Isabella Montenegro nunca imaginó que el hombre que juró amar ante el altar: Leonardo Velazco, sería el mismo que orquestaría la peor las traiciones en su contra. Sola, engañada y , acaba en prisión por un crimen que no cometió. Le arrebatan a su bebé al nacer y lo pierde todo. Cinco años después, sale de la cárcel con un solo objetivo: vengarse de quienes le hicieron daño y recuperar a su hijo. Ricardo Velazco, despojado de su herencia por su sobrino Leonardo, busca vengarse y recuperar lo que le han arrebatado. Descubre que Isabella es la clave para su plan, así que le propone un trato: la ayudará a vengarse y recuperar a su hijo, y a cambio, ella será su herramienta para destruir a Leonardo. Isabella acepta sin dudarlo, dispuesta a cualquier cosa, incluso si eso significa casarse con el mismísimo diablo en persona. Entre los dos hombres Velazco, ella no sabe quién es peor. * —Yo no tengo nada que escuchar de ti ni de ningún Velazco —espeto con odio. Él vuelve a sonreír. —Eso me gusta, ver el fuego del odio en tus ojos. Ambos tenemos algo en común: Leonardo Velazco nos jodió la vida. —¿Qué quiere decir? —pregunto sintiéndome en verdad confundida. Pensé que él me había traído para vengarse de mí en nombre de su querido sobrino, pero lo que acaba de decir… —¿Quieres vengarte de él? Yo puedo ayudarte con eso, si aceptas ser mi esposa.
Leer másSacudo mis rodillas al levantarme del suelo húmedo, mi pantalón se ha llenado de tierra y por más que lo limpio con un trapo, no sale. Suspiro, sé que esto me va a traer problemas en un rato, pero ahora mismo solo quiero despedirme de mi madre.
—Te amo mucho, mami, te extraño —digo, conteniendo las lágrimas mientras dejo las flores en su tumba.
Hace varios años que ella se fue, pero siempre vengo a visitarla en mi cumpleaños porque me hace sentir bien. En estos días, es lo único que me hace sentir bien.
Cuando salgo del panteón me doy con la sorpresa de que la camioneta de la familia Velazco no está. Mi esposo, Leonardo no me deja manejar a mí sola porque dice que soy una tonta que tiene suerte de saber caminar por sí sola, y que seguramente estrellaría la camioneta si me la dejase.
Vuelvo a suspirar y saco mi celular mientras arrugo la vista por la intensidad del sol de Houston.
—¿Aló? Señor Rodríguez, ¿a dónde se fue?
—Lo siento señorita Isabella, pero el señor Velazco me ordenó que debía ir a otro lugar con urgencia.
—¿Qué? Pero si él sabía que yo estoy aquí.
—Lo lamento, pero fueron sus órdenes, si no lo hacía me iba a despedir. Pero no se preocupe, puede llamar un taxi y la llevará a casa.
Resoplo, esta es la menor de las cosas que me ha hecho en mi cumpleaños, o cualquier día, en realidad.
—Está bien, no se preocupe señor Rodríguez, llamaré un taxi.
Cuelgo la llamada y tomo un fuerte y profundo suspiro para contener mis lágrimas. Leonardo no quiso acompañarme al cementerio, y ahora me deja sin transporte y lejísimos de la casa. ¿Qué podría ser más importante que tuvo que llevarse el carro?
Marco a una compañía de taxis y en menos de cinco minutos llega una unidad. Me subo y durante todo el viaje solo contengo las ganas de llorar. De verdad pensé que si le demostraba a Leonardo que lo amo con todo mi corazón, él se daría cuenta de que me juzgo mal y se enamoraría de mí. ¡Qué ingenua he sido! En estos dos años de matrimonio él no ha hecho más que demostrarme cuánto me desprecia.
Nadie ajeno a la familia lo sabe, al menos, no mi padre, para él somos el matrimonio perfecto, y la inversión perfecta. Mi padre pensó que me estaba obligando a casarme con Leonardo para evitar que nuestra empresa se fuera a la bancarrota, lo que no sabía es que en secreto, siempre estuve enamorada de él.
Cuando llego a la casa me doy cuenta de que la camioneta de la familia ya se encuentra estacionada. Me siento tentada a ir a preguntarle al señor Rodríguez qué era eso tan importante, pero en cambio, decido entrar directamente a la casa.
—Buenas tardes, ya llegué —me anuncio, pero nadie responde.
«Qué extraño, ¿dónde están todos los empleados?», me pregunto.
De pronto escucho una especie de risas en el piso de arriba. Pensé que Leonardo no estaría hoy como todos los años en mi cumpleaños, pero tal vez hoy sea diferente. Subo las escaleras con cautela, si es una sorpresa no quiero arruinarla. Noto la puerta entreabierta, así que la empujo suavemente y entonces, mi corazón se detiene.
Ya sabía que él me engañaba con otras mujeres, pero esto… esto es demasiado. En nuestra propia cama de matrimonio, a plena luz del día como si ya no le importase nada.
Leonardo está en la cama, desnudo, apretándole las nalg4s a otra mujer mientras ella le cabalga encima. Mis ojos se llenan de lágrimas otra vez. El shock del momento no me deja moverme, hasta que de pronto él fija sus ojos en mí y lejos de alterarse o empujar a la mujer de encima, me sonríe con malicia.
—¡Maldit0 bastardo! —grito.
En ese momento, la mujer se da vuelta y entonces la traición se siente peor. ¿Ella? ¿Mi maldit4 mejor amiga?
—¡Isabella! —exclama la basura humana de Camila.
Un impulso de furia y descontrol se apodera de mí. Tomo los objetos más cercanos del tocador y comienzo a lanzárselos frenéticamente.
—¡Maldit0s! ¡Desgraciados! ¡¿Cómo pudieron hacerme esto?! —bramo.
Los dos se levantan mientras yo salgo de ahí, no quiero verlos, me dan asco. Leonardo se pone la ropa a toda prisa y me detiene en el pasillo.
—¿A dónde crees que vas, z0rra? —espeta jaloneándome.
—¡Suéltame asqueroso repugnante! Ya sabía que me engañabas, pero ¿esto? ¡Esto no te lo perdono!
Él suelta una carcajada irónica.
—¿Crees que me importa tu perdón?
Sus ojos llenos de desprecio y burla rompen mi corazón en miles de trozos. Camila se asoma detrás de él con una mirada de cordero degollado que solo me provoca más ganas de matarla.
—Son unos miserables, se merecen el uno al otro —espeto. Bajo corriendo las escaleras, pero ellos me siguen.
—No, no te irás a ningún lado —dice Leonardo adelantándose a mí para evitar que llegue a la salida.
—Yo no tengo nada más que hacer aquí.
—Oh, pero sí tienes —responde con sorna—. Estaba esperando este momento, por eso mandé a buscar a Camila con la camioneta. Mi amor, ven —le dice a ella. Camila baja las escaleras sintiéndose como una reina, ahora su mirada ha cambiado, me ve como realmente siempre ha sido: una arpía.
—¿De qué estás hablando?
—De esto —responde ella, enseñándome unos papeles que no entiendo ni quiero ver.
—¿Qué es eso?
—Las pruebas que demuestran que no eres más que una ladrona, que siempre fuiste una cazafortunas que buscó casarse conmigo para conseguir mi dinero.
Mi corazón se acelera, ¿de qué está hablando?
—¿Qué? Yo no sé…
—¡Claro que lo sabes! —grita al tiempo que su mano se estampa contra mi mejilla dándome una bofetada que me tira al suelo. La mejilla me arde, mis ojos se nublan de lágrimas, pero nada me duele más que mi corazón.
—Esperarás aquí a que venga la policía… —En ese momento empiezan a sonar las sirenas de una patrulla acercándose—…¡Oh! Creo que ya están aquí. Por fin te irás de mi vida, Isabella Montenegro.
EPÍLOGOEl sol de primavera calienta suavemente el jardín, lleno de risas y voces alegres. Hoy celebramos el quinto cumpleaños de Irina, y mientras la observo correr con su vestido azul claro, siento cómo se me llena el corazón de gratitud. Cinco años han pasado ya, y en cada uno de ellos he aprendido que la vida, aunque impredecible, siempre encuentra la manera de sorprendernos con momentos de paz y felicidad.Irina está creciendo rápido. Sus rizos dorados saltan al viento mientras juega con Jake y los demás niños. A su lado, Jake, que ya tiene doce años, sigue siendo el hermano mayor protector y cariñoso. Lo veo reír mientras trata de atraparla en un juego de persecución. Han formado un vínculo tan hermoso, a pesar de los retos del pasado.—¿Cómo va todo? —me pregunta Ricardo, acercándose por detrás y envolviéndome con sus brazos. Su abrazo siempre tiene ese efecto tranquilizador en mí.—Perfecto —respondo, sonriendo mientras observo a nuestros hijos—. No podría pedir más.Él me besa
EdwardLlego a la fiesta de matrimonio sintiéndome un poco nervioso. Nunca pensé que después de todo lo que había pasado, estaría aquí hoy, en este jardín lleno de vida, viendo a las personas que más aprecio celebrar el amor. Katherine me acompaña, siempre elegante y serena. Me ha ayudado más de lo que jamás podría haber imaginado, y su presencia a mi lado hoy me hace sentir que, a pesar de los errores del pasado, el futuro aún tiene algo reservado para mí.Apenas pongo un pie en el jardín, veo a Isabella y Ricardo. Me miran por un segundo, como si no creyeran que soy yo quien está allí. Pero luego, las sonrisas se dibujan en sus rostros y caminan hacia mí, Isabella viene por delante de Ricardo, con esa calidez que siempre la ha caracterizado.—Edward —dice Isabella, extendiendo los brazos—, ¡me alegra tanto verte aquí!Nos abrazamos, un gesto sencillo pero que encierra tanto. Ricardo, aunque más reservado, también me da un apretón de manos firme, con una sonrisa sincera.—Gracias por
Diez meses después…Es un día perfecto, soleado y con una brisa suave, de esos que parecen sacados de un sueño. Estoy de la mano de Ricardo, sintiendo la calidez de su palma que me recuerda cuánto hemos crecido como pareja, como familia. A nuestro lado caminan nuestros dos hijos, Irina, que ya tiene un año y cuatro meses, balanceándose entre nosotros mientras sostiene mi dedo con sus manitas pequeñas, y Jake, que ha cumplido siete años hace apenas unas semanas y va saltando emocionado, ansioso por ver cómo sus "tías" Becca y Lucía se casan.La boda se lleva a cabo en un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores. Los arcos están cubiertos de rosas y jazmines, y las luces tenues cuelgan entre los árboles, iluminando el lugar con una calidez que parece contagiarse a todos los que están aquí. Se respira amor, alegría y, sobre todo, la sensación de que todos los presentes han superado obstáculos importantes en sus vidas para llegar a este momento.Becca, que ya ha dado a luz a su
EdwardEl tiempo aquí pasa despacio. Los días se mezclan entre sí, y las horas parecen dilatarse en un ciclo interminable de arrepentimiento y soledad. Me encuentro sentado en el pequeño camastro de mi celda, pensando en lo mucho que he perdido, en las malas decisiones que me llevaron a este punto. No hay excusas, solo un profundo dolor por todo lo que he causado.He aprendido a asumir mis errores. No es fácil. Me pesa cada día, pero sé que debo aceptar las consecuencias. No puedo volver atrás y cambiar lo que hice, pero puedo intentar ser mejor, aunque ahora eso suene vacío. Las visitas de Jake son lo único que me trae algo de paz, aunque cada vez que lo veo me duele más el alma por no poder ser el padre que merece. En mi cabeza, me repito que todo esto es parte de mi castigo. Mi propia penitencia.De repente, escucho el sonido de pasos acercándose. Un guardia se detiene frente a mi celda y golpea la reja.—Tienes una visita —me dice con tono seco.Me sorprendo, porque no esperaba a
Mientras espero a Ricardo y Jake en la sala, el silencio de la casa me rodea. El reloj en la pared marca el paso de cada segundo, y aunque sé que pronto estarán de vuelta, la ansiedad me mantiene en vilo. Me levanto, camino de un lado a otro y vuelvo a mirar mi teléfono por quinta vez. Finalmente, escucho la puerta abrirse, y el sonido inconfundible de los pasos de Jake corriendo hacia mí.—¡Mamá! —grita Jake, lanzándose a mis brazos.Lo abrazo con fuerza, sintiendo el alivio de tenerlo en casa. Luego me levanto y camino hacia Ricardo, quien está de pie junto a la puerta observando la escena con una sonrisa tranquila.—¿Dónde estaban? —pregunto, aunque mi tono no es de reproche, sino más de curiosidad. Algo en la mirada de Ricardo me dice que hubo algo más en su día.—Fuimos a ver a Edward —dice con calma, como si esperara mi reacción.Me quedo quieta, sorprendida por sus palabras. Mi primera reacción es de asombro, pero rápidamente se transforma en una profunda emoción. Me acerco a é
—No sé si alguna vez podremos ser amigos, Edward —le digo con honestidad—. Pero quiero que sepas que por Jake, voy a hacer lo que sea necesario. No quiero que sufra por lo que ocurrió entre nosotros.Edward me mira, y en sus ojos veo una mezcla de dolor y alivio. Es como si estuviera viendo una pequeña esperanza, aunque tenue.—Eso es más de lo que merezco —dice—. Gracias por darle esta oportunidad. Haré lo mejor que pueda para no defraudarlo... otra vez.Nos quedamos en silencio un rato. No es una paz total, pero hay una sensación de cierre, o al menos de un paso hacia adelante. Jake sigue jugando, ajeno a la conversación que acaba de suceder, y por primera vez en mucho tiempo, siento que hemos avanzado, aunque sea un poco.Finalmente, me acerco a Jake y le palmeo suavemente la cabeza.—Es hora de irnos, campeón —le digoJake me mira con sus ojos grandes, confusos.—¿Por qué? No quiero irme todavía, papá Ricardo.Antes de que pueda responder, Edward se arrodilla frente a él y lo abra
Último capítulo