciudad que se ceñia enfrente de ella con majestuosidad; altos edificios y pancartas vestían los rascacielos de nueva York. Suspiró tomando fuerzas dónde no tenía y dejó que la brisa fresca le refrescara la cara. «Tengo que ser fuerte y decirle a Christopher que vamos a ser papás» Pensó, antes de estirar sus dedos y llamar al taxi que enseguida se estacionó enfrente de ella Minutos después, la enorme mansión dónde vivía se posó enfrente de su ojos; grande, imponente como sus dueños pero también fría y llena de sobriedad. Le pagó al taxista y dejó que sus pies envueltos en unos zapatos de medio tacón tocaran el asfalto de la calle. Apretó con fuerza el borde de su camisa y avanzó con decisión. —¿Dónde estabas? Ya va a ser la hora del almuerzo y ni siquiera has preparado nada —preguntó Nora Langley, la madre de Christopher. Alisson hizo una mueca con los labios. Estaba llena de fastidio. Nora era una mujer horrible, de carácter fuerte y lengua venenosa; una suegra ponzoñosa que la odiaba porque le veía como “poca cosa” para su hijo. —Necesito hablar con Chris —Susurró Alisson de inmediato intentando pasar de largo, pero Nora la detuvo tomándola con fuerza del brazo. El agarre de la mujer que pasaba los cincuenta años era fuerte y oprimente. Alisson chilló de dolor y aunque la necesidad de zafarse y empujarla cruzó por su mente apretó con fuerza sus labios y se las aguantó «Es la madre del hombre que amas y le debes respeto» Fueron sus pensamientos; la ingenuidad era algo que siempre la acompañaba y aunque algunos lo veían como una virtud para Alisson era una completa debilidad. —¿No has oído lo que te dije? Anda a la cocina dónde perteneces y prepara el maldito almuerzo —Escupió la mujer antes de soltarla. Nora se acomodó el traje como si nada hubiera pasado y luego se dio media vuelta para irse. Su caminar era elegante, delicado, y hasta calculador, pero eso no la hacía ver menos perversa y odiosa; la mujer era un enorme dolor de culo. Con las lágrimas bañando su cara, Alisson caminó con decisión hasta la cocina y tragándose el orgullo comenzó a preparar el platillo para el almuerzo;Ravioli de langosta que era técnicamente pasta rellena de langosta fresca, servida con salsa de tomate y albahaca. A ella no le molestaba cocinar en lo absoluto, pero definitivamente le molestaba la manera en la que Nora, su suegra, se lo pedía como si ella no fuese la esposa de su hijo y todavía fuese una sirvienta común. Cuando terminó, vio la hora en el reloj; eran más de las tres de la tarde y Christopher aún no había llegado. Se limpió las manos en el delantal y con ayuda de otra sirvienta comenzó a servir la mesa bajo la mirada del resto de la familia que algunos la veían con pesar y otros simplemente con un tinte de diversión que la irritaba. —Con su permiso, yo comeré en la cocina —Susurró ella tomando la bandeja con su almuerzo y retirándose con la mirada gacha. La verdad, es que no le gustaba sentarse en una mesa llena de víboras y menos cuando Christopher no estaba. —Sí, ve, allá es donde nunca debiste salir —Susurro Nora antes de irse. Alisson apretó la bandeja con fuerza. Debía estar acostumbrada a las humillaciones constantes de la familia, pero no, no lo estaba y cada vez le costaba menos soportarlo. Dejó la bandeja en el mesón de la cocina y aunque evidentemente estaba delicioso no probó ni un solo bocado: tenía el estómago revuelto, entre la rabia por lo que acaba de pasar y el miedo por lo que estaba apunto de suceder. No obstante, cuando todos terminaron de almorzar tomó el teléfono de la casa y marcó el número de Aniela, su mejor amiga y quién vivía siempre cerca de Christopher ya que era la modelo principal de la marca. Aniela era su amiga desde que eran muy jóvenes, se habían conocido en la preparatoria; una de las más importantes del país y dónde Alisson estudió por órdenes de Austin. Aniela era muy diferente a Alisson; delgada, con cabellos negros y ojos marrones muy profundos y aunque ella era más liberal Alisson la consideraba como su hermana. Dejó caer el teléfono y llena de frustración se agarró los cabellos con fuerza. —No puedo seguir con esta angustia —Exclamó tomando su bolso y saliendo de ahí. El viaje a la empresa fue corto; Tentación Langley enseguida brilló antes sus ojos; la casa de moda gritaba glamour y belleza, se especializaban por todo tipo de ropa aunque su fuerte era la ropa interior y de eso, Alison tenía talento. «Aunque uno que no mostraba» Cuando quiso hacerlo, Christopher le dijo que una mujer como ella no podría saber cuáles son los estándares de belleza. Fue la primera vez que le dijo algo tan cruel. Sin embargo, eso hizo que Alisson sacara de su mente cualquier oportunidad de presentar los miles de diseños que tenía guardado. Caminó con decisión, apretando con fuerza su bolso y subiendo la cabeza en una señal de seguridad que estaba lejos de tener. Cuando llegó al último piso donde estaban los ejecutivos y por ende su esposo, notó que la casilla de la secretaria estaba vacío. «No era raro» El agite y el montón de trabajo era algo común en Tentación. Sin embargo, algo maluco subió por su garganta. Avanzó con decisión deseando encontrar a su esposo solo, pero lo que escuchó cuando llegó a la puerta de la oficina hizo que su mundo se tambaleara de una manera dolorosa y agonizante.La mansión Langley amaneció silenciosa … hasta que, desde el baño, se oyó el sonido inequívoco de un hombre sufriendo.—¡Aaaaaaah! ¡Voy a morir! —gritó Christopher, abrazado al inodoro como si fuera su única tabla de salvación.Ryan, que había pasado la noche ahí después de una ronda de tragos (con más penas que risas), se acercó a la puerta medio dormido, con una taza de café.—¿Otra vez vomitando? ¿Qué comiste anoche, un mapache?—¡No lo sé, hermano! ¡No lo sé! —gimió Christopher—. Me mareo, me dan náuseas con el olor del café… ¡del café, Ryan!Ryan frunció el ceño, levantó la taza y la olfateó.—¿No será que estás…? —se detuvo, pensándolo—. No, no, tú no puedes estar embarazado, ¿verdad?—¡Cállate, imbécil! —le gritó desde el piso—. No es gracioso. Tengo antojo de mango con mostaza desde ayer, ¡y detesto el mango!Ryan se echó a reír.—Te lo juro, Christopher, si me dices que lloraste viendo una propaganda de pañales, te llevo al hospital ahora mismo.—¡No me mires así! —se defendi
Los días pasaron con lentitud, cargados de silencios, suspiros contenidos y oraciones desesperadas. Pero cuando por fin Elizabeth recibió el alta médica, Michael no permitió que nadie más la tocara. La envolvió con delicadeza en sus brazos, como si el más leve movimiento pudiera quebrarla, y la llevó cargada hasta la mansión Miller.—Estás en casa, mi amor —susurró, mientras la puerta se abría ante ellos.La mansión, majestuosa como siempre, parecía distinta esa tarde. Una luz dorada atravesaba los ventanales y el sonido del agua corriendo por la fuente del jardín creaba una atmósfera casi sagrada. Pero lo que más conmovió a Elizabeth fue lo que vio al llegar al segundo piso, justo al abrirse la puerta de su habitación.Globos blancos y dorados flotaban suavemente sobre la cama. Un letrero hecho a mano colgaba sobre el cabecero con letras cursivas que decían: Bienvenida, Eli. Las cortinas habían sido cambiadas, la colcha era nueva, y un ramo de flores frescas llenaba el aire con una f
La habitación se mantenía en penumbra, apenas iluminada por la luz cálida que se filtraba desde el pasillo a través de la puerta entreabierta. El silencio se sentía denso, casi sagrado, interrumpido solo por el pitido suave y regular de los monitores médicos que marcaban el ritmo de la vida de Elizabeth.Su respiración era leve, profunda, casi fantasmal. Pero sus párpados temblaron, apenas un parpadeo tenue, como si algo en su interior respondiera a una presencia invisible.Un susurro. No de palabras, sino de algo más antiguo, más profundo.Una figura se acercó al borde de la cama. No era Michael. Tampoco Alisson. Ni uno de los médicos.Era un hombre alto, de hombros amplios, con el rostro surcado por el tiempo, pero los ojos… los ojos seguían siendo los mismos. Azules, intensos, como el cielo. Su cabello, aunque algo encanecido, todavía conservaba el rojo cobrizo que ella recordaba.Austin.Su padre.Elizabeth movió apenas los dedos, con esfuerzo, como si nadara entre brumas espesas.
El pasillo parecía más largo de lo que realmente era. Cada paso que Michael daba hacia la habitación lo sentía pesado, como si arrastrara cadenas invisibles atadas al pecho. El hospital olía a desinfectante y alcohol. Cuando abrió la puerta, el aire se le fue de golpe.Elizabeth estaba allí. Frágil. Silenciosa. Pálida como la sábana que la cubría hasta el abdomen. Las máquinas a su alrededor emitían pitidos regulares que, en lugar de tranquilizarlo, parecían recordarle que seguía viva… pero colgando de un hilo.Avanzó despacio, con el corazón encogido.—Amor… —susurró, acercándose al borde de la cama—. Estoy aquí…Se sentó con cuidado en la silla junto a ella. Le tomó la mano. Estaba tibia, aunque inerte. Michael se inclinó hacia ella, rozó sus nudillos con los labios y los apretó contra su frente.—Estás viva… gracias a Dios… —murmuró, cerrando los ojos mientras las lágrimas empezaban a caer—. No sabes el miedo que sentí, cariño. Pensé que te perdía… pensé que los perdía a los dos.
El cuerpo de Elizabeth yacía en el mármol frío, como una flor rota. Su vestido claro se teñía de rojo, lentamente, como si la vida se le escapara gota a gota. El silencio de la casa se volvió mortal.—¡Eli! —gritó Alisson desde el pasillo superior, sus ojos abriéndose como platos al ver la escena.Michael fue el siguiente en llegar. Había oído el golpe seco. Lo había sentido en la piel como un latigazo. Bajó las escaleras como una furia, sin entender, sin ver más que un solo punto: Elizabeth, tendida en el suelo, su cuerpo inmóvil, la sangre manchando el mármol, su embarazo vulnerado.—¡Elizabeth! —gritó, cayendo de rodillas junto a ella, tomándola en brazos con desesperación.Su rostro, pálido. Sus párpados, cerrados. Sus labios, temblando apenas. Michael la zarandeó suavemente, sin control sobre el temblor de sus manos.—Amor… por favor… no me hagas esto… —su voz se quebró, volviéndose un murmullo desesperado—. Respira… por Dios, Elizabeth… respira…Alisson corrió hasta ellos, su ca
La atmósfera era densa, casi oprimente, como si el aire hubiera perdido su oxígeno. Pero Elizabeth no titubeó.—Está bien —dijo con voz serena, dirigiéndose a Michael sin apartar los ojos de Sasha—. Que se quede. No haré un escándalo delante de tus compañeros de trabajo… y mucho menos delante de la prensa.Hubo un murmullo bajo, como un viento contenido en los pulmones de todos. Michael giró lentamente hacia ella, desconcertado, pero ella ya había dado un paso hacia la mesa principal, con la frente en alto, como si nada hubiera ocurrido.—¿Alguien mencionó el almuerzo? —preguntó con una sonrisa suave, dirigiéndose a Christopher, que aún tenía la copa vacía en la mano.Christopher, asintió con una media sonrisa que no escondía su incomodidad.—El mejor vino ya está servido. Aunque no sé si hay suficiente para lo que se viene.Las conversaciones se reanudaron poco a poco, como si todos fingieran que aquello no era más que una interrupción menor. Sasha tomó asiento sin que nadie se lo of
Último capítulo